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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 7 329 – 15 de Septiembre de 2013

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 


El Evangelio según el Espiritismo

Allan Kardec 

 (Parte 35)
 

Continuamos el estudio metódico de “El Evangelio según el Espiritismo”, de Allan Kardec, la tercera de las obras que componen el Pentateuco Kardeciano, cuya primera edición fue publicada en abril de 1864. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Qué concede Dios a aquél que ora con confianza?

B. ¿Cómo sucede la acción de la oración?

C. ¿Cuál es el origen de los males de la vida y cómo la oración puede influir para atenuar estos males?

D. ¿Qué tipo de oración es más meritoria a los ojos de Dios?

Texto para la lectura

366. Jesús dijo: “Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que lo obtendréis y os será concedido”. Generalmente se niega la eficacia de la oración basándose en el principio de que, conociendo Dios nuestras necesidades, es inútil exponérselas. Ahora bien (dicen los que piensan así), al encontrarse todo en el Universo encadenado por leyes eternas, nuestras súplicas no pueden cambiar los decretos de Dios. (Cap. XXVII, ítems 5 y 6.)   

367. Sin duda alguna, hay leyes naturales e inmutables que no pueden ser derogadas por el capricho de cada uno; pero de ahí a creer que todas las circunstancias de la vida están sometidas a la fatalidad, hay una gran distancia. Si así fuese, el hombre sería sólo un instrumento pasivo, sin libre albedrío y sin iniciativa. Ahora bien, siendo el hombre libre de obrar en un sentido o en otro, sus actos le acarrean a él y a los demás,  consecuencias subordinadas a lo que hace o deja de hacer. Hay, pues, debido a su iniciativa, acontecimientos que forzosamente escapan a la fatalidad y no rompen la armonía de las leyes universales, del mismo modo que el avance o retraso de la aguja de un reloj no anula la ley del movimiento sobre la cual se basa el mecanismo. (Cap. XXVII, ítem 6.)     

368. Es posible, por lo tanto, que Dios acceda a ciertos pedidos sin perturbar la inmutabilidad de las leyes que rigen el conjunto, subordinado siempre ese consentimiento a su voluntad. (Cap. XXVII, ítem 6.)

369. Sin embargo, no se debe deducir de esta máxima “Os será concedido todo lo que pidáis mediante la oración” que basta pedir para obtener, y sería injusto acusar a la Providencia si no accede a toda súplica que se le haga, puesto que ella sabe mejor que nosotros lo que conviene a nuestro bien. El Creador procede entonces como un padre sensato que rehúsa a su hijo lo que sea contrario a sus intereses. Ahora bien, si el sufrimiento es útil para su felicidad futura, Dios le dejará sufrir, como el cirujano deja que el enfermo sufra los dolores de una cirugía que permitirá su curación. (Cap. XXVII, ítem 7.)

370. Lo que Dios concederá siempre al hombre, si éste lo pide con confianza, es el valor, la paciencia y la resignación, así como los medios para salir de las dificultades por sí mismo, mediante las ideas que hará que le sugieran los buenos Espíritus, dejándole de esta manera el mérito de la acción. Dios asiste a los que se ayudan a sí mismos, según esta máxima: “Ayúdate, que el cielo te ayudará”, pero no asiste a los que lo esperan todo del socorro de fuera, sin hacer uso de las facultades que posee. (Cap. XXVII, ítem 7.)

371. Si el ángel que acompañó a Tobías le hubiera dicho: “Soy el enviado de Dios para guiarte en tu viaje y preservarte de todo peligro”, Tobías no habría tenido ningún mérito. Confiando en su compañero, ni siquiera hubiera necesitado pensar. Esa es la razón por la que el ángel sólo se dio a conocer al regreso. (Cap. XXVII, ítem 8.)

372. La oración es una invocación, mediante la cual el hombre entra, a través del pensamiento, en comunicación con el ser a quien se dirige. Puede tener por finalidad un pedido, un agradecimiento o una alabanza. Las oraciones dirigidas a Dios son escuchadas por los Espíritus encargados de la ejecución de su voluntad. Las que se dirigen a los Espíritus buenos son informadas a Dios. (Cap. XXVII, ítem 9.)

373. Dirigido el pensamiento a un ser cualquiera, esté en la Tierra o en el espacio, de un encarnado a un desencarnado, o viceversa, una corriente fluídica se establece entre uno y otro, transmitiendo ese pensamiento de uno al otro, como el aire transmite el sonido, porque el fluido es el vehículo del pensamiento. Es así como los Espíritus escuchan la oración que se les dirige, y como ellos se comunican entre sí y nos transmiten sus ideas e inspiraciones. (Cap. XXVII, ítem 10.)

374. Por la oración, el hombre obtiene el concurso de los Espíritus buenos, que acuden a sostenerlo en sus buenas resoluciones y a inspirarle pensamientos edificantes. Adquiere de esta manera la fuerza moral para vencer las dificultades y volver al camino recto del cual se apartó. Por ese medio, puede también desviar de sí los males que atraería por sus propias faltas. (Cap. XXVII, ítem 11.)

375. Si los males de la vida fueran divididos en dos partes, una constituida por los males que el hombre no puede evitar y la otra por las tribulaciones de las que él es la causa principal, por su incuria o por sus excesos, se verá que la segunda supera ampliamente en cantidad a la primera. Es evidente, pues, que el hombre es el autor de la mayor parte de sus aflicciones, las cuales se ahorraría si obrase siempre con sabiduría y prudencia. (Cap. XXVII, ítem 12.)

376. Tosa esas miserias son el resultado de nuestras infracciones a las leyes de Dios, lo que equivale a decir que, si las observásemos puntualmente, seríamos completamente dichosos. Si fuésemos más moderados en la satisfacción de nuestras necesidades, no contraeríamos las enfermedades que son resultado de los excesos, ni experimentaríamos las vicisitudes que las enfermedades acarrean. Si pusiéramos freno a nuestra ambición, no tendríamos temor a la ruina. Si no quisiéramos subir más alto de lo que podemos, no tendríamos que temer la caída. Si fuéramos humildes, no sufriríamos las decepciones del orgullo herido. Si practicáramos la ley de caridad, no seríamos maledicentes, envidiosos o celosos, y evitaríamos las disputas y disensiones. Si no hiciéramos ningún mal a los demás, no temeríamos las venganzas, etc. (Cap. XXVII, ítem 12.)

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Qué concede Dios a aquél que ora con confianza?

Lo que Dios concederá siempre a quien ora con confianza es el valor, la paciencia y la resignación. Y le concederá también los medios para salir por sí mismo de las dificultades, mediante las ideas que hará que les sugieran los buenos Espíritus, dejándole de esta manera el mérito de la acción. Él asiste a los que se ayudan a sí mismos, según esta máxima: “Ayúdate, que el cielo te ayudará”; pero no asiste a los que esperan todo del socorro de fuera, sin hacer uso de las facultades que poseen. (El Evangelio según el Espiritismo, cap. XXVII, ítem 7.)

B. ¿Cómo sucede la acción de la oración?

El Espiritismo hace comprensible la acción de la oración explicando el modo de la transmisión del pensamiento. Estamos todos, encarnados y desencarnados, inmersos en el fluido universal, que ocupa el espacio y es el vehículo del pensamiento. Ese fluido recibe un impulso de la voluntad, de tal modo que cuando dirigimos el pensamiento a un ser cualquiera, esté en la Tierra o en el espacio, de encarnado a desencarnado, o viceversa, se establece una corriente fluídica entre uno y otro, transmitiendo de uno al otro el pensamiento, como el aire transmite el sonido. Es así como los Espíritus escuchan la oración que se les dirige, cualquiera que sea el lugar donde se encuentren; es así como los Espíritus se comunican entre sí, nos transmiten sus inspiraciones y establecen relaciones a distancia entre los encarnados. Pues bien, por medio de la oración, el hombre obtiene el concurso de los Espíritus buenos que acuden a sostenerlo en sus buenas resoluciones y a inspirarle  pensamientos edificantes. De este modo, adquiere la fuerza moral necesaria para vencer las dificultades y volver al camino recto si se apartó de él, así como desviar de sí los males que atraería por sus propias faltas. (Obra citada, cap. XXVII, ítems 10 y 11.)

C. ¿Cuál es el origen de los males de la vida y cómo la oración puede influir para atenuar estos males?

Los males de la vida se dividen en dos partes; una está constituida por los que el hombre no puede evitar y la otra, por las tribulaciones de las que él constituye la causa principal, por su incuria o por sus excesos. Admitiendo que el hombre nada puede en relación a los otros males y que toda oración sea inútil para librarse de ellos, ¿no es mucho ya tener la posibilidad de liberarse de todos los que devienen de su manera de proceder?

Aquí se concibe fácilmente la acción de la oración, porque ella tiene por efecto atraer la inspiración benéfica de los Espíritus buenos y recibir de ellos la fuerza para resistir a los malos pensamientos cuya realización puede sernos funesta. En este caso, lo que ellos hacen no es alejar de nosotros el mal, sino desviarnos del pensamiento malo que nos puede causar daño, porque ellos no obstaculizan nada el cumplimiento de los decretos de Dios, ni suspenden el curso de las leyes de la Naturaleza; sólo evitan que las infrinjamos, dirigiendo nuestro libre albedrío. Pero actúan sin que lo sepamos, de manera imperceptible, para no someter nuestra voluntad. El hombre se encuentra en la posición de alguien que solicita buenos consejos y los pone en práctica, pero conservando la libertad de seguirlos o no. (Obra citada, cap. XXVII, ítem 12.) 

D. ¿Qué tipo de oración es más meritoria a los ojos de Dios?

La oración del hombre de bien es la que tiene mayor merecimiento a los ojos de Dios y también mayor eficacia, porque el hombre vicioso y malo no puede orar con el fervor y la confianza que sólo nacen del sentimiento de la verdadera piedad. Del corazón del egoísta, de aquél que sólo ora de labios para afuera, sólo salen palabras, nunca los impulsos de la caridad que dan a la oración todo su poder. (Obra citada, cap. XXVII, ítem 13.) 

 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita