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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 327 – 1 de Septiembre de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 



El chimpancés y la avecita

 

 
Un pequeño chimpancé saltaba de rama en rama satisfecho de la vida. De cuando en cuando paraba, al encontrar algo que pudiera comer.

Así, él se aparto mucho de su familia, encantado con todo lo que veía.

De repente, cayó una gran tempestad que lo hizo abrigarse en una apertura en lo alto de una roca a los márgenes de un gran río. Esperando que la lluvia parase, él allí quedó abrigado.

En un determinado momento, el macaquito percibió que la lluvia había parado de caer, pero que el gran río crecía cada vez más, siendo más violento y rápido.

Observando el río, el macaquito vio a una avecita que había caído en sus aguas y que se debatía desesperada, sin conseguir liberarse de aquella prisión.

Lleno de piedad, el pequeño chimpancé descendió de la roca, rápido, y fue siguiendo la dirección del río, preocupado con la avecita.

En cierto lugar, él vio que, más adelante, había un árbol con una rama que se inclinaba para el río y saltó de rama en rama más rápido, adelantándose. Así, cuando la pequeña ave, arrastrada por las aguas, se aproximó a donde él estaba, extendió las patas delanteras y  prendiendo el rabo en la rama; después, inclinándose peligrosamente para el agua, consiguió coger a la avecita exhausta.

La llevó para un lugar seguro y la acomodó sobre la hierba. La pequeña ave quedó allí descansando de la inmensa lucha que hubo trabado con el río; tenía el corazoncito acelerado y temblaba de frío. El macaquito la cubrió de hojas secas para calentarla, lleno de cariño.

Después, él se acomodo a su lado, cuidando de ella, esperando que ella despertarse

 

Horas después, el macaquito vio que la avecita comenzó a moverse. Con alegría, quedó observándola, hasta que ella abrió los ojitos.

— ¡Hola! — dijo él.

La avecita saltó asustada al ver al macaquito allí tan cerca, y se encogió de miedo.


Él, sin embargo, la tranquilizó:

— No te preocupes, yo soy un amigo. ¡Fui yo que te saqué de en medio de las aguas y te traje para aca!

En ese instante la avecita se acordó:

— ¡Ah!... ¡Es verdad! ¡Yo caí en las aguas del río! — exclamó ella, acordándose de lo que había ocurrido.

Después explicó a su amigo:

— Salí para pasear y me alejé de mi familia. De repente, comenzó a caer una lluvia muy pesada que me empujaba siempre para bajo. ¡Así, acabé cayendo en las aguas y, por más que intentaba, no conseguía salir!

El macaquito, contento, explico:

— ¡Pues sí! Pero yo te vi en medio del río y percibí que tú estabas en dificultades. Así, busqué una manera de ayudarte.

— ¡Gracias, mi amigo! Si no fuera por ti, yo habría muerto.

— No necesitas agradecerme. Mi madre me enseñó que tenemos que ayudarnos unos a los otros. Y fue eso lo que yo hice. Si yo estuviera en tu lugar, también me gustaría que alguien me ayudara — respondió el macaquito.

— Tú eres muy bueno. Pero, ¿y ahora? ¿Cómo voy a encontrar a mi familia? — ella preguntó.

— Bien. Ahora tenemos que subir el gran río. Yo también necesito encontrar a mi familia — dijo el macaquito.

Así, ellos fueron rehaciendo el camino de vuelta y conversando. La avecita por el aire y el macaquito por las ramas de los árboles.
 

Después de algún tiempo, la avecita vio en el cielo un bando de aves que se aproximaba. Y, reconociendo a su familia, voló para junto a ella, contenta.

La mamá pajarita, al ver a la hija junto al macaquito, se extrañó, pero ella explicó:

— Mamá,  yo  caí  en  el  río  y  él  me salvó.

 ¡Es mi amigo!

La madre agradeció al macaquito y contó:

— Mira, mi hijo, viniendo para acá, vimos un bando de monos. Debe ser su familia, ¿no es?

— ¡Sí! Gracias por la información. Que el Señor las ayude en el viaje de vuelta.

— Gracias, mi hijo. De hoy en delante, somos tus amigos. Jamás olvidaré lo que hiciste por mi hija. Que el Señor te acompañe también.
 

Así, luego el macaquito encontró a su bando y abrazó a la madre, muy contento.

Le contó lo que había ocurrido y ella dijo al hijo, feliz por volverlo a ver bien:

— Gracias a Dios, hijo. Estaba preocupada contigo, imaginando que pudieras haber caído en las garras de algún animal peligroso. ¡Tú sabes como la selva es peligrosa!

Mirando para lo alto, ella vio un bando de aves que pasaban gorjeando.

La madre mona saludo con la mano, segura de que era la familia de la avecita que el hijo había salvado.

— ¿Viste, mamá? Todos somos hijos de Dios y podemos ser amigos unos de los otros, formando una única y gran familia.     


                                                       
MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, em 22/7/2013.)

       
               
 
                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita