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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 326 – 25 de Agosto de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 



El cuarto de visitas
 

 
Alberto, hombre esforzado y diligente, trabajaba mucho para mantener a la familia, su esposa Lea y la hija Andreia, de sólo seis años.

Trabajando en el ramo de la construcción, él aprendió bastante, creció en la profesión y pasó a ganar más.

Así, con un salario mejor, Alberto consiguió adquirir un terreno y comenzó a construir su propia casa. Siempre que sobraba algún dinero, él lo aplicaba en material de construcción, y trabajaba duro los finales de semana hasta construirla.

Durante  ese  tiempo, su  madre falleció y su

padre, Vitório, ahora solo, fue a vivir con el hijo, para alegría de la pequeña Andreia, muy apegada al abuelo.

Algún tiempo después, Alberto consiguió terminar su casa, que era bien grande y más bonita que la antigua. Todos estaban felices. Con una casa mayor, Alberto necesitó comprar más muebles para llenarla.
 

Todo era alegría. Había bastante espacio, tendrían un bello jardín y un patio para el perrito de Andreia. Además de un cuarto, en el fondo del patio, para guardar cosas viejas.

 

Animados, vieron llegar el gran día del cambio. Todas las cosas fueron colocadas en el camión. Todos trabajaron bastante, hasta Andreia, pero nadie se incomodó, tan satisfechos estaban en ir para la casa nueva.

Así, ellos llegaron a la nueva vivienda. Nuevamente, mucho esfuerzo para colocar todo en orden. Nadie sabía donde estaba nada. Hasta que, ya de noche, todo estaba más organizado, por lo menos las camas estaban montadas.

Cansados, arreglaron los cuartos para dormir. Y el abuelo, ayudando en el arreglo, no sabía aún donde sería su cuarto. Esperaba que el hijo le dijera, hasta que, exhausto por el esfuerzo, Vitório preguntó al hijo:  

— Alberto, yo estoy cansado y con sueño, hijo. ¿Dónde será mi cuarto?

Y el hijo respondió sin dudar:

— Queremos que tú estés bien a voluntad y tengas el máximo de libertad, padre. Entonces, tu cuarto será allá en el fondo del patio.

Sin poder creer en lo que estaba oyendo, el viejito tragó las lágrimas que obstinaban en saltarle de los ojos, bajó la cabeza, cogió la maleta con sus ropas, y estaba saliendo por la puerta de la cocina, cuando Andreia corrió hasta él y lo cogió, no dejando que saliese.

— ¡Espera, abuelo!

Después, volviéndose para el padre, dijo con firmeza:

— Papá, si alguien tiene que dormir allá fuera, entonces yo iré. No voy a dejar a mi abuelo solo allá en el fondo. ¡El abuelo se quedará con mi cuarto! Además de eso, cuándo tú eras pequeño, ¿quien cuidó de ti, dando todo lo que necesitabas? ¿Quién te llevó a pasear? ¿Y se preocupó contigo cuando estabas enfermo?     

Lea, sorprendida al oír las palabras del marido, y, viendo la reacción de la hija, replicó:

— ¡Nuestra hija tiene razón, Alberto! Ahora que tenemos una casa tan grande, ¿no hay espacio aquí dentro para tú padre? ¡Es un absurdo! ¿Y para quién será, entonces, el otro cuarto que tenemos?

Alberto pensó un poco y respondió, como si sólo en aquel momento percibiera el absurdo que iba a cometer contra su propio padre.

— ¡Para las visitas!...

Oyendo aquello, la esposa consideró:

— Alberto, yo siempre aprendí que debemos “honrar a nuestro padre y nuestra madre”. Tú no harías eso si tu madre estuviera aquí con nosotros. Y, finalmente, a mí tampoco me gustaría que hicieran eso conmigo cuando tenga más edad. ¿Tú estarías satisfecho si tu hija actuara así contigo?
 

Alberto quedó rojo de vergüenza y, aproximándose al padre, lo abrazó:
 

— Papá, perdóname. No sé yo donde estaba con la cabeza cuando tomé esa decisión.

Después, cogiendo la maleta del padre con una de las manos

y abrazándolo con la otra, lo condujo al cuarto que sería el de él de ese día en adelante.

Con inmensa alegría, tras resuelto el problema, ellos se abrazaron. Lea los invitó para tomar un sandwich y hacer una oración para conmemorar ese primer día en la casa nueva.

Sentados alrededor de la mesa en la cocina, Alberto agradeció a Dios por la nueva casa, donde esperaba que todos fueran muy felices, y también por haber sido impedido de cometer una ingratitud para con su padre, a quién él tanto amaba.       

MEIMEI 


(Recebida por Célia X. de Camargo em 15/7/2013.)

       
               
 
                                                                                   



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