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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 7 319 – 7 de Julio de 2013

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 

El Evangelio según el Espiritismo

Allan Kardec 

 (Parte 25)
 

Continuamos el estudio metódico de “El Evangelio según el Espiritismo”, de Allan Kardec, la tercera de las obras que componen el Pentateuco Kardeciano, cuya primera edición fue publicada en abril de 1864. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Cómo se reconoce a los verdaderos cristianos?

B. ¿Cuáles son las montañas que la fe puede mover?

C. ¿Puede la fe ayudar en el proceso de curación de las enfermedades?

D. ¿Cómo define Kardec la fe y la fe inquebrantable?

Texto para la lectura

261. La virtud es una gracia que deseo para todos los espíritas sinceros. Sin embargo, les diré: Más vale poca virtud con modestia que mucha con orgullo. Por el orgullo se han perdido humanidades sucesivamente; por la humildad un día se deberán redimir. (Cap. XVII, ítem 8, François-Nicolás-Madeleine)

262. La autoridad, como la riqueza, es una delegación de la que tendrá que rendir cuentas aquél que esté investido de ella. No creáis que ésta le sea concedida para proporcionarle el vano placer de mandar; ni tampoco, según supone la mayoría de los poderosos de la Tierra, como un derecho, una propiedad. (Cap. XVII, ítem 9, François-Nicolás-Madeleine)

263. Quienquiera que sea depositario de autoridad, sea cual fuere su extensión, desde la del señor sobre su siervo, hasta la del soberano sobre su pueblo, no debe olvidar que tiene almas a su cargo; que responderá de la buena o mala directiva que dé a sus subordinados, y que sobre él recaerán las faltas que éstos cometan, los vicios a los que sean arrastrados en consecuencia de esa directiva o de los malos ejemplos, del mismo modo que recogerá los frutos del cuidado que emplee para conducirlos al bien. (Cap. XVII, ítem 9, François-Nicolás-Madeleine)

264. El superior que se encuentre compenetrado de las palabas de Cristo, no desprecia a ninguno de los que se encuentran sometidos a él, porque sabe que las distinciones sociales no prevalecen ante la mirada de Dios. El Espiritismo le enseña que, si hoy ellos le obedecen, tal vez ya le hayan dado órdenes, o podrán darlas más tarde, y que entonces él será tratado como los trató cuando ejercía autoridad sobre ellos. (Cap. XVII, ítem 9, François-Nicolás-Madeleine)

265. Pero, si el superior tiene deberes que cumplir, el inferior también los tiene. Si su posición le causa sufrimientos, reconocerá que sin duda los merece porque probablemente abusó en el pasado de la autoridad que tenía, correspondiéndole por lo tanto experimentar, a su vez, lo que hizo sufrir a otros. Si se ve forzado a soportar esa posición por no encontrar otra mejor, El Espiritismo le enseña a resignarse, considerándola como una prueba para su humildad, necesaria para su adelantamiento. Su creencia guía su conducta y le induce a proceder como quisiera que sus subordinados procediesen con él, si fuera el jefe. (Cap. XVII, ítem 9, François-Nicolás-Madeleine)

266. “Entrad por la puerta estrecha – dijo Jesús -, porque ancha es la puerta de la perdición y espacioso el camino que a ella conduce, y muchos son los que entran por ella. ¡Cuán pequeña es la puerta de la vida! ¡Cuán angosto el camino que a ella conduce! Y ¡cuán pocos la encuentran!”  (Mateo, cap. VII, vv. 13 y 14.) (Cap. XVIII, ítem 3)

267. “Alguien le hizo esta pregunta: Señor, ¿serán pocos los que se salven? Él les respondió: Esforzaos para entrar por la puerta estrecha, porque os aseguro que muchos tratarán trasponerla y no podrán. Y cuando el padre de familia haya entrado y cerrado la puerta, y vosotros estando fuera comencéis a tocar, diciendo: Señor, ábrenos; él os responderá: No sé de dónde sois. Comenzaréis a decir: Comimos y bebimos en tu presencia y nos enseñaste en nuestras plazas públicas. Él os responderá: No sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros que cometéis iniquidad. Entonces, habrá llanto y crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas que están en el reino de Dios, y que vosotros estáis de él excluidos. Vendrán muchos del Oriente y del Occidente, del Norte y del Sur, que participarán del festín en el reino de Dios. Entonces, los que fueron los últimos serán los primeros y los que fueron primeros serán los últimos.” (Lucas, cap. XIII, vv. 23 a 30.) (Cap. XVIII, ítem 4)

268. Ancha es la puerta de la perdición, porque las pasiones malas son numerosas y porque la mayoría se encamina por la senda del mal. Es estrecha la de la salvación, porque el hombre que quiera trasponerla debe hacer grandes esfuerzos sobre sí mismo para vencer sus malas tendencias, a lo que pocos se resignan. Es el complemento de la máxima: “Muchos son los llamados y pocos los escogidos”. (Cap. XVIII, ítem 5)

269. “No todos los que me dicen: ¡Señor! ¡Señor! entrarán en el reino de los cielos; sólo entrará aquél que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Muchos me dirán en ese día: ¡Señor! ¡Señor! ¿No profetizamos en tu nombre? ¿No expulsamos en tu nombre al demonio? ¿No hicimos muchos milagros en tu nombre? Entonces, yo les diré en voz alta: Apartaos de mí, vosotros que hacéis obras de iniquidad.”  (Mateo, cap. VII, vv. 21 a 23.) (Cap. XVIII, ítem 6)

270. Finalizando el conocido Sermón de la Montaña, Jesús afirmó: “Aquél, pues, que oye estas palabras mías y las practica, será comparado a un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Cuando cayó la lluvia, los ríos se desbordaron, y soplaron los vientos sobre la casa, ésta no se derrumbó porque estaba edificada sobre la roca. Pero aquél que oye mis palabras y no las practica, se asemeja a un hombre insensato que construyó su casa sobre la arena. Cuando cayó la lluvia, los ríos se desbordaron y los vientos soplaron y la azotaron, ésta fue derribada; grande fue su ruina”. (Mateo, cap. VII, vv. 24 a 27.) (Cap. XVIII, ítem 7)

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Cómo se reconoce a los verdaderos cristianos?

Se reconoce a los verdaderos cristianos por sus obras. (El Evangelio según el Espiritismo, cap. XVIII, ítem 16.)

B. ¿Cuáles son las montañas que la fe puede mover?

Las montañas que la fe mueve son las dificultades, las resistencias y la mala voluntad. Los prejuicios de la rutina, el interés material, el egoísmo, la ceguera del fanatismo y las pasiones orgullosas son otras tantas montañas que obstruyen el camino de quien trabaja por el progreso de la Humanidad. La fe vigorosa da la perseverancia, la energía y los recursos que hacen vencer los obstáculos, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes. (Obra citada, cap. XIX, ítems 1 y 2.)

C. ¿Puede la fe ayudar en el proceso de curación de las enfermedades?

Sí. El poder de la fe se demuestra de manera directa y especial en la acción magnética; por su intermedio, el hombre actúa sobre el fluido, agente universal, modifica sus cualidades y le da un impulso, por decirlo así, irresistible, y puede realizar esos extraños fenómenos de curaciones y otros, considerados antiguamente como milagros, pero que es sólo el efecto de una ley natural. (Obra citada, cap. XIX, ítem 5.)

D. ¿Cómo define Kardec la fe y la fe inquebrantable?

Desde el punto de vista religioso, la fe consiste en la creencia en los dogmas particulares que constituyen las diferentes religiones. Bajo ese aspecto, la fe puede ser razonada o ciega. Sin examinar nada, la fe ciega acepta sin verificación tanto lo verdadero como lo falso, y choca a cada paso con la evidencia y la razón. Llevada al extremo, produce el fanatismo.  Al aceptar el error, tarde o temprano se desmorona; sólo la fe que se fundamenta en la verdad asegura su futuro, porque no tiene nada que temer del progreso de las luces, ya que lo que es verdadero en la oscuridad, también lo es a la luz del día.

La fe necesita una base, y esa base es la comprensión perfecta de aquello que se debe creer. Y, para creer, no basta ver; es necesario, sobre todo, comprender. La fe ciega ya no es de este siglo. Al no admitir pruebas, deja en el espíritu un vacío, de donde nace la duda.

La fe razonada, que se apoya en los hechos y en la lógica, no deja ninguna oscuridad. Entonces, la criatura cree porque tiene la certeza, y sólo se tiene certeza porque se ha comprendido. He ahí por qué no cede. La fe inquebrantable es aquella que puede mirar de frente a la razón, en todas las épocas de la Humanidad. (Obra citada, cap. XIX, ítems 6, 7 y 12.)  

 

 


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