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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 7 318 – 30 de Junio de 2013

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 

El Evangelio según el Espiritismo

Allan Kardec 

 (Parte 24)
 

Continuamos el estudio metódico de “El Evangelio según el Espiritismo”, de Allan Kardec, la tercera de las obras que componen el Pentateuco Kardeciano, cuya primera edición fue publicada en abril de 1864. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del texto.

Preguntas para debatir

A. La perfección moral ¿consiste en la maceración de nuestro cuerpo?

B. ¿Cuál es el significado de la parábola del festín de bodas?

C. ¿Podemos considerar discípulos de Jesús a las personas que pasan los días orando, pero  no por ello son ni mejores, ni más caritativos, ni más tolerantes?

D. ¿Cuál es el significado de la enseñanza: “Mucho se pedirá a quien mucho se le ha dado”?

Texto para la lectura

250. Ya sea que la fortuna nos haya venido de nuestra familia, o la hayamos ganado con nuestro trabajo, hay una cosa que no debemos olvidar nunca: que todo proviene de Dios, y todo vuelve a Dios. Nada en la Tierra nos pertenece, ni siquiera nuestro pobre cuerpo: la muerte nos despojará de él como de todos los bienes materiales. Somos depositarios y no propietarios, no nos engañemos. Dios nos lo ha prestado y tenemos que devolvérselo; y Él nos lo presta con la condición de que lo superfluo, por lo menos, les quede a los que carecen de lo necesario. (Cap. XVI, ítem 14, Lacordaire)

251. Aquí tenemos lo que la doctrina nos enseña acerca del desprendimiento de los bienes terrenos. Resumiré así la enseñanza – dice Lacordaire: “Sabed contentaros con poco. Si sois pobres, no envidiéis a los ricos, porque la riqueza no es necesaria para la felicidad. Si sois ricos, no olvidéis que los bienes de los que disponéis sólo os han sido confiados y que deberéis justificar su empleo, como si rindieseis cuentan de una tutela”. (Cap. XVI, ítem 14, Lacordaire)

252. El hombre puede perfectamente transmitir, después de su muerte, aquello que gozó durante su vida, porque el efecto de ese derecho está siempre subordinado a la voluntad de Dios que puede, cuando quiere, impedir que sus descendientes gocen de lo que les fue transmitido. He ahí por qué se desmoronan las fortunas que parecían estar sólidamente establecidas. (Cap. XVI, ítem 15, San Luis)

253. “Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian y orad por los que os persiguen y calumnian. Porque si sólo amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?  ¿No hacen así también los publicanos? Si saludáis únicamente a vuestros hermanos, ¿hacéis con eso más que los otros? ¿No hacen eso mismo los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.” (Mateo, cap. V, vv. 44 a 48.) Estas palabras: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” deben entenderse en el sentido de la perfección relativa, aquella de la que la Humanidad es susceptible y que la acerca más a la Divinidad. ¿En qué consiste esta perfección? Jesús lo dijo: “En amar a nuestros enemigos, en hacer el bien a los que nos odian, en orar por los que nos persiguen”. La esencia de la perfección es la caridad en su más amplia acepción, porque implica la práctica de todas las demás virtudes. (Cap. XVII, ítems 1 y 2)

254. El Espiritismo no instituye ninguna moral nueva; sólo facilita a los hombres la comprensión y la práctica de la moral cristiana, proporcionando una la fe inquebrantable y esclarecida a los que dudan o vacilan. El verdadero espírita y el cristiano verdadero son una única y misma cosa. (Cap. XVII, ítems 4)

255. La parábola del sembrador fue contada y explicada por Jesús: “Cualquiera que escucha la palabra del reino y no le presta atención, viene el espíritu maligno y le quita lo que fue sembrado en su corazón. Éste es el que recibió la semilla junto al camino. Aquél que recibe la semilla en medio de las piedras es el que escucha la palabra y la recibe con alegría en el primer momento. Pero, al no tener raíces en sí, dura sólo un tiempo corto. Y cuando sobrevienen los contratiempos y persecuciones por causa de la palabra, la considera motivo de escándalo y de caída. Aquél que recibe la semilla entre espinas es el que oye la palabra, pero luego las inquietudes de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan en él aquella palabra y la vuelven infructífera. Pero aquél que recibe la semilla en buena tierra es el que escucha la palabra, le presta atención y ésta produce frutos en él, rindiendo cien o sesenta, o treinta por uno”.  (Mateo, cap. XIII, vv. 18 a 23.) (Cap. XVII, ítem 5)

256. El deber es la obligación moral de la criatura para consigo misma y para con los demás. El deber es la ley de la vida. El deber íntimo del hombre queda entregado a su libre albedrío. El aguijón de la conciencia, guardiana de la probidad interior, le advierte y sostiene; pero muchas veces se muestra impotente ante los sofismas de la pasión. (Cap. XVII, ítem 7, Lázaro)

257. El deber es el resumen práctico de todas las especulaciones morales; es una bravura del alma que enfrenta las angustias de la lucha; es austero y dócil; pronto a doblarse ante las más diversas complicaciones, se mantiene inflexible ante las tentaciones. El hombre que cumple su deber ama a Dios más que a las criaturas y ama a las criaturas más que a sí mismo. Es, a la vez, juez y esclavo de su propia causa. (Cap. XVII, ítem 7, Lázaro)

258. El deber es el más hermoso galardón de la razón; desciende de ésta como el hijo desciende de su madre. El hombre tiene que amar el deber, no porque lo preserve de los males de la vida, males a los cuales la Humanidad no puede sustraerse, sino porque confiere al alma la fuerza necesaria para su desarrollo. El deber crece e irradia bajo una forma más elevada en cada una de las etapas superiores de la Humanidad, porque la obligación moral de la criatura hacia Dios no cesa nunca. (Cap. XVII, ítem 7, Lázaro)

259. La virtud, en su más alto grado, es el conjunto de todas las cualidades esenciales que constituyen al hombre de bien. Ser bueno, caritativo, laborioso, sobrio y modesto, son las cualidades del hombre virtuoso. Lamentablemente, casi siempre las acompañan pequeñas enfermedades morales que las deslucen y las atenúan. No es virtuoso aquél que hace ostentación de su virtud, porque le falta la cualidad principal: la modestia; y tiene el vicio que más se le opone: el orgullo. La virtud, verdaderamente digna de este nombre, no gusta de presumir. (Cap. XVII, ítem 8, François-Nicolás-Madeleine)

260. Es a la virtud así comprendida, que los benefactores espirituales nos invitan. A esta virtud verdaderamente cristiana y verdaderamente espírita nos exhortan a consagrarnos. Alejemos de nuestros corazones todo lo que sea orgullo, vanidad y amor propio, que siempre deslucen las más bellas cualidades. No imitemos al hombre que se presenta como modelo y él mismo pregona sus cualidades a todos los oídos complacientes. (Cap. XVII, ítem 8, François-Nicolás-Madeleine)  

Respuestas a las preguntas propuestas

A. La perfección moral ¿consiste en la maceración de nuestro cuerpo?

No. La perfección moral no consiste en macerar el cuerpo; ésta se encuentra por completo en las reformas por las que hacemos pasar a nuestro Espíritu. Doblegarlo, someterlo, humillarlo, mortificarlo, he ahí el medio de hacer nuestro Espíritu más dócil a la voluntad de Dios y el único que nos podrá llevar a la perfección. (El Evangelio según el Espiritismo, cap. XVII, ítem 11.)

B. ¿Cuál es el significado de la parábola del festín de bodas?

En esta parábola, Jesús compara el reino de los cielos, donde todo es alegría y felicidad, con un festín. Al hablar de los primeros invitados, hace alusión a los hebreos, que fueron los primeros llamados por Dios al conocimiento de su ley. Los enviados del reino son los profetas que venían a exhortarlos a seguir el camino de la verdadera felicidad; pero sus palabras eran poco escuchadas; sus advertencias eran despreciadas; incluso muchos fueron masacrados, como los siervos de la parábola. Los invitados que se excusan con el pretexto de tener que cuidar sus campos y sus negocios, simbolizan a las personas mundanas que, absorbidas por las cosas terrenas, se mantienen indiferentes hacia las cosas celestiales.

Los hebreos fueros los primeros en practicar de manera pública el monoteísmo; a ellos les transmitió  Dios su ley, primero a través de Moisés, después por intermedio de Jesús. Fue de aquél pequeño foco que partió la luz destinada a esparcirse por todo el mundo, a triunfar sobre el paganismo y a dar a Abraham una posteridad espiritual tan numerosa como las estrellas del firmamento. Sin embargo, abandonando del todo la idolatría, los judíos despreciaron la ley moral para aferrarse a lo más fácil: la práctica de la forma exterior del culto. El mal llegó a su colmo; la nación, además de esclavizada, era arruinada por las facciones y dividida por las sectas; la incredulidad había llegado hasta el santuario.

Entonces apareció Jesús, enviado para llamarlos a la observancia de la Ley y para abrirles los nuevos horizontes de la vida futura. Los primeros invitados al gran banquete de la fe universal rechazaron la palabra del celestial Mesías y lo inmolaron. Así perdieron el fruto que hubieran podido cosechar de la iniciativa que les tocó. Pero sería injusto acusar a todo el pueblo por tal estado de cosas. La responsabilidad le correspondía principalmente a los fariseos y a los saduceos, que sacrificaron a la nación por el orgullo y el fanatismo de unos y por la incredulidad de los otros. Son ellos, pues, sobre todo, a quienes Jesús identifica como los convidados que rechazan asistir al festín de bodas. Después, agrega: “Viendo esto, el Señor ordenó invitar a todos los que fuesen encontrados en los cruces de los caminos, buenos y malos”. Quería decir de este modo, que la palabra iba a ser predicada a todos los demás pueblos, paganos e idólatras, y éstos, al aceptarla, serían admitidos en el festín, en lugar de los primeros invitados. Pero no basta ser invitado; no basta creerse cristiano ni sentarse a la mesa para tomar parte en el banquete celestial. Es necesario, ante todo y como condición expresa, estar revestido con la túnica nupcial, es decir, tener puro el corazón y cumplir la ley según el espíritu. Ahora bien, toda la ley está contenida en estas palabras: Fuera de la caridad no hay salvación. Pero entre todos los que escuchan la palabra divina, ¡cuán pocos son los que la guardan y la aplican con provecho! ¡Cuán pocos se hacen dignos de entrar en el reino de los cielos! He ahí por qué Jesús dijo: Muchos serán los llamados, pero pocos serán los escogidos. (Obra citada, cap. XVIII, ítems 1 y 2.)

C. ¿Podemos considerar discípulos de Jesús a las personas que pasan los días orando, pero  no por ello son ni mejores, ni más caritativos, ni más tolerantes?

No, porque del mismo modo que los fariseos, tales personas tienen la oración en los labios y no en el corazón. Por la forma podrán imponerse a los hombres; pero no a Dios. En vano dirán a Jesús: “¡Señor! ¿No profetizamos, es decir, no enseñamos en tu nombre, no expulsamos demonios en tu nombre, no comimos y bebimos contigo?” Él les responderá: “No sé quiénes sois; apartaos de mí, vosotros que cometéis iniquidades, vosotros que desmentís con los actos lo que decís con los labios, que calumniáis a vuestro prójimo, que despojáis a las viudas y cometéis adulterio. Apartaos de mí, vosotros cuyo corazón destila odio y hiel, que derramáis la sangre de vuestros hermanos en mi nombre, que hacéis que corran lágrimas, en vez de enjugarlas. Para vosotros, habrá llanto y crujir de dientes, porque el reino de Dios es para los que son mansos, humildes y caritativos. No esperéis doblegar la justicia del Señor por la multiplicidad de vuestras palabras y de vuestras genuflexiones. El único camino que os está abierto para hallar gracia ante de Él, es la práctica sincera de la ley de amor y de caridad”.  (Obra citada, cap. XVIII, ítems 6, 7 y 9.)

D. ¿Cuál es el significado de la enseñanza: “Mucho se pedirá a quien mucho se le ha dado”?

Estas palabras indican que aquél que sabe mucho tiene una mayor responsabilidad, comparado con los que nada o poco saben. En este sentido, cualquiera que conozca los preceptos de Cristo y no los practica, seguramente, es culpable porque no podrá alegar nada en su favor ante el tribunal de la propia consciencia. A los espíritas, pues, se les será pedido mucho porque mucho han recibido; pero en compensación, a los que hayan aprovechado, mucho se les dará. (Obra citada, cap. XVIII, ítems 10 a 12.)

 

 


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