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Año 7 317 – 23 de Junio de 2013
JOSÉ ESTÊNIO GOMES NEGREIROS  
estenionegreiros@hotmail.com    
Fortaleza, CE (Brasil)
 
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 
 

José Estênio Gomes Negreiros

Judas y la injusticia de los hombres


Ciertamente influenciados por las enseñanzas de la Iglesia Católica Apostólica Romana, aprendemos que Jesucristo nació el 25 de diciembre del año 1 (uno) de la Era Cristiana, y que murió a los treinta y tres años, después de un ministerio de tres años. Esa cuenta, por el reloj de arena del tiempo, habría sido instituida por el monje Dionisio, El Pequeño, que vivió en Roma entre los años 500 y 545, a partir de la hipotética fecha de nacimiento de Cristo, sustituyendo la manera precedente que era hecha a partir de la fundación de Roma, eso hasta quinientos años después de la muerte de Jesús de Nazaret.

Según historiadores, el monje Dionisio habría traducido varias obras eclesiásticas del Griego para el Latín y elaborado una especie de tabla con la fecha de la Pascua en una secuencia de años. La expresión “Era Cristiana” habría sido cuñada por él para designar los años posteriores a 753 de la fundación de Roma.

Para Ivan René Franzolim, hay fuertes indicaciones de que Jesús había debido haber nacido el año de 749 de la fundación de Roma, por lo tanto, cuatro años antes de lo que fue atribuido por el monje Dionisio, siendo desconocidos, sin embargo, el día y el mes de Su venida al mundo terreno. Se cree que fue el Emperador Constantino I, el Grande, que reinó entre 306 a 337, quien determinó, en el 336, que el nacimiento de Jesús debería ser celebrado el día 25 de diciembre en todo el Imperio Romano, aprovechándose la conmemoración del solsticio de invierno en el Oriente y el renacimiento del Sol en el Mediterráneo. Oficialmente, esa fecha como dies natalis fue determinada por el Padre Julio I, que fue Papa entre 337 y 352.

Aliando las informaciones históricas a las de Emmanuel, incluidas en el libro “Hace Dos Mil Años”, psicografiado por Chico Xavier, es posible concluir que Jesús murió en la tarde del día tres de abril, un viernes, del año 33, con la edad de treinta y seis o treinta y siete años, habiéndose su ministerio realizado del año 28 al año 33. Por lo tanto, este año de 2013, cuando reescribimos este artículo, se completan 1980 años del retorno del Maestro de Nazaret al Mundo Espiritual.

Judas Iscariote La Humanidad, sobre todo los pueblos adeptos de la religión católica, en esos casi dos mil años, recuerdan, cada año, por ocasión de la llamada “semana santa”, el flagelo, el suplicio, el juicio y la muerte de Jesús, en una repetición mórbida, sádica y trágica, mostrando a Cristo derrotado, vencido, lánguido. Durante esos días dichos sagrados por el Catolicismo, los hombres, en fingida piedad, lamentan los suplicios infligidos a Jesús. Aquí, es oportuno recordar una trova del autor Octavio Caúmo Serrano, citada por él en su excelente artículo “Jesús Murió para salvarnos”, publicado en la “Revista Internacional de Espiritismo”, edición de marzo de 2008: En su sadismo que espanta/el hombre siempre hace esto:/cada semana santa/mata otra vez a Jesucristo.

En esa misma ocasión, en un contrasentido absurdo, valiéndose de una impiedad que choca con las enseñanzas del Maestro Divino, otra personalidad es recordada. No de forma falsamente piadosa, sino con escarnio verdadero, con desprecio auténtico, con mofa genuina y mordacidad real. Esa personalidad es Judas Iscariote, uno de los Doce Discípulos del Cristianismo Primitivo, sustituido tras su suicidio por el apóstol Matías. Todos nosotros conocemos la manera de cómo él es recordado.

No se sabe mucho de la genealogía de Judas Iscariote. Su procedimiento envilecido para con Jesús tal vez sea el motivo de que los Evangelistas poco se refieran a él.

Conforme el historiador judio Flávio Josefo (37–103 d. C.), el apellido Iscariote se origina de Carioth o Keriote, ciudad natal de aquel Apóstol. Hay registros históricos de que Judas Iscariote habría sido el tesorero de la primitiva Comunidad Cristiana, justamente por ser un hábil comerciante. Se sabe sin embargo que Iscariote era un hombre inteligente, de carácter amoroso e inquieto.

Finalmente, ¿qué habrá motivado a Judas a poner fin, traicionando al Maestro? ¿Fue su ambición de poder o fue por idealismo político-religioso? ¿O fue simplemente por orgullo y por envidia? Son indagaciones que perduran hasta hoy sin una respuesta concluyente, segura, todo quedando en el campo de las conjeturas de los historiadores.

La explicación dada por Judas En una entrevista concedida a Humberto de Campos, en el libro “Crónicas de Más Allá de la Tumba”, Judas revela que estaba enamorado por las ideas socialistas de Jesús, considerándolo el Nuevo Rey de los Judíos, tanto por su magnetismo divino, por los fenómenos mediúmnicos que practicaba, como por Su palabra esclarecedora. Dice Judas que veía en la política y en la revuelta popular el único instrumento que podría viabilizar la liberación de los judíos, pues era hostil a la dominación romana. Paralelamente, consideraba al Maestro un serio obstáculo a su deseo de llegar al poder, debido a que Jesús tenía Su opción por los pobres y humildes, rechazando el mando y la riqueza. Aunque amara profundamente al Hijo de María, su ambición y su deseo de apresurar la victoria lo hizo ingeniar el plan que culminó con la crucifixión y todo lo demás que conocemos del Martirio.

En la obra “Los Cuatro Evangelios” se encuentran dos mensajes del propio Judas y una de los cuatro evangelistas, todos, a aquella altura, ya en el Plano Espiritual y siendo orientados o asistidos por los Apóstoles. Tales mensajes son firmados en conjunto por José de Arimatea y por Simón el Cirineo, las cuales traen aclaraciones sobre la traición. En el segundo mensaje transmitido por Iscariote él así se expresa: “¡Oh! Como es grande ese Dios que permite que el hijo culpable encuentre, en su propia indignidad, el punto de apoyo que lo ayudará a subir para la perfección. ¡Oh! ¡como es bueno Aquel que está siempre preparado a perdonar al que sinceramente se arrepiente, que cura con Sus manos benefactoras las llagas de nuestros corazones culpables, que en ellas derrama el bálsamo de la esperanza y las cicatriza con el auxilio de la expiación!”

Al final de los mensajes, los Evangelistas completan: “(...) Judas es hoy un Espíritu regenerado en el crisol del arrepentimiento, del remordimiento, de la expiación, de la reencarnación y del progreso. Se hizo uno de los auxiliares humildes, activos y dedicados de Cristo. Este ejemplo os muestra que no debéis nunca repeler cualquiera de vuestros hermanos y aún menos excluirlo de la paz del Señor”.

Un mensaje de Judas Otro importante mensaje de Judas vamos a encontrar en el libro “Vida y Actos de los Apóstolos”, de Cairbar Schutel. Tal comunicación fue recibida el día 12 de septiembre de 1916 en la ciudad de Río de Janeiro, por vía mediúmnica, y comprobada por un vidente, que dijo haber visto en el instante de la transmisión “un hombre de barbas y cabellos negros, llevando vestiduras blancas, mucho blancas, circundado de un grande halo de luz azul-claro que contornaba otra luz de un azul-oscuro aterciopelado. En torno al Espíritu, esparcidos, flotaban focos de luz verde, siendo deslumbrante el efecto de la aparición”.

Por tratarse de una bellísima oración de alabanza a Dios y Jesucristo, la reproducimos  íntegra:

“Judas, mis buenos amigos, vuelve hoy al mundo para declarar ante los hombres las verdades que le fueron inspiradas por Nuestro Señor Jesucristo – el Grande y Amado Maestro – a quien, en un momento de ceguera, de tinieblas y extrema flaqueza, traicionó, vendiéndolo a los enemigos.

Jesús, mis buenos amigos, el Mesías, Aquel que fue enviado por Dios para salvar al Mundo donde vivís hoy, ya perdonó a Judas Iscariote su flaqueza y ceguera. Dios, en Su misericordia infinita, concedió, por la boca de Su Hijo amado, el perdón a aquel que fue en el pasado infiel, traidor, perjuro, falso y criminal discípulo del Mesías, que jamás dejó de lamentar y compadecerse de la flaqueza y miseria de su discípulo.

Vengo, mis buenos amigos, en nombre de mi Querido Maestro – el Salvador del Mundo – a deciros una cosa que os interesa. Comparezco a vuestra presencia, a fin de restablecer la verdad desvirtuada, falseada por los hombres interesados en conservarse en el camino del error y de la mentira. Estoy delante de vosotros, mis buenos amigos, para confesarme agradecido por las inmensas pruebas de amor que me fueron dispensadas por Dios y por Nuestro Señor Jesucristo.”

Judas reconoce sus errores “¡Aparezco aquí, ante vosotros, mis compañeros y amados hermanos, para arrepentirme de los errores que practiqué y, a la vez, entonar himnos a la Infinita Sabiduría y a la pureza inmaculada De ese Maestro admirable, a la incomparable bondad De ese corazón todo hecho de dulzura y de amor! Vengo a cantar hosannas a la sublime sabiduría del Creador y erguir una plegaria, en la cual todos vosotros debéis acompañarme, pues, en esta oración subiremos hasta junto al Padre Celestial y de Jesús, que, en esta hora, extienden la mirada misericordiosa sobre este Planeta atrasado, mundo de expiaciones y sufrimientos, de lágrimas y de dolores.

Decid conmigo, mis queridos hermanos: ‘¡Jesús, nuestro Salvador, Hijo de Dios y Luz Sublime que clarea nuestro camino, que nos guía en la Tierra y en la Eternidad! Señor, aquí están tus hijos, teniendo al frente aquel que en el Mundo erró profundamente, el mayor de todos los criminales que pisaron la superficie de este Planeta; aquí estamos todos nosotros, Señor, teniendo a nuestro frente el más pérfido e infiel de tus discípulos; aquí nos hallamos todos nosotros, de pie, junto al más débil criminal de tus hijos – ¡Judas Iscariote! ¡Nosotros, Señor, somos también débiles, practicamos grandes errores, pesan sobre nosotros inmensas culpas, grandes pecados nos obligan a curvar la frente delante de Ti, ¡Señor!

 Tenemos, Jesús, nuestra alma cubierta de llagas, nuestro corazón envenenado por los más impuros sentimientos que en él hemos alimentado; sentimos nuestro espíritu abatido a volver a ver nuestro pasado espiritual, lleno de crímenes y faltas graves; somos, Señor, aún esclavos de la materia, sintiendo las entrañas devoradas por los deseos pecaminosos, el alma presa, encadenada a la materia que la retiene en la superficie de la Tierra, de donde no podrá desprenderse para las luminosas regiones sin primero expurgarse de las impurezas y de las manchas que los pecados dejaron sobre ella y donde las adicciones produjeron ranuras profundas, ¡las miserias de la carne lanzaron vestigios que difícilmente se borrarán! Tenemos, buen Jesús, las manos teñidas de la sangre de nuestros hermanos, los pies llenos de barro pútrido de los antros y de los estercoleros por donde caminamos durante largo tiempo; conservamos también en las manos el oxido de la moneda a intercambio de la cual vendemos nuestra conciencia, traicionamos a nuestros hermanos; guardamos aún en los labios las señales de nuestras abyecciones, de la impureza de las pasiones del estercolero por donde caminamos durante largo tiempo; conservamos también en las manos el oxido de la moneda a intercambio de la cual vendemos nuestra conciencia, traicionamos a nuestros hermanos; guardamos aún en los labios las señales de nuestras abyecciones, de la impureza de las pasiones que alimentamos en nuestros corazones; traemos estampados en la frente los estigmas de nuestras bajezas, de las podredumbres, miserias y libertinaje a que nos entregamos en la vida; conservamos en los ojos los trazos de nuestras crueldades, el brillo de las voluptuosidades y placeres criminales que durante esta experiencia terrena hemos disfrutado.”

La plegaria prosigue “Nuestro cuerpo, Señor, es el libro donde se halla escritura la historia de nuestros abusos y de nuestras transgresiones; nuestra alma, Jesús, es el espejo donde en este instante se reflejan todos nuestros atentados a las leyes de Dios, todas las violaciones de Tú efigie más tan apagada que difícilmente la reconoceremos.

¡Señor Jesús! ¡Querido y adorado Maestro! Todos nuestros pecados se hallan grabados en nuestro espíritu; ¡todas nuestras culpas están diseñadas en nuestra conciencia, que nos acusa delante de Ti y de Tú Padre!

Son grandes nuestras faltas, inmensos nuestros pecados, infinitos nuestros errores, pero en tu bondad hay siempre lugar para todos los perdones; en Tu alma existen grandes reservas de misericordia y tolerancia; ¡en tu inconmensurable corazón hay un rebosar constante de piedad y de amor para los que sufren, que gimen y lloran, los débiles, los infelices y los pecadores, como nosotros!

Recibe, por lo tanto, buen Jesús, esta plegaria que te ofrecemos y que es pronunciada por los labios más impuros que ya existieron sobre la Tierra, dictada por la conciencia más sombría que palpitó en un ser humano, trazada por la mano más criminal que ya existió en este Planeta; plegaria nacida del alma más culpable que este Mundo conoció hasta hoy, el espíritu más débil y criminal de los que se han encarnado en la Tierra. ¡Acepta, Señor, Buen Jesús, la plegaria que Judas, el traidor de ayer, el falso y el pérfido de otros tiempos, nos hace recitar en este momento en tu presencia para que podamos, como él, alcanzar nuestro perdón, merecer de tu bondad la gracia de recibir de tu Padre la misma luz y la misma paz que Él concedió al más cruel, al más criminal e infame de sus hijos! ¡Oye, Jesús, nuestra plegaria y danos lo que de este Judas por el mal que él Te hizo, por la traición que practicó contra tu persona divina, por el ultraje que te infligió a Ti, en el momento más doloroso de tu vida de Misionero, de Redentor, de Salvador del Mundo e Hijo de Dios!”

No juzguéis, dice Lamennais – “Tú, que tuviste en Tu alma la grandeza, la dulzura y el amor para perdonar a ese falso y perjuro discípulo, Señor, perdónanos también a nosotros, cuyos errores, cuyas faltas, crímenes y pecados están muy distantes del crimen y del pecado de aquel que se halla a nuestro frente, en esta hora de luto y de dolor, para rendir gracias a la infinita misericordia de Dios y el inmenso e inagotable manantial de dulzura, cariño, afecto, pureza e inmenso amor – ¡el corazón de Jesús!

¡Perdonanos, Señor! ‘Sálvanos, Jesús’.”

Yo diré también:

“¡Jesús! ¡Mi Salvador! ¡Si merecí tu perdón y tu misericordia, mis hermanos pueden también merecerlos, pues delante de Judas, la Humanidad entera, con todos sus crímenes, sus pecados y sus miserias, es santa, inocente como la más inocente de las criaturitas que juegan en la superficie de la Tierra! ¡Perdona, por lo tanto, Señor, a la Humanidad, como perdonaste al mayor de los traidores!”.

El injusto juicio que aún hoy de él hacemos, así como las diatribas que nosotros, llamados cristianos, lanzamos contra Judas Iscariote, ayer un criminal abyecto y hoy, seguramente, integrante de las falanges celestiales de Espíritus purificados, deben avergonzarnos, pues somos tan o más infractores ante las Leyes Divinas de lo que él fue en aquellos pasados tiempos de su vivencia terrena.

Deberíamos acordarnos, diariamente, de un tramo de un mensaje dejado por el Espíritu Lamennais, transmitido en París, en 1862, y que consta del capítulo XI, ítem 14, del “El Evangelio según el Espiritismo”, de Allan Kardec: “¡No juzguéis, oh! no juzguéis, mí queridos amigos, porque el juicio que hagáis os será aplicado más severamente aún, y tenéis necesidad de indulgencia para los pecados que cometéis sin cesar. ¿No sabéis que hay muchas acciones que son crímenes a los ojos del Dios de pureza, y que el mundo no considera siquiera como faltas leves?”

 

Fontes:  

Artigo “Do Orgulho à Humildade: Judas e o Perdão”, de Roosevelt Pinto Sampaio, in “Reformador” de setembro de 1999.

“Vida e Atos dos Apóstolos”, de Cairbar Schutel.

“Há Dois Mil Anos”, do Espírito Emmanuel/Chico Xavier.

“O Evangelho segundo o Espiritismo”, de Allan Kardec.

 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita