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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 7 316 – 16 de Junio de 2013

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 

El Evangelio según el Espiritismo

Allan Kardec 

 (Parte 22)
 

Continuamos el estudio metódico de “El Evangelio según el Espiritismo”, de Allan Kardec, la tercera de las obras que componen el Pentateuco Kardeciano, cuya primera edición fue publicada en abril de 1864. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Constituye la riqueza un premio para los hombres o una prueba muy difícil?

B. ¿Cómo explicar las desigualdades de las riquezas de la Tierra?

C. ¿Qué considera el Espiritismo como nuestra verdadera propiedad?

D. El hombre puede dar varias aplicaciones a la fortuna. ¿Cuál de ellas es la mejor?

Texto para la lectura

229. La verdad absoluta sólo es patrimonio de los Espíritus del orden más elevado y la Humanidad terrena no podría pretender poseerla, porque no le es dado saberlo todo. Ella sólo puede aspirar a una verdad relativa y proporcionada a su adelantamiento. Si Dios hubiera hecho de la posesión de la verdad absoluta la condición expresa de la felicidad futura, habría pronunciado una sentencia de proscripción general, mientras que la caridad, incluso en su más simple acepción, pueden practicarla todos. (Cap. XV, ítem 9)

230. El Espiritismo, de acuerdo con el Evangelio, al admitir la salvación para todos, independiente de cualquier creencia, siempre que la ley de Dios sea observada, no dice: Fuera del Espiritismo no hay salvación; y como no pretende enseñar aún toda la verdad, tampoco dice: Fuera de la verdad no hay salvación. (Cap. XV, ítem 9)

231. Amigos míos, agradeced a Dios que ha permitido que pudieseis gozar la luz del Espiritismo. No porque sólo los que la poseen podrán salvarse, sino porque ayudándoos a comprender las enseñanzas de Cristo, hace de vosotros mejores cristianos. Esforzaos, pues, para que vuestros hermanos, observándoos, sean inducidos a reconocer que el verdadero espírita y el verdadero cristiano son una sola y la misma cosa, puesto que todos los que  practican la caridad son discípulos de Jesús, cualquiera que sea el culto al que pertenezcan. (Cap. XV, ítem 10, Pablo, apóstol)

232. “Nadie puede servir a dos señores, porque odiará a uno y amará al otro, o estimará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a la vez a Dios y a Mamón.” (Lucas, cap. XVI, v. 13.) “Si quieres ser perfecto – dijo Jesús a un joven muy rico – anda, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. Escuchando estas palabras, el joven se fue triste, porque poseía muchos bienes. Entonces, Jesús dijo a sus discípulos: En verdad os digo que es muy difícil que un rico entre en el reino de los cielos. Una vez más os digo: Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos. (Mateo, Cap. XIX vv. 16 a 24.) Esta figura audaz puede parecer un poco forzada, porque no se ve la relación que pueda existir entre un camello y una aguja. Sin embargo, sucede que en hebreo la misma palabra sirve para designar un camello y un cable. En la traducción, le dieron el primero de esos significados; pero es probable que Jesús la haya empleado con el otro significado. Es, al menos, más natural. (Cap. XVI, ítems 1 y 2, y nota al pie de la página)

233. El rico cuyas tierras habían producido extraordinariamente, no teniendo donde guardar toda la cosecha, se dijo a sí mismo: “Ya sé lo que haré: derribaré mis graneros y construiré otros mayores, donde pondré toda mi cosecha y todos mis bienes. Y diré a mi alma: Alma mía, tienes muchos bienes reservados para muchos años; reposa, come, bebe, goza. Pero Dios, al mismo tiempo, dijo al hombre: ¡Que insensato eres! Esta misma noche será tomada tu alma; ¿para qué servirá lo que has acumulado? Eso es lo que sucede a aquél que acumula tesoros para sí mismo y no es rico ante Dios”. (Lucas, cap. XII, vv. 13 a 21.) (Cap. XVI, ítem 3)

234. Zaqueo, poniéndose ante el Señor, le dijo: “Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si he causado daño a alguien de alguna manera, lo resarciré cuadruplicado”. A lo que Jesús afirmó: “Esta casa recibió hoy la salvación, porque este hombre también es hijo de Abraham; porque el Hijo del hombre vino a buscar y salvar al que se había perdido”. (Lucas, cap. XIX, vv. 1 a 10.) (Cap. XVI, ítem 4)

235. Lázaro, el mendigo cubierto de llagas que deseaba mucho mitigar su hambre con las migajas que caían de la mesa del rico, pero nadie se las daba, murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Luego murió el rico, que tuvo por sepulcro el infierno. Encontrándose en los tormentos, el rico vio de lejos a Abraham y a Lázaro en su seno y, exclamando, dijo: “Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque sufro un horrible tormento en estas llamas”. Abraham le respondió: “Hijo mío, acuérdate que recibiste en vida tus bienes y que Lázaro sólo tuvo males; por eso, él ahora es consolado y tú atormentado. Además, existe para siempre un gran abismo entre nosotros y vosotros, de manera que los que quieren pasar de aquí para allá no pueden, como tampoco nadie puede pasar del lugar donde estás para acá”. (Lucas, cap. XVI, vv. 19 a 31.) (Cap. XVI, ítem 5)

236. El rico suplicó a Abraham que enviase a Lázaro a casa de su padre, donde tenía cinco hermanos, para que les diera su testimonio a fin de que no fuesen también a aquel lugar de tormento. Abraham le replicó: “Ellos tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”. El rico insistió: “No, padre Abraham, dijo él: si alguno de los muertos fuera donde ellos, harán penitencia”. Abraham le respondió: “Si ellos no oyen a Moisés ni a los profetas, tampoco creerán aunque alguno de los muertos resucitase”. (Lucas, cap. XVI, vv. 19 a 31) (Cap. XVI, ítem 5)

237. Si la riqueza constituyese un obstáculo absoluto para la salvación de los que la poseen, Dios, que la concede, habría puesto en las manos de algunos un instrumento de perdición, pensamiento que repugna a la razón. Sin duda, por los arrebatos que origina, las tentaciones que genera y la fascinación que ejerce, la riqueza constituye una prueba muy riesgosa, más peligrosa que la miseria. (Cap. XVI, ítem 7)

238. Ella (la riqueza) es el supremo estimulante del orgullo, el egoísmo y la vida sensual. Es el lazo más poderoso que sujeta al hombre a la Tierra y desvía sus pensamientos del cielo. Produce tal vértigo que, muchas veces, aquél que pasa de la miseria a la riqueza olvida pronto su anterior condición, a los que la compartieron con él, a los que le ayudaron, y se vuelve insensible, egoísta y vano. (Cap. XVI, ítem 7) 

239. Cuando Jesús dijo al joven: “Deshazte de todos tus bienes y sígueme”, no pretendió establecer como principio absoluto que cada uno deba despojarse de lo que posee y que la salvación sólo se obtiene a ese precio; sino sólo mostrar que el apego a los bienes terrenales es un obstáculo para la salvación. (Cap. XVI, ítem 7)

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Constituye la riqueza un premio para los hombres o una prueba muy difícil? 

La riqueza parece ser un premio pero, en verdad, es una prueba muy riesgosa y más peligrosa que la miseria, teniendo en cuenta los arrebatos que origina, las tentaciones que genera y la fascinación que suscita. La riqueza es, como sabemos, el supremo estimulante del orgullo, del egoísmo y la vida sensual. Es el lazo más poderoso que sujeta al hombre a la Tierra y desvía sus pensamientos del cielo.  

En un mensaje oportuno transmitido en el año 1863, Lacordaire dijo que ya sea que la fortuna nos haya llegado por herencia o la hayamos ganado con nuestro trabajo, hay una cosa que no debemos olvidar nunca: que todo proviene de Dios y todo vuelve a Dios. Nada en la Tierra nos pertenece, ni siquiera nuestro pobre cuerpo: la muerte nos despeja de él, como de todos los bienes materiales. De esta manera, somos depositarios y no propietarios, no nos engañemos. Dios nos lo ha prestado y tenemos que devolvérselo; y Él nos lo presta con la condición de que lo superfluo, por lo menos, les quede a los que carecen de lo necesario. No nos creamos con derecho de disponer para exclusivo provecho nuestro aquello que recibimos, no como donación sino simplemente como un préstamo. (El Evangelio según el Espiritismo, capítulo XVI, ítems 7 y 14.)

B. ¿Cómo explicar las desigualdades de las riquezas de la Tierra?

La desigualdad de las riquezas es uno de los problemas que inútilmente se tratará resolver, mientras sólo se considere la vida actual. La primera cuestión que se presenta es ésta: ¿Por qué todos los hombres no son igualmente ricos? No lo son por una razón muy sencilla: porque no son igualmente inteligentes, activos y laboriosos para adquirir, ni sobrios y previsores para conservar.

Es un punto matemáticamente demostrado que la riqueza, repartida con igualdad,  daría a cada uno una parcela mínima e insuficiente; que suponiendo efectuada esa repartición, en poco tiempo se rompería el equilibrio por la diversidad de los caracteres y las aptitudes; que suponiéndola posible y duradera, teniendo cada uno apenas con qué vivir, el resultado sería el aniquilamiento de todos los grandes trabajos que concurren al progreso y al bienestar de la Humanidad; que admitiendo que se diese a cada uno lo necesario, no habría ya el aguijón que empuja a los hombres a los grandes descubrimientos y a las empresas útiles. Si Dios la concentra en ciertos lugares es para que de allí se expanda en cantidad suficiente, conforme a las necesidades.

Admitido esto, nos preguntamos por qué Dios la concede a personas incapaces de hacerla fructificar para el bien de todos. También allí está una prueba de la sabiduría y la bondad de Dios. Al darle el libre albedrío, quiso Él que el hombre llegase por su propia experiencia a distinguir el bien del mal, y que la práctica del primero fuese el resultado de sus esfuerzos y de su voluntad. El hombre no debe ser conducido fatalmente ni al bien ni al mal, pues entonces no sería sino un instrumento pasivo e irresponsable, como los animales. La riqueza es un medio de probarle moralmente. Pero como al mismo tiempo es poderoso medio de acción para el progreso, Dios no quiere que permanezca largo tiempo improductiva, por lo que incesantemente la cambia de lugar.

Cada uno debe poseerla para ejercitarse en utilizarla y demostrar el uso que sabe hacer de ella. Pero, al ser materialmente imposible que todos la posean al mismo tiempo, y además de eso, si todos la poseyesen nadie trabajaría, con lo que el mejoramiento del planeta estaría en peligro, cada uno la posee a su vez. Así, uno que no la tiene hoy, ya la tuvo o la tendrá en otra existencia; otro que la tiene ahora, tal vez mañana no la tenga. Hay ricos y pobres, porque siendo Dios justo, como es, a cada uno le ordena trabajar cuando es su turno. La pobreza es, para los que la sufren, la prueba de la paciencia y de la resignación; la riqueza es para los otros, la prueba de la caridad y de la abnegación. (Obra citada, capítulo XVI, ítem 8.)

C. ¿Qué considera el Espiritismo como nuestra verdadera propiedad?

El hombre sólo posee como propiedad plena aquello que puede llevarse de este mundo. Disfruta de lo que encuentra al llegar y deja al partir, mientras permanece aquí. Pero al ser forzado a abandonar todo eso, no tiene la posesión real de sus riquezas, sino simplemente el usufructo.  ¿Qué posee entonces? Nada de lo que es para el uso del cuerpo; todo lo que es para el uso del alma: la inteligencia, los conocimientos, las cualidades morales. Esto es lo que él trae y lleva consigo, lo que nadie le puede arrebatar, lo que le será de mucho más utilidad en el otro mundo que en este. Depende de él, por lo tanto, ser más rico al partir que al llegar, porque de lo que haya adquirido en bien, dependerá su posición futura. Cuando alguien va a un país distante, llena su equipaje con objetos que le serán útiles en ese país; no carga aquellos que allí le serían inútiles. Procedamos del mismo modo en relación a la vida futura; aprovisionémonos de todo lo que allá nos pueda servir.

Al viajero que llega a una posada, se le da un buen alojamiento si puede pagarlo. A otro, de escasos recursos, le tocará uno menos agradable. Mientras que el que nada tiene, dormirá sobre la paja. Lo mismo le sucede al hombre a su llegada al mundo de los Espíritus: el lugar hacia dónde va depende de sus haberes. Pero no será con oro que él pagará. Nadie le preguntará: ¿Cuánto tenías en la Tierra? ¿Qué posición ocupabas? ¿Eras príncipe u obrero? Le preguntarán: ¿Qué traes contigo? No le servirá el valor de sus bienes, ni sus títulos, sino la suma de las virtudes que posea. Ahora bien, con respecto a esto, el obrero puede ser más rico que el príncipe. En vano alegará que antes de partir de la Tierra pagó con oro su entrada al otro mundo. Le responderán: Aquí no se compran los lugares: se conquistan mediante la práctica del bien. Con la moneda terrestre, has podido comprar campos, casas, palacios; aquí todo se paga con las cualidades del alma. ¿Eres rico en esas cualidades? Sé bienvenido y ve a uno de los lugares de primera categoría, donde te esperan todas las felicidades. ¿Eres pobre en ellas? Ve a los de la última, donde serás tratado conforme a tus haberes. (Obra citada, capítulo XVI, ítems 9 y 10.)

D. El hombre puede dar varias aplicaciones a la fortuna. ¿Cuál de ellas es la mejor?

Con respecto a la pregunta propuesta, la obra en estudio nos presenta dos clases de ideas. La primera, enseñada por el Espíritu de Cheverus (Burdeos, 1861), puede ser resumida así:

“Amaos los unos a los otros”, he ahí la solución al problema. Esta frase guarda el secreto del buen uso de las riquezas. Aquél que está animado por el amor al prójimo tiene allí trazada su línea de conducta. En la caridad está el empleo de las riquezas que más agrada a Dios. Claro está, no nos referimos a esa caridad fría y egoísta, que consiste en que la criatura reparta a su alrededor lo superfluo de una existencia dorada. Nos referimos a la caridad llena de amor, que busca a la desgracia y la levanta, sin humillarla. Al rico le diremos: Da no sólo de lo que te sobra, da un poco también de lo que te es necesario, porque lo que necesitas es todavía superfluo. Pero da con sabiduría. No rechaces al que se queja por recelo de que te engañe; ve a los orígenes del mal. Alivia primero; después, infórmate y ve si el trabajo, los consejos, el afecto mismo serán más eficaces que tu limosna. Difunde a tu alrededor con los socorros materiales, el amor a Dios, el amor al trabajo, el amor al prójimo. Coloca tus riquezas sobre una base que nunca te faltará y que te traerá grandes beneficios: la de las buenas obras. La riqueza de la inteligencia debes utilizarla como la del oro. Derrama alrededor de ti los tesoros de la instrucción; derrama sobre tus hermanos los tesoros de tu amor y ellos fructificarán.

He aquí la segunda propuesta, firmada por el Espíritu Fénelon (Argel, 1860):

Siendo el hombre el depositario, el administrador de los bienes que Dios puso en sus manos, se le pedirán severas cuentas del empleo que les haya dado, en virtud de su libre albedrío. El mal uso consiste en aplicarlos exclusivamente para su satisfacción personal; el buen uso, al contrario, todas las veces que de ello resulte cualquier bien para los demás. El merecimiento de cada uno está en  proporción al sacrificio que se impone a sí mismo. La beneficencia es sólo un modo de emplear la riqueza; da alivio a la miseria actual; apacigua el hambre, preserva del frío y proporciona abrigo al que no lo tiene. Pero igualmente imperioso y meritorio es prevenir la miseria. Esta es, sobre todo, la misión de las grandes fortunas, misión a ser cumplida mediante los trabajos de todo tipo que con ellas se puede ejecutar. El trabajo desarrolla la inteligencia y eleva la dignidad del hombre, permitiéndole decir, orgulloso, que gana el pan que come con su trabajo, mientras que la limosna humilla y degrada. La riqueza concentrada en una mano debe ser como una fuente de agua viva que esparce la fecundidad y el bienestar a su alrededor.

¡Vosotros ricos, que la empleáis según las miras del Señor! Vuestro corazón será el primero en beber de esa fuente bienhechora; ya en esta existencia gozareis de los inefables goces del alma, en vez de los goces materiales del egoísta, que producen un vacío en el corazón. Vuestros nombres serán benditos en la Tierra y, cuando la dejéis, el soberano Señor os dirá, como en la parábola de los talentos: “Siervo bueno y fiel, entra en la alegría de tu Señor”. En esa parábola, el servidor que enterró el dinero que le había sido confiado es la representación de los avaros, en cuyas manos la riqueza se conserva improductiva. 

Sin embargo, si Jesús habla principalmente de las limosnas, es porque en aquel tiempo y en el país que vivía no se conocían los trabajos que las artes y la industria crearon después y en las cuales las riquezas pueden ser aplicadas útilmente para el bien general. A todos los que pueden dar, poco o mucho, diré, pues: dad limosna cuando sea necesario; pero tanto como sea posible, convertidla en salario, a fin de que aquél que lo reciba no se avergüence. (Obra citada, capítulo XVI, ítems 11 y 13.)   

 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita