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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 314 – 2 de Junio de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

La limosna de la viuda

 

Mientras la madre hacía su tarea doméstica, el niño, que estaba aprendiendo a leer, curioso, cogió un libro y fue pasando las páginas. De repente, él paró en una hoja y preguntó:

— Mamá, ¿qué es óbolo?

La señora dejó lo que estaba haciendo y explicó:

— Óbolo, Joel, es una oferta, una limosna, una dádiva de valor pequeño. ¿Entendiste?
 

— ¡Ah! ¡Entendí. ¿Y viuda?

— Viuda es una mujer que perdió al marido y no se casó de nuevo. Tú estás leyendo la lección que se llama “El Óbolo de la Viuda”, ¿no es?

— ¿Tú lo conoces, madre? Entonces sabe también lo que es ga... zo... fi... ¡Vaya!...  ¡Mira! Que palabra difícil.

— Gazofilácio era una especie de cofre que había en el Templo de Jerusalén, donde se colocaban las

limosnas — la madre respondió, hallándolo gracioso.

— ¡Mamá, tú eres muy sabida! — exclamó el niño, admirado.   

Entonces, la madre se sentó cerca del hijo y fue ayudándolo a leer y entender el texto evangélico, que habla sobre el día que Jesús fue al Templo y, sentado cerca de la caja de las limosnas, observaba como las personas colocaban su ofrenda dentro de ella. Los que eran ricos daban mucho dinero, pero una pobre viuda dio sólo dos pequeñas monedas. Y Jesús, llamando la atención de los discípulos, dijo que, en verdad, más había dado aquella viuda que todos los otros, porque ellos habían dado de lo mucho que tenían, pero la viuda había dado todo lo que tenía, y todo lo que le restaba para su sustento.

Cuando la madre acabó de explicar al hijo, él mostró que había entendido:
 

— Mamá, Jesús dice que la gente debe hacer el bien y amar a todas las personas, ¿no es?

Entonces, Jesús debe haber quedado muy contento con la viuda pobre.

— Sí, hijo mío. Y Jesús deja claro que, para Dios, lo que realmente vale es el sentimiento con que hacemos una buena acción. Así, para Dios, tienen más valor las dos pequeñas monedas de la viuda, que todo el dinero que los ricos dieron para ser vistos y admirados por el

pueblo.  

El niño quedó pensativo por algunos instantes, después volvió a preguntar:

— ¿Mamá, y yo? ¡También quiero ayudar a los otros, pero no tengo ni dos moneditas!

La madre quedó emocionada con la preocupación del hijo.

— Joel, para Jesus, como tú viste, es más importante el motivo por el cual hacemos algo. Así, no te preocupes por poseer nada de material. Tú tienes algo mucho más importante  quedar a las personas: el amor de tu corazoncito. Entonces, piensa con el corazón, y cuando creas que debes ayudar a alguien, ayuda. Puede ser alguien en la escuela, en la calle, un animalito perdido… ¿Entendiste?

Animado, Joel abrió mucho los ojos y balanceó la cabeza, mostrando que había entendido. A la hora de dormir, se acostó pensando en el asunto y pidió a Jesus que lo enseñara a ayudar, a ser útil a las personas.

Al día siguiente, Joel despertó, se arregló y, al entrar en la cocina, vio a la madre toda atareada. Ella había perdido la hora y corría preparando el café de la familia, pues tenía hora marcada con un médico.

— No te preocupes, mamá. Yo coloco la mesa, después hago el sandwich y el zumo para  Ritinha. ¡Ah! Y también puedo llevarla para la escuela — la tranquilizó el niño.

La madre lo agradeció y corrió para arreglar a la pequeña Rita, que acababa de despertar. 

Joel hizo todo bien y después fue a tomar su desayuno. La hermanita se sentó, él le preparó la leche y el pan, que ella comió. Enseguida, él cogió las sandwicheras y ambos se despidieron de la madre, yendo para la escuela.

En la clase, un compañero tuvo dificultad para entender la materia y Joel, sentándose más cerca de él, lo ayudó.

En el recreo, se sentó para comer el sandwich y vio a una niña llorando. Se aproximó para saber lo que estaba ocurriendo; ella respondió, enjugando las lágrimas:

— Mi madre está enferma y oí a papá decir que ella va a ser operada. ¡Tengo miedo!

— No llores. Confía que Jesús va a ayudar a tu madre y ella inmediatamente quedará buena. Ahora, come tu sandwich antes que acabe el recreo — dijo Joel, abrazando a la pequeña y consolándola.

— No traje sandwich hoy. Lo olvidé — respondió la niña.

— Bueno. Entonces, voy a poder repartir mi sandwich contigo. No tengo hambre aún — dijo Joel, contento.

Él partió el sandwich en dos y echó la mitad del zumo en el vasito, que entregó a la chica, quedando con lo que había restado en la botella. Tras comer el sandwich, la niña miró para él, agradecida:

— Gracias. ¡Tu sandwich estaba muy bueno, pero ni sé tu nombre! El mío es Dora.

Joel dijo el nombre de él, pero no dio para continuar conversando, pues tocó la señal.

Había terminado el recreo y ellos tenían que volver para la sala, pero estaban felices.  

En la calle, Joel aún encontró un pajarito que había caído del nido y vio a una pajarita que debería ser la madre, pues estaba inquieta. Sin pensar dos veces, él dejó la mochila, lo subió y lo recolocó en el lugar, junto a la madrecita, que batía las alas, agradecida.     
 

En la hora del almuerzo, el padre preguntó al hijo como fue su mañana. Joel dijo animado:

— Fue buena, papá. Hoy yo di el óbolo de la viuda.

— ¡¿El qué?!... — indagó el padre, sin entender.
 

Intercambiando una mirada de complicidad con la madre, él sonrió.

— ¡Mamá entendió lo que yo dije! Después yo te lo explico mejor. Hoy voy a hacer la oración.

Y, delante de los padres, admirados, Joel dijo:

— Querido Jesús yo Te agradezco por esta mañana tan importante y por las oportunidades que tuve que ejercitar tu lección. ¡Gracias! 
 

                                                                MEIMEI 


(Recebida por Célia X. de Camargo, em Rolândia-PR, aos 29/4/2012.)
   


               
 
                                                                                   



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