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Editorial Português   Inglês    
Año 7 313 – 26 de Mayo de 2013
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

La oración es una fuerza
en nuestra vida


El editorial publicado en nuestra edición anterior suscitó interesantes comentarios alrededor de la oración y su efectivo valor.

La principal obra de la doctrina espirita – El Libro de los Espíritus, de Allan Kardec – dedica un capítulo entero a la oración, definiendo ésta como un legitimo acto de adoración al Creador de la vida, cuya importancia para nosotros es muy grande y bien superior a la que generalmente imaginamos.

“Orar a Dios – enseña el Espiritismo – es pensar en Él; es acercarse de Él; es ponerse en comunicación con Él.” (El Libro de los Espíritus, ítem 659.)

Enseñada por el Cristo y por sus instructores espirituales, la oración es, en verdad, una manifestación del alma en busca de la Presencia Divina, una especie de charla con el Creador o con sus representantes, y por eso debe ser desnuda de todo y cualquier formalismo.

La oración debe ser el primer acto en nuestro retorno a las actividades de cada día y, en razón de eso, cultivada diariamente. El Espíritu de Monod así lo recomienda en un mensaje constante del capítulo 27, ítem 22, d’ El Evangelio según el Espiritismo.

Recordemos aquí algunas recomendaciones que sobre la oración encontramos en la doctrina espirita:

·        La oración, cuando hecha con el corazón, es siempre agradable a Dios.

·        La oración debe ser secreta, no es necesario que sea larga y debe ser precedida del acto del perdón.

·        La oración no puede ser pagada, porque “es un acto de caridad, un lance del corazón”.

·        El esencial no es orar mucho, pero orar bien.

·        La oración debe ser espontánea, objetiva, llena de sentimientos elevados, que necesitan ser cultivados siempre.

·        La forma de la oración nada vale, pero sí el contenido.

·        La actitud de aquél que ora es íntima, eminentemente espiritual. Actitudes convencionales, posición externa y rituales son vestiduras dispensables al acto de orar.

·        La oración debe traducir lo que realmente estamos sintiendo, pensando y queriendo en aquel momento, de una manera precisa, sin que eso constituya una repetición de termos que, en la mayoría de las veces, son ininteligibles para quien los profiere.

·        La oración torna mejor el hombre, porque aquél que ora con fervor y confianza se hace más fuerte contra las tentaciones del mal y Dios le envía buenos Espíritus para asistirlo.

·        Podemos pedir a Dios que nos perdone las faltas, pero sólo obtendremos el perdón cambiando la manera de proceder, pues las buenas acciones son la mejor oración y los actos valen más que las palabras.

Hay en el Evangelio un ejemplo de oración que debería servir como modelo para todos nosotros que habitualmente oramos. Hablamos de la oración del publicano, narrada en el cap. XVIII del Evangelio según Lucas. Recordemos la lección, que nos enseña que la humildad y la sinceridad son requisitos fundamentales en la oración: 

“Jesús también dijo esta parábola a algunos que ponían su confianza en sí mismos, como siendo justos, y despreciaban los otros: Dos hombres subieron al templo para orar; uno era fariseo, publicano el otro. El fariseo, conservándose de pie, oraba así, consigo mismo: Dios mío, os imploro gracias por no ser como los otros hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros, ni mismo como ese publicano. Ayuno dos veces por la semana; doy el diezmo de todo lo que poseo.    

El publicano, al contrario, conservándose apartado, no osaba, siquiera, erguir los ojos al cielo; pero golpeaba en el pecho, diciendo: Dios mío, tened piedad de mí, que soy un pecador.

Os declaro que éste volvió para su casa, justificado, y el otro no; dado que aquél que se eleva será rebajado y aquél que se humilla será elevado.” (Lucas, cap, XVIII, vv del 9 al 14.)

Además de la humildad y de la sinceridad ejemplificadas en la oración del publicano, otro requisito esencial es destacado por Jesús en su enseñanza sobre la oración, o sea, el olvido y el perdón que debemos conceder a los que nos tengan perjudicado. Jesús nos recomienda expresadamente que debamos reconciliarnos con los adversarios, antes de ofrecer al Padre nuestra ofrenda y elevar a Él nuestra oración. 

Según la doctrina espirita, tres cosas podemos hacer por medio de la oración: loar, pedir y agradecer.

Loar es reconocer y enaltecer a Dios por todo lo que Él creó. Significa aceptar con alegría todo lo que nos rodea, que, en lo que se refiere a la participación del Señor en nuestra vida, es siempre justo, equilibrado y perfecto. Ejemplo de oración de alabanza es el Salmo 23 de David.

En lo que se refiere a la oración de pedido, he aquí algo que todos hacemos, pero son pocos, en verdad, los que sabemos hacerlo, lo que nos lleva generalmente a pedir a Dios aquello que no se debe. No debemos pedir, por ejemplo, el alejamiento del dolor, pero las fuerzas y la comprensión para soportarla.

Emmanuel nos da a propósito de eso, en “Recados del Más Allá de la Tumba”, un ejemplo que deberíamos seguir en nuestras oraciones de pedido: “Jesús! Reconozco que Tu voluntad es siempre el mejor para cada uno de nosotros; pero si me permites algo pedirte, ruego que me auxilies a ser una bendición para los otros”.

Concluyendo, es bueno que nos acordemos de agradecer también a Dios la bendición de la vida, la familia que tenemos, los amigos que nos rodean, la salud y las oportunidades que Él nos concede todos los días con la generosidad y la paciencia de un verdadero Padre.



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita