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Año 7 311 – 12 de Mayo de 2013
ALTAMIRANDO CARNEIRO           
alta_carneiro@uol.com.br     
São Paulo, SP (Brasil)  
 
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 
 

Princesa Isabel

Isabel, la princesa que amó a Brasil


El periódico  O Imortal (El Inmortal), el mes de abril de 1988, publicó una entrevista de Marcelo Borela de Oliveira con la médium Irene Carvalho, de Brasilia, la cual informó que la Princesa Isabel se comunicaba como una negra-vieja, la Madre Isabel, y que su trabajo por la liberación de los esclavos fue de la más alta misión que desempeñó durante la Corona.

En la entrevista, la médium informa que, según Madre Isabel, no solamente en Brasil, como también en otros países, la raza negra iría a destacarse, lo que, efectivamente, ha ocurrido. Informa también que reencarnado en cuerpo de memoria negra, un Espíritu de gran fuerza moral y de persuasión subiría al poder. (¿Habría sido Barack Obama?)

Según Irene Carvalho, la Madre Isabel – que prefería presentarse como una negra-vieja y no como la Princesa Isabel – informó, en comunicación, que aún oía el clamor del negro esclavo que aún tras liberado lloraba sus dolores, sin tener para donde ir. Y que al firmar la Ley Áurea su mano fue conducida por otra mano más fuerte. Una enorme fuerza brotó dentro de ella y, aunque quisiera, no podría retroceder. Fue un momento de enorme emoción, y ella lloró.

El Espíritu de Isabel y la misión de
extinguir la esclavitud

Isabel Cristina Leopoldina Augusta Miguela Gabriela Rafaela Gonzaga de Bragança y Borbon, que quedaría conocida por los brasileños como la Princesa Isabel, nació en el Paço de San Cristóbal, en Río de Janeiro, el día 29 de julio de 1846, a las 18 horas y 26 minutos. Según Humberto de Campos, por la psicografia de Francisco Cândido Xavier en el libro Brasil, Corazón del Mundo, Patria del Evangelio (FEB), ella, hija del Emperador Don Pedro II y de la Emperatriz Tereza Cristina, vino al planeta en atención a un pedido suyo al Plano Espiritual para reencarnar y, así, colaborar para la emancipación de los esclavos, en la condición de hija del Emperador.

Por casi cuatro décadas, de 1851 a 1889, ella fue la legítima heredera constitucional del trono brasileño y entre los años de 1871 y 1888, en un total de tres años y medio, Isabel fue la gobernante brasileña, llenando, conforme la Constitución de 1824, la ausencia del Emperador Don Pedro II en sus viajes al extranjero. Casada con Luís Gastão de Orléans, el Conde de York, un príncipe francés, ella firmó el 28 de septiembre de 1871 la Ley del Vientre Libre, que decretaba libres los hijos de mujer esclava nacidos a partir de aquella fecha. El 28 de septiembre de 1885 firmó la Ley de los Sexagenarios, que liberaba a los esclavos de más de sesenta años. Y el 13 de mayo de 1888 firmó la Ley Áurea, aboliendo la esclavitud, que tenía sólo dos dispositivos: el primero declara extinguida la esclavitud en Brasil. Y el segundo revoca disposiciones en contra.

Repercusión espiritual del acto que
extinguió la esclavitud

El libro Brasil, Corazón del Mundo, Patria del Evangelio, registra:

“Las falanges de Ismael contaban con colaboradores decididos en el movimiento liberador, cuáles Castro Alves, Río Blanco y Patrocinio. La propia princesa Isabel, cuyas tradiciones de nobleza y bondad jamás serán olvidadas en el corazón de Brasil, hubo venido al mundo con su tarea definida, en el trabajo bendecido de la abolición.

“(...) Pero Ismael articula de lo Alto los elementos necesarios a la gran victoria. El generoso Emperador es alejado del trono, los primeros meses de 1888, bajo la influencia de los mentores invisibles de la Patria, volviendo la Regencia a la princesa Isabel, que ya había sancionado la ley benéfica en 1871.

“(...) A 13 de mayo de 1888 es presentada a la regente la propuesta de ley para la inmediata extinción del cautiverio, ley que D. Isabel, cercada de entidades angélicas y misericordiosas, sanciona sin dudar, con la noble serenidad de su corazón de mujer. Ese día inolvidable, toda una onda de claridades compasivas descendía de los cielos sobre las extensiones del Norte y del Sur de la Patria del Evangelio. A Río de Janeiro acudían multitudes de seres invisibles, que se asociaron a las grandiosas solemnidades de la abolición. Junto al espíritu magnánimo de la princesa, permanece Ismael con la bendición de su generosa y tocante alegría. Fue por eso que Patrocinio, en el arrebatamiento de júbilo, se arrastró de rodillas hasta los pies de la princesa, piadosa y cristiana. Por todas partes, se esparcieron alegrías contagiosas y comunicativas esperanzas.”

En el libro Lázaro Renacido (FEB), el Hermano X (Humberto de Campos), por la psicografia de Francisco Cândido Xavier, nos habla sobre la continuidad del trabajo de la Princesa Isabel (y de los abolicionistas) después de su desencarnación, el 14 de noviembre de 1921, en París. “¿Supone usted que la Abolición terminó el 13 de mayo de 1888? La gran revolución de la Princesa Admirable alcanzó a los ‘esclavos físicos’, continuándose aquí el servicio de liberación de los ‘cautivos espirituales’. José del Patrocinio y Luís Gamma, Antonio Bento y Castro Alves, André Rebouças y Joaquín Nabuco prosiguen en la jornada redentora. La Princesa Isabel no considera el movimiento terminado y continúa, también, sirviendo a la gran causa, desatando las cadenas de la ignorancia y encendiendo nuevas luces en la esfera a que usted llegará en futuro próximo.”

Perfil de la Princesa Isabel, una mujer
piadosa y cristiana

El fascículo 36 - Grandes personajes de nuestra Historia (Princesa Isabel), de  Abril Cultural, registra el perfil de la Princesa Isabel:

“Vestido de lana blanca bordado, manto de seda verde pendiente de la cintura, de rodillas delante del trono, la mano derecha sobre los Evangelios (...)

“Baja, cabellos rizados, ojos azules, rostro redondo, boca pequeña, estaba sentada en la silla de alto espaldo. Delante de sí la mesa de carpetas, papeles, el tintero de bronce, las plumas de ganso, la cajita con arena usada para absorber el exceso de tinta. Con letra firme describía a su padre su primer día de regencia: (...)

La Princesa fue mucho más allá del simple acto de firmar las Leyes del Vientre Libre, Ley de los Sexagenarios y Ley Áurea. Es lo que se queda sabiendo por el reportaje de Priscilla Leal (El lado rebelde de la Princesa Isabel), en la revista Nuestra Historia, de mayo de 2006, la cual dice que una carta inédita, pinzada del acervo de 3 mil documentos del Memorial Vizconde de Mauá, revela que la Princesa defendía la indemnización de ex esclavos, la reforma agraria y el voto femenino.

Materia de Paulo Roberto Viola (Los tiempos de Brasil Imperio), en la edición 30 de la Revista Espírita Más Allá de la Vida, informa que un documento fidedigno y otros indicios sugieren la deducción histórica de que la Princesa Isabel, si no alimentaba velada simpatía por el Espiritismo, demostraba, al menos, interés por el conocimiento de la Doctrina Espírita, que era objeto de conversaciones en la Corte Imperial, debido a la fuerte influencia francesa en la Capital del Imperio. Manuel de Araújo Porto Alegre, el Barón de San Ângelo, fue quién llevó el interés por el Espiritismo a la Corte Imperial, en especial a la Princesa Isabel, que hizo el juramento constitucional en nombre del Catolicismo, pero nutría una fuerte simpatía por la Doctrina Espírita.

Antes de la Ley Áurea, Isabel protegió a
esclavos fugitivos

En una carta a su amigo personal Joaquín Manuel de Macedo, autor del clásico de la literatura brasileña La Moreninha y que gozaba de la intimidad de la familia imperial, pues fuera profesor de las hijas de la Princesa Isabel, Manuel de Araújo Porto Alegre le confió el interés que la Princesa despertó por el Espiritismo, habiéndole confiado su interés en saber quién sería su Espíritu protector. Por todo eso, el espírita Barón de San Ângelo decía: “Si los nobles gobernantes y legisladores fueran espíritas, todo andaría mejor, porque había de creer en Dios, en la vida futura y volver para sus grandes y sublimes deberes”.

La Princesa Isabel actuaba con todas las características de una verdadera cristiana, no midiendo esfuerzos para acciones humanitarias y caritativas. En 1877 se empeñó en la organización de un concierto benéfico en pro de las víctimas de la gran sequía; financiaba la libertad de ex-esclavos con sus propios recursos; amparaba ostensivamente un refugio de negros en la Zona Sur de Río de Janeiro, el llamado Quilombo del Leblon; enfrentó la presión y reacción de ricos hacendados y esclavistas que no querían la abolición de la esclavitud. Según informan documentos, la Princesa habría intentado indemnizar a ex-esclavos con recursos de un establecimiento de la época, el Banco Mauá.

Según historiadores, Isabel practicaba la caridad con filtrada conciencia de su responsabilidad como gobernante, en una época en que las comunidades necesitadas vivían la indiferencia de las elites gobernantes. En el libro Las Camelias del Leblon y la Abolición de la Esclavitud, el historiador Eduardo Silva, Maestro en Historia por la Universidad Federal Fluminense, dice que la Princesa Isabel protegía a esclavos fugitivos en Petrópolis; el abolicionista André Rebouças informa que el día 4 de mayo de 1888 almorzaron en el Palacio Imperial 14 africanos huidos de las haciendas circunvecinas a la Petrópolis, siendo que todo el esquema de fugas y alojamiento de esclavos fue montado por la propia Princesa Isabel. A las vísperas de la Abolición, se registraba más de mil fugitivos acogidos y hospedados por la Princesa.

Extinguido el régimen imperial, Isabel y familiares fueron exiliados

Se registra que antes de la firma de la Ley Áurea, su marido, el Conde de York, la advirtió: “No firmes, Isabel, puede ser el fin de la Monarquía”. Pero ella estaba determinada, sin ningún sentimiento personal de egoísmo, o apego al poder: Y respondió, resoluta: “Es ahora o nunca. El negro necesita de la libertad”. Y así, firmó el histórico documento. Un año tras la firma de la Ley Áurea, la Princesa Isabel vio confirmada la premonición del Barón de Cotegipe, João Maurício Wanderley, que era contrario a la abolición de la esclavitud: “Vuestra Alteza liberó una raza, pero perdió el trono”. Ella no dudó al responder, con el sentimiento de una verdadera cristiana: “Mil tronos yo tuviese, mil tronos yo daría para liberar a los esclavos”.

Con la extinción del Imperio en 1889, Don Pedro II fue para el exilio, en Normandia, Francia, pasando a adoptar el nombre de Pedro de Alcántara. La Familia Imperial dejó el País por un impiadoso, frío, ingrato y humillante destierro, impuesto por el Decreto número 78-A, del 21 de diciembre de 1889, suscrito por un amigo de Don Pedro II, el Mariscal Deodoro da Fonseca, que era íntimo de Don Pedro II y de su casa.

Don Pedro II dejó el País rechazándose a recibir la enorme cuantía de 5 mil escudos, que el Decreto de destierro le había reservado para que pudiera restablecerse en el exilio. Informa Humberto de Campos (Espíritu), en el libro Brasil, Corazón del Mundo, Patria del Evangelio, que él lo hizo con lágrimas en los ojos, habiendo rechazado todas las propuestas de reacción, confortado por las luces de lo Alto, que el no abandonara en toda su vida.

En mensaje del 16 de noviembre de 1889, dejada la Nación que tanto amó y revelando un corazón bondadoso y resignado, dijo: “Me ausento, pues, con todas las personas de mi familia, conservaré de Brasil del más añorado recuerdo haciendo los más ardientes votos por su grandeza y prosperidad”. El 5 de diciembre de 1891, a la media noche y media, el monarca dejaba el Planeta, desencarnando en razón de una neumonía, sin nunca más haber pisado la Tierra que tanto amó.

Aunque el Presidente Epitácio Pessoa haya revocado, a través del Decreto Presidencial número 4.120, del 3 de septiembre de 1920, el acto normativo republicano que proscribió la Familia Real, la Princesa Isabel no volvería más a Brasil, pues desencarnó el 14 de noviembre de 1921, en Francia, tierra de Allan Kardec. Los restos mortales de Don Pedro II, de la Emperatriz Tereza Cristina, de la Princesa Isabel y de su marido, el Conde de York, reposan en el interior de la capilla que queda a la derecha del espacio libre de la catedral de San Pedro de Alcántara, en la ciudad serrana de Petrópolis, que ellos tanto amaban.



 


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