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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 7 310 – 5 de Mayo de 2013

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 

El Evangelio según el Espiritismo

Allan Kardec 

 (Parte 16)
 

Continuamos el estudio metódico de “El Evangelio según el Espiritismo”, de Allan Kardec, la tercera de las obras que componen el Pentateuco Kardeciano, cuya primera edición fue publicada en abril de 1864. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Cómo se considera el egoísmo en el Espiritismo?

B. ¿En qué consiste la verdadera caridad?

C. ¿Cómo entender la lección de Jesús sobre el amor a nuestros enemigos?

D. ¿Cuáles son las razones por las que nos recomiendan el perdón, la indulgencia y el amor a los enemigos?

Texto para la lectura

166. “¿Será reprochable observar las imperfecciones de los demás cuando de ello no pueda resultar ningún provecho, incluso cuando no sean divulgadas?” – Todo depende de la intención. Por cierto, a nadie se le impide ver el mal cuando éste existe. Habría incluso   inconveniente en ver en todas partes sólo el bien. Semejante ilusión perjudicaría el progreso. El error está en hacer que la observación redunde en detrimento del prójimo, desacreditándolo sin necesidad ante la opinión general. Igualmente reprensible sería hacerlo sólo para dar rienda suelta a un sentimiento de malevolencia y a la satisfacción de encontrar en falta a los demás. (Cap. X, ítem 20, San Luis)

167. Sucede todo lo contrario cuando, extendiendo un velo sobre el mal, para que el público no lo vea, aquél que note los defectos del prójimo lo haga en provecho personal, es decir, para ejercitarse en evitar lo que reprueba en los demás. (Cap. X, ítem 20, San Luis)

168. “Haced a los hombres lo que queráis que ellos hagan con vosotros, pues en esto consiste la ley y los profetas”. (Mateo, cap. VII, v. 12). “Tratad a los hombres como quisiereis que ellos os traten” (Lucas, cap. VI, v. 31). La práctica de estas máximas tiende a la destrucción del egoísmo. Cuando las adopten por regla de conducta y por base de sus instituciones, los hombres comprenderán la verdadera fraternidad y harán que reine entre ellos la paz y la justicia. Entonces no habrá ya odios ni disensiones, sino sólo unión, concordia y benevolencia mutua. (Cap. XI, ítems 2 y 4)

169. “Mostradme una de las monedas que se dan en pago del tributo. Y presentándole  ellos un denario, preguntó Jesús: ¿De quién son esta imagen y esta inscripción? – De César, respondieron ellos. Entonces, les dijo Jesús: Dad, pues, a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”. (Mateo, cap. XXII, vv. 15 a 22). La pregunta propuesta a Jesús – si estaba permitido pagar el tributo a César – fue motivada por el hecho de que los judíos, que aborrecían el tributo que Roma les imponía, habían hecho del pago de ese tributo una cuestión religiosa. Había, pues, en la pregunta una trampa, porque los que la formulaban pretendían incitar contra Él, a la autoridad romana o a los judíos disidentes. Jesús, conociendo su malicia, eludió la dificultad y les dio una lección de justicia, al enseñar que se debe dar a cada uno lo es debido. (Cap. XI, ítems 5 y 6)

170. La máxima: “Dad al César lo que es del César” no debe ser entendida de manera restrictiva y absoluta. Como en todas las enseñanzas de Jesús, hay en ella un principio general, resumido bajo una forma práctica y usual, y deducido de una circunstancia particular. Ese principio es consecuente con aquél otro según el cual debemos proceder con los demás como queremos que ellos procedan con nosotros. Condena, pues, todo perjuicio material y moral que se pueda causar a otros, toda postergación de sus intereses, y prescribe el respeto a los derechos de cada uno, como cada uno desea que se respeten los suyos. (Cap. XI, ítem 7)

171. El amor resume toda la doctrina de Jesús, porque ése es el sentimiento por excelencia, y los sentimientos son los instintos elevados a la altura del progreso realizado. En su origen, el hombre sólo tiene instintos; cuanto más avanzado y corrompido, sólo tiene sensaciones; cuando es instruido y purificado, tiene sentimientos. Y el punto delicado del sentimiento es el amor, no el amor en el sentido vulgar de la palabra, sino ese sol interior que condensa y reúne en su ardiente núcleo todas las aspiraciones y todas las revelaciones sobrehumanas. (Cap. XI, ítem 8, Lázaro)

172. Cuando Jesús pronunció la palabra divina – amor -, los pueblos se estremecieron y los mártires, embriagados de esperanza, descendieron al circo. A su vez, el Espiritismo viene a pronunciar una segunda palabra del alfabeto divino. Estad atentos, pues, que esa palabra levanta la lápida de las tumbas vacías, y la reencarnación, triunfando de la muerte, revela a las criaturas deslumbradas su patrimonio intelectual. (Cap. XI, ítem 8, Lázaro)

173. Los instintos son la germinación y los embriones del sentimiento; traen consigo el progreso, como la bellota encierra en sí a la encina, y los seres menos adelantados son los que, emergiendo poco a poco de sus crisálidas, se mantienen esclavizados a sus instintos. El Espíritu necesita ser cultivado, como un campo. Toda la riqueza futura depende de la labor del presente, que os traerá mucho más que bienes terrenos: la gloriosa elevación. Entonces, comprendiendo la ley de amor que une a todos los seres, buscaréis en ella los suaves goces del alma, preludios de las alegrías celestes. (Cap. XI, ítem 8, Lázaro)

174. El amor es de esencia divina y todos vosotros, desde el primero hasta el último, tenéis en el fondo del corazón la chispa de ese fuego sagrado. Es un hecho que ya habéis podido comprobar muchas veces: el hombre, por más abyecto, vil y criminal que sea, consagra a un ser o un objeto un afecto vivo y ardiente, a prueba de todo cuanto tienda a disminuirlo y que, a menudo, alcanza proporciones sublimes. (Cap. XI, ítem 9, Fénelon)

175. Dijo Jesús: “Amad a vuestro prójimo como a vosotros mismos”. Ahora bien, ¿cuál es el límite en relación al prójimo? ¿Será la familia, la secta, la nación? No; es toda la Humanidad. (Cap. XI, ítem 9, Fénelon)

176. Los efectos de la ley del amor son el mejoramiento moral de la raza humana y la felicidad durante la vida terrestre. No creáis en la esterilidad y en el endurecimiento del corazón humano; a su pesar, él cede al amor verdadero. El contacto de ese amor vivifica y fecunda los gérmenes que de él existen, en estado latente, en vuestros corazones. (Cap. XI, ítem 9, Fénelon)

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Cómo se considera el egoísmo en el Espiritismo?

El egoísmo es una llaga de la Humanidad y por eso debe desaparecer de la Tierra, cuyo progreso moral impide. Es el objetivo hacia el cual todos los verdaderos creyentes deben apuntar sus armas, dirigir sus fuerzas, su coraje. Que cada uno, pues, ponga todos sus esfuerzos en combatirlo en sí mismo, seguro de que ese monstruo devorador de todas las inteligencias, ese hijo del orgullo, es el causante de todas las miserias del mundo terreno y la negación de la caridad, motivo por el cual, es el mayor obstáculo para la felicidad de los hombres.

Con el egoísmo y el orgullo, que se dan la mano, la vida será siempre una carrera en la que vencerá el más astuto, una lucha de intereses en la que serán pisoteados los más santos afectos, donde ni siquiera los sagrados lazos de la familia merecerán respeto. (El Evangelio según el Espiritismo, capítulo XI, ítems 11 y 12.)

B. ¿En qué consiste la verdadera caridad?

La verdadera caridad, que constituye una de las más sublimes enseñanzas que Dios ha dado al mundo, no consiste sólo en la limosna que damos, ni incluso en las palabras de consuelo que agreguemos. No; no es sólo eso lo que Dios quiere de nosotros. La caridad sublime, que Jesús enseñó, también consiste en la benevolencia que practiquemos siempre y en todas las cosas para con nuestro prójimo. (Obra citada, capítulo XI, ítems 13 y 14.)

C. ¿Cómo entender la lección de Jesús sobre el amor a nuestros enemigos?

Si el amor al prójimo constituye el principio de la caridad, amar a los enemigos es la más sublime aplicación de ese principio, porque la posesión de tal virtud representa una de las más grandes victorias alcanzadas contra el egoísmo y el orgullo. Sin embargo, por lo general hay una equivocación acerca del sentido de la palabra amar referida en esa enseñanza. Al expresarse así, Jesús no pretendió que cada uno de nosotros tenga por el enemigo la ternura que dispensa a un hermano o amigo. La ternura presupone confianza; ahora bien, nadie puede tener confianza en una persona, sabiendo que ésta le quiere mal; nadie puede tener con ella las expansiones de la amistad, sabiendo que es capaz de abusar de esa actitud. Entre personas que desconfían unas de otras, no pude haber esas manifestaciones de simpatía que existen entre las que comulgan en las mismas ideas. En fin, nadie puede sentir, al estar con un enemigo, el mismo placer que siente en la compañía de un amigo.

Amar a los enemigos no es, por lo tanto, tener por ellos un afecto que no está en la naturaleza, porque el contacto con un enemigo nos hace latir el corazón de un modo muy distinto de cuando late al contacto de un amigo. Amar a los enemigos es no guardarles rencor, ni deseos de venganza; es perdonarles sin segunda intención y sin condiciones, el mal que nos causen; es no oponer ningún obstáculo a la reconciliación con ellos; es desearles el bien y no el mal; es experimentar júbilo en vez de pesar, por el bien que les suceda; es socorrerlos si se presenta la ocasión; es abstenerse ya sea en palabras o en actos de todo lo que les pueda perjudicar; es, finalmente, retribuirles siempre bien por mal, sin intención de humillarlos. (Obra citada, capítulo XII, ítems 1, 3 y 4.)

D. ¿Cuáles son las razones por las que nos recomiendan el perdón, la indulgencia y el amor a los enemigos?

Los motivos son varios. En primer lugar, sabemos que la maldad no es un estado permanente en los hombres; que ella deriva de una imperfección temporal y que, así como el niño se corrige de sus defectos, el hombre malo reconocerá un día sus errores y se volverá bueno. En segundo lugar, también sabemos que la muerte sólo nos libra de la presencia material de nuestro enemigo, porque éste podrá perseguirnos con su odio aun después de haber dejado la Tierra; que de esta manera, la venganza que tomemos no logra su objetivo, porque por el contrario, tiene como efecto producir una irritación mayor, capaz de pasar de una existencia a otra.

No hay un corazón tan perverso que, aunque le pese, no se muestre conmovido ante el buen proceder. Con el buen proceder se quita, por lo menos, todo pretexto de represalias, y hasta puede hacerse de un enemigo un amigo, antes y después de su muerte. Con un mal proceder, el hombre irrita a su enemigo, que entonces se constituye en un instrumento del que la justicia de Dios se sirve para castigar a aquél que no perdonó. (Obra citada, capítulo XII, ítems 5 y 6.)

 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita