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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 7 309 – 28 de Abril de 2013

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 

El Evangelio según el Espiritismo

Allan Kardec 

 (Parte 15)
 

Continuamos el estudio metódico de “El Evangelio según el Espiritismo”, de Allan Kardec, la tercera de las obras que componen el Pentateuco Kardeciano, cuya primera edición fue publicada en abril de 1864. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del texto.

Preguntas para debatir

A. Si nadie es perfecto, ¿no podemos reprender la actitud del prójimo?

B. ¿Hay casos en los que sea útil revelar el mal de otro?

C. ¿Cuál es el mayor mandamiento de la ley de Dios?

D. ¿Cuál es el concepto espírita de “amar al prójimo”?

Texto para la lectura

156. Cuando Jesús dice: “Id y reconciliaos con vuestro hermano, antes de poner vuestra ofrenda en el altar”, nos enseña que el sacrificio más agradable al Señor es el que el hombre hace de su propio resentimiento. Sólo entonces su ofrenda será aceptada, porque vendrá de un corazón desprovisto de todo mal pensamiento. (Cap. X, ítem 8)

157. “¿Cómo veis una paja en el ojo de vuestro hermano, y no veis una viga en vuestro ojo?”, he aquí la conocida advertencia hecha por Jesús. Una de las necedades de la Humanidad consiste en ver el mal de otros antes de ver el mal que está en nosotros. Para juzgarse a sí mismo, sería necesario que el hombre pudiese ver su interior en un espejo, pudiese transportarse fuera de sí mismo, considerarse como otra persona y preguntarse: ¿Qué pensaría yo si viese a alguien hacer lo que hago? Indudablemente, es el orgullo el que induce al hombre a disimular para sí mismo sus defectos. (Cap. X, ítems 9 y 10)

158. Por eso mismo, porque es el padre de muchos vicios, el orgullo es también la negación de muchas virtudes. Se le encuentra en el fondo y como móvil de casi todas las acciones humanas. Esa es la razón por la que Jesús se empeñó tanto en combatirlo, como principal obstáculo para el progreso. (Cap. X, ítem 10)

159. “Aquél que esté sin pecado, que arroje la primera piedra”, dijo Jesús. Esta máxima hace de la indulgencia un deber para con los demás, porque no hay nadie que no necesite de indulgencia para sí mismo, una virtud que nos enseña que no debemos juzgar a los demás con más severidad de la que nos juzgamos a nosotros mismos. (Cap. X, ítem 13)

160. No se debe tomar en sentido absoluto este principio: “No juguéis si no queréis ser juzgado”, porque la letra mata y el espíritu vivifica. No es posible que Jesús haya prohibido que se derrote al mal, puesto que Él mismo nos dio dicho ejemplo, y lo hizo incluso en términos enérgicos. Lo que Él quiso decir es que la autoridad para censurar está en razón directa de la autoridad moral de aquél que censura. Hacerse culpable de aquello que condena en otros es abdicar de dicha autoridad, es renunciar al derecho de represión.  A los ojos de Dios, una única autoridad legítima existe: la que se apoya en el ejemplo que ofrece del bien. (Cap. X, ítem 13)

161. Espíritas, jamás olvidéis que, tanto en palabras como en actos, el perdón de las injurias no debe ser un término vano. Puesto que os decís espíritas, sedlo. Olvidad el mal que os hayan hecho y no penséis sino en una cosa: en el bien que podéis hacer. Cuidad de eliminar de vuestro pensamiento todo sentimiento de rencor. Feliz aquél que puede dormir todas las noches diciendo: Nada tengo contra mi prójimo. (Cap. X, ítem 14, Simeón)

162. La indulgencia no ve los defectos de los demás, o si los ve, evita hablar de ellos. Por el contrario, los oculta, a fin de que únicamente ella los conozca; y si la malevolencia los descubre, tiene siempre una excusa lista para ellos, excusa plausible, seria, no de las que con apariencia de atenuar la falta, la hacen más evidente con pérfida intención. (Cap. X, ítem 16, José)

163. Sed pues severos para con vosotros, e indulgentes para con los demás. Recordad a aquél que juzga en última instancia, que ve los pensamientos íntimos de cada corazón y que, por consiguiente, disculpa muchas veces las faltas que censuráis, o condena las que reveláis, porque conoce el móvil de todos los actos. (Cap. X, ítem 16, José)

164. Sed indulgentes con las faltas ajenas, cualesquiera que ellas sean; no juzguéis con severidad sino a vuestras propias acciones y el Señor usará de indulgencia con vosotros. Sostened a los fuertes: alentadlos a la perseverancia. Fortaleced a los débiles, mostrándoles la bondad de Dios, que toma en cuenta el menor arrepentimiento; mostrad a todos al ángel del arrepentimiento extendiendo sus blancas alas sobre las faltas de los humanos y ocultándolas, así, a los ojos de aquél que no puede tolerar lo que es impuro. (Cap. X, ítem 17, Juan, obispo de Burdeos)

165. Queridos amigos, sed severos con vosotros, e indulgentes con las debilidades de los demás. Esta es una práctica de la santa caridad, que muy pocas personas observan. Todos vosotros tenéis malas inclinaciones que vencer, defectos que corregir, hábitos que modificar; todos tenéis un fardo más o menos pesado que cargar, para poder ascender a la cima de la montaña del progreso. ¿Por qué, entonces, habéis de mostraros tan clarividentes en relación al prójimo y tan ciegos respecto a vosotros mismos? (Cap. X, ítem 18, Dufêtre, Obispo de Nevers)

Respuestas a las preguntas propuestas

A. Si nadie es perfecto, ¿no podemos reprender la actitud del prójimo?

Con seguridad, no es esa la conclusión a sacar, porque todos nosotros debemos trabajar por el progreso de todos y, sobre todo, de aquellos cuya tutela nos fue confiada. Pero, por eso mismo, debemos hacerlo con moderación, con un fin útil, y no como la mayoría de las veces, por el placer de denigrar. En este último caso, la reprimenda es una maldad; en el primero es un deber que la caridad ordena que se cumpla con todo el cuidado posible. El error está en hacer que la observación redunde en detrimento del prójimo, desacreditándolo sin necesidad ante la opinión general. Igualmente reprensible sería hacerlo sólo para dar rienda suelta a un sentimiento de malevolencia y a la satisfacción de encontrar a los demás en falta. Sucede totalmente lo contrario cuando, extendiendo un velo sobre el mal, para que el público no lo vea, aquél que note los defectos del prójimo lo haga en provecho personal, es decir, para educarse en evitar lo que reprueba en los demás. (El Evangelio según el Espiritismo, capítulo X, ítems 19 y 20.)

B. ¿Hay casos en los que sea útil revelar el mal de otro?

Si las imperfecciones de una persona sólo la perjudican a ella, no hay ninguna utilidad en divulgarlas. Pero si pueden acarrear perjuicio a terceros, se debe atender de preferencia al interés del mayor número. Según las circunstancias, desenmascarar la hipocresía y la mentira puede constituir un deber, porque más vale que caiga un hombre que muchos lleguen a ser sus víctimas. En tal caso, se debe pesar la suma de las ventajas y de los inconvenientes. (Obra citada, capítulo X, ítem 21.)

C. ¿Cuál es el mayor mandamiento de la ley de Dios?

A esta pregunta Jesús respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todo tu espíritu; éste es el mayor y el primer mandamiento. Y aquí tenéis el segundo, semejante a aquél: Amarás a tu prójimo, como a ti mismo. Toda la ley y los profetas están contenidos en estos dos mandamientos”. (Obra citada, capítulo XI, ítems 1, 2 y 4.)

D. ¿Cuál es el concepto espírita de “amar al prójimo”?

Amar, en el sentido profundo del término, es ser leal, probo, concienzudo, para hacer a los demás lo que se quiere para sí mismo; es buscar en torno de sí el sentido íntimo de todos los dolores que agobian a sus hermanos, para aliviarlos; es considerar como suya a la gran familia humana, porque a esa familia todos la encontraremos, dentro de cierto período, en mundos más adelantados.

En lo relacionado a la enseñanza de Jesús, que debemos también amar a los enemigos, el Espiritismo nos explica que amar a los enemigos es no guardarles odio ni rencor, ni deseos de venganza; es perdonarles, sin segunda intención y sin condiciones, el mal que nos causen; es no oponer ningún obstáculo a la reconciliación con ellos; es desearles el bien y no el mal; es experimentar júbilo en vez de pesar, por el bien que les suceda; es socorrerlos si se presenta la ocasión; es abstenerse ya sea en palabras o en actos, de todo lo que les pueda perjudicar; es, finalmente, retribuirles siempre bien por mal, sin intención de humillarlos. Quien así procede, cumple las condiciones del mandamiento: Amad a vuestros enemigos. (Obra citada, capítulo XI, ítem 10, y cap. XII, ítem 3.)

 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita