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Año 7 309 – 28 de Abril de 2013
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 


El futuro a Dios pertenece


En lo que se refiere a la marcha de los acontecimientos, una cuestión que siempre está en evidencia es ésta: Si es conveniente al hombre que el futuro le sea privado, ¿por qué Dios permite, en determinadas situaciones, que él le sea revelado?

El asunto fue examinado por Kardec en por lo menos dos obras: El Libro de los Espíritus y Obras Póstumas.

En la cuestión 869 d’ El Libro de los Espíritus está dicho que el hombre, sin duda ninguna, descuidaría del presente y no obraría con la libertad con que actúa si las cosas futuras le fuesen anticipadamente reveladas. 

El argumento utilizado en la doctrina espirita es muy simple. Muchas personas así pensarían: si una cosa tiene que ocurrir, inútil será ocuparse con ella; o entonces buscarían obstar a que tal ocurriese.

Enterado de eso, el Creador ciertamente no quiso que las cosas caminasen así, a fin de que cada individuo pueda concurrir libremente para la realización de las cosas, hasta mismo de aquellas a que, si pudiese, desearía oponerse.

De esa manera, nosotros mismos preparamos los acontecimientos que han de sobrevenir en el curso de nuestra existencia. El desconocimiento acerca de lo que ocurrirá, si tendremos suceso o si malograremos, nos da el mérito de la tentativa, hecho que es fundamental en el proceso evolutivo. A fin y al cabo, no podemos ignorar que uno de los objetivos de la encarnación es nuestra propia evolución y la meta es la perfección.

En la cuestión 868 del mismo libro, los inmortales admiten, sin embargo, que – aunque el futuro nos sea oculto – Dios permite “en casos raros y excepcionales” que él nos sea revelado. Pero, se pregunta: ¿por qué el Creador lo permite?

La respuesta vamos a encontrar en la cuestión 870 de la misma obra, donde los bienhechores espirituales informan que Dios lo permite “cuando el conocimiento previo del futuro facilite la ejecución de una cosa, al contrario de la estorbar, obligando el hombre a actuar diversamente de la manera por qué actuaría si le no fuese hecha la revelación”.

No raro, sin embargo, tal revelación constituye simple prueba, una vez que la perspectiva de un acontecimiento puede sugerir pensamientos buenos o menos buenos.

Si un hombre viene a saber, por ejemplo, que va a recibir una herencia con la cual no contaba, puede ocurrir que esa revelación despierte en él el sentimiento de codicia, por la perspectiva de se le tornaren posibles mayores gozos terrenos o por la ansia de poseer más deprisa la herencia, deseando tal vez, para que tal ocurra, hasta mismo la muerte de la persona de quien la heredará. Crimines con esos objetivos ya fueron tema de crónicas policiacas y de varias novelas.

El asunto suscita otra cuestión, que Kardec examinó en Obras Póstumas, relativa al don de la adivinación atribuido a los videntes.

Como está dicho en la cuestión 454 d’ El Libro de los Espíritus, la videncia, también llamada de doble vista o segunda vista, puede dar a ciertas personas la adivinación de las cosas, bien como los presentimientos. La explicación no es difícil de comprender. En los fenómenos de doble vista, estando el alma en parte desvinculada del envoltorio material que limita sus facultades, no hay más para ella ni duración ni distancias. Abarcando el tiempo y el espacio, todo se confunde en el presente. Libre de sus obstáculos, ella juzga los efectos y las causas mejor de que algún hombre puede hacerlo. Ella puede ver, entonces, las consecuencias de las cosas presentes y nos hace presentirlas.

Es en ese sentido que se debe entender el don de la adivinación atribuido a los videntes. Sus previsiones no son sino el resultado de una conciencia más clara de lo que existe, y no una predicción de las cosas fortuitas sin lazo con el presente. Es una deducción lógica del conocido para llegarse al desconocido, que depende, muy frecuentemente, de nuestra manera de ser. El vidente no es, así, un adivino, pero un ser que percibe lo que no vemos. Y si, por ventura, llega a revelar algo pertinente al futuro, el hecho se da dentro de los límites y objetivos mencionados en la cuestión 870 d’ El Libro de los Espíritus, a que nos referimos arriba.



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita