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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 7 308 – 21 de Abril de 2013

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 

El Evangelio según el Espiritismo

Allan Kardec 

 (Parte 14)
 

Continuamos el estudio metódico de “El Evangelio según el Espiritismo”, de Allan Kardec, la tercera de las obras que componen el Pentateuco Kardeciano, cuya primera edición fue publicada en abril de 1864. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Cómo debe ser el perdón verdadero y qué efectos que derivan de él?

B. ¿Cuál es la causa de la mayoría de los casos de obsesión?

C. ¿Qué defecto moral se considera el principal obstáculo para el progreso?

D. ¿Por qué debemos tener indulgencia para con los demás?

Texto para la lectura

145. ¡Ay del Espíritu perezoso!, ¡ay de aquél que cierra su entendimiento!, porque toda resistencia orgullosa, tarde o temprano, deberá ser vencida. (Cap. IX ítem 8, Lázaro)

146. El orgullo os lleva a creeros más de lo que sois, a no soportar una comparación que os pueda rebajar, a consideraos por el contrario tan por encima de vuestros hermanos, ya sea en espíritu o en posición social, que el menor paralelo os irrita. ¿Qué sucede entonces? Os entregáis a la cólera. (Cap. IX, ítem 9, un Espíritu protector)

147. Buscad el origen de esos accesos de demencia pasajera que os asemejan al salvaje, haciéndoos perder la calma y la razón; buscad, y casi siempre os encontraréis con el orgullo herido. ¿Qué es lo que os hace rechazar, coléricos, los más prudentes consejos, sino es el orgullo herido?  (Cap. IX, ítem 9, un Espíritu protector)

148. En su frenesí, el hombre colérico se vuelve contra todo: la naturaleza, los objetos inanimados, que rompe porque no le obedecen. ¡Ah! ¡Si en esos momentos pudiese observarse con serenidad, tendría miedo de sí mismo o se vería muy ridículo! Que imagine, entonces, ¡qué impresión producirá en los demás! (Cap. IX, ítem 9, un Espíritu protector)

149. Si el hombre meditara que la cólera no remedia nada, que le altera su salud y hasta compromete su vida, reconocería que él mismo es su primera víctima. Pero otra consideración, sobre todo, debería detenerlo: que hace infelices a los que le rodean. El espírita tiene, a su vez, otro motivo para esforzarse en dominarla, porque sabe que la cólera es contraria a la caridad y la humildad cristianas. (Cap. IX, ítem 9, un Espíritu protector)

150. El individuo propenso a encolerizarse se disculpa casi siempre alegando su temperamento. En vez de confesarse culpable, echa la culpa a su organismo, acusando de esta manera a Dios de sus propias faltas, lo que es una consecuencia del orgullo que nutre, e impregna todas sus imperfecciones. (Cap. IX, ítem 10, Hahnemann)

151. Indudablemente hay temperamentos que se prestan más que otros a los actos violentos, como hay músculos más flexibles que se prestan mejor a las actividades de fuerza. Pero no creáis que allí resida la causa primera de la cólera y persuadíos de que un Espíritu pacífico, incluso en un cuerpo bilioso, será siempre pacífico, y que un Espíritu violento aun en un cuerpo linfático, no será por ello manso; sólo que la violencia tomará otro carácter. El cuerpo no da cólera a aquél que no la tiene, del mismo modo que tampoco da los otros vicios. Todas las virtudes y todos los vicios son inherentes al Espíritu. Convenceos, pues, de que el hombre se mantiene vicioso porque quiere permanecer vicioso, y de que aquél que quiere corregirse siempre puede hacerlo.(Cap. IX, ítem 10, Hahnemann)

152. “Bienaventurados los que son misericordiosos, porque alcanzarán misericordia”, dijo Jesús. La misericordia es el complemento de la dulzura, porque aquél que no sea misericordioso no podrá ser manso y pacífico. Ésta consiste en el olvido y el perdón de las ofensas. El olvido de las ofensas es propio del alma elevada; el odio y el rencor señalan al alma sin elevación ni grandeza. (Cap. X, ítems 1 y 4)

153. “Si perdonáis a los hombres las faltas que cometieron contra vosotros, también vuestro Padre celestial os perdonará vuestros pecados; - pero si no perdonáis a los hombres cuando os hayan ofendido, vuestro Padre celestial tampoco os perdonará los pecados”, he aquí las palabras de Jesús. Ay de aquél que dice: no perdonaré nunca. Ese, si no es condenado por los hombres, lo será por Dios. ¿Con qué derecho reclamará el perdón de sus propias faltas si no perdona las de los otros? Jesús nos enseña que la misericordia no debe tener límites, cuando dice que cada uno perdone a su hermano, no siete veces, sino setenta veces siete veces. (Cap. X, ítems 2 y 4)

154. Hay dos maneras muy diferentes de perdonar: una es grande, noble, verdaderamente generosa, sin segunda intención, que evita con delicadeza herir el amor propio y la susceptibilidad del adversario; la segunda es aquella en la que el ofendido, o quien así se considera, impone al otro condiciones humillantes y le hace sentir el peso de un perdón que irrita en vez de calmar. En tales circunstancias, es imposible una reconciliación sincera entre ambas partes. En toda contienda, aquél que se muestra más conciliador, que demuestra más desinterés, caridad y verdadera grandeza del alma se granjeará siempre la simpatía de las personas imparciales. (Cap. X, ítem 4)

155. La muerte no nos libra de nuestros enemigos; los Espíritus vengativos persiguen muchas veces con su odio a aquellos a quienes guardan rencor; de donde viene la falsedad del proverbio que dice: “Muerto el animal, muerto el veneno”, cuando se aplica al hombre. El Espíritu malo espera que aquél, a quien quiere mal, esté preso a su cuerpo y por lo tanto menos libre, para atormentarlo más fácilmente y herirlo en sus intereses o en sus más queridos afectos. En ese hecho reside la causa de la mayoría de los casos de obsesión, sobre todo de los que presentan cierta gravedad, como la subyugación y la posesión. (Cap. X, ítem 6)  

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Cómo debe ser el perdón verdadero y qué efectos que derivan de él?

Hay dos maneras muy diferentes de perdonar: hay el perdón de los labios y el perdón del corazón. El perdón verdadero, o perdón del cristiano, es aquél que lanza un velo sobre el pasado, y esto es lo único que nos será tomado en cuenta, porque Dios no se satisface con las apariencias. Él sondea el fondo del corazón y nuestros más secretos pensamientos. Nadie le engaña con palabras vanas y  simulacros. Según Pablo (Espíritu), el olvido completo y absoluto de las ofensas es propio de las grandes almas; el rencor es siempre signo de bajeza y de inferioridad. “No olvides que el verdadero perdón se reconoce en los actos mucho más que en las palabras”. (El Evangelio según el Espiritismo”, capítulo X, ítems 5, 6 y 15)

B. ¿Cuál es la causa de la mayoría de los casos de obsesión?

La muerte, como sabemos, no nos libra de nuestros enemigos; los Espíritus vengativos persiguen muchas veces con su odio, más allá de la tumba, a aquellos contra los que guardan rencor, de donde viene la falsedad del proverbio que dice: “Muerto el animal, muerto el veneno”, cuando se aplica al hombre. El Espíritu malo espera que aquél a quien quiere mal, esté preso a su cuerpo, y así menos libre, para atormentarlo más fácilmente, herirlo en sus intereses o en sus más queridos afectos. En este hecho reside la causa de la mayoría de los casos de obsesión, sobre todo de los que presentan cierta gravedad, como son los casos de subyugación y posesión. El obseso y el poseso son, pues, casi siempre víctimas de una venganza cuyo motivo se encuentra en una existencia anterior, y a la cual el que la sufre dio lugar por su proceder. (Obra citada, capítulo X, ítem 6. Ver también el ítem 81 del cap. XXVIII.)

C. ¿Qué defecto moral se considera el principal obstáculo para el progreso?

El orgullo. Padre de muchos vicios, el orgullo es también la negación de muchas virtudes. Se encuentra en la base y como móvil de casi todas las acciones humanas. Esa es la razón por la que Jesús se empeñó tanto en combatirlo, como el principal obstáculo para el progreso. (Obra citada, capítulo X, ítem 10.)

D. ¿Por qué debemos tener indulgencia para con los demás?

Debemos ser indulgentes para con todos, porque la indulgencia atrae, calma, eleva, mientras que el rigor desanima, aleja e irrita. La indulgencia constituye para nosotros un deber porque no hay nadie que no necesite para sí mismo de indulgencia, que nos recomienda que no debemos juzgar a los demás con más severidad de la que nos juzgamos a nosotros mismos, ni condenar en otros aquello que disculpamos en nosotros. Antes de reprochar a alguien una falta, veamos si la misma censura se nos puede hacer a nosotros.

La indulgencia no ve los defectos de los demás o, si los ve, evita hablar de ellos, difundirlos. Al contrario, los oculta a fin de que sean conocidos sólo por ella, y si la malevolencia los descubre, tiene siempre una excusa lista para ellos, excusa plausible, seria, no de las que con la apariencia de atenuar la falta, la hacen más evidente con pérfida intención.

La indulgencia en fin jamás se ocupa de los malos actos de los demás, a menos que sea para prestar un servicio; pero, incluso en este caso, tiene el cuidado de atenuarlos tanto como le es posible. (Obra citada, capítulo X, ítems 11, 12, 13 y 16.)
 

 

 


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