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Año 7 307 – 14 de Abril de 2013
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

Ecumenismo e Iglesia


Poco más de doce años atrás, exactamente en septiembre de 2000, se tornó público el documento “Dominus Jesús”, que negaba la condición de iglesia de Cristo a la Iglesia Anglicana y a las demás religiones surgidas con la Reforma.

Firmada por el entonces Papa Juan Pablo II, la declaración impresionó por su conservadorismo, digno de la época en que vigoraban en el Occidente la Inquisición y sus métodos inconfesables.

De acuerdo con el texto divulgado por el Vaticano, existiría “una única iglesia de Cristo, que se perpetua en la Iglesia Católica, gobernada por el sucesor de Pedro (el Papa) y los obispos, en comunión con él”. Delante de eso, todas las comunidades eclesiásticas que no conservaron el episcopado válido, eso es, obispos ordenados por otros obispos católicos, ni la sustancia del misterio eucarístico, no serían iglesias propiamente dichas. Las religiones metodista, luterana, presbiteriana y todas las demás denominaciones protestantes y evangélicas serían, así, ante tal visión, rebajadas a simples sectas.

El documento papal entendía como “claramente contrario a la fe católica” considerar la Iglesia Católica “como un camino de salvación entre otros”. Aunque admitiese que las religiones en general contienen elementos de religiosidad procedentes de Dios, el documento afirmaba que tales religiones no poseerían la “eficacia salvadora” de los sacramentos cristianos y muchas de ellas propondrían hasta mismo supersticiones o errores que acabarían tornándose un obstáculo para la salvación.

Se resucitaba, así, el lema “Fuera de la Iglesia no hay salvación”, una tontería que no encuentra respaldo en ningún texto de los Evangelios.

El autor de la declaración firmada por el Papa fue, en verdad, el cardenal Joseph Ratzinger, jefe de la Congregación Vaticana por la Doctrina de la Fe, que sustituyó en 1965 el Santo Oficio. Ratzinger considerado un gran teólogo por sus pares, sería algún tiempo después electo Papa y posesionado con el título de Benedicto XVI.

La comunidad católica, ya acostumbrada con la propuesta del ecumenismo, recibió atónita y con sorpresa el documento. Imagínese entonces cual no fue la decepción sentida por la comunidad protestante y por el Consejo Ecuménico de Iglesias, que, además de lastimar el contenido del documento, mostró preocupación con los perjuicios que el hecho produciría inevitablemente en el convivio entre las religiones cristianas.

Más de una década se pasó y la triste declaración parece, felizmente, archivada con las nuevas ideas que el Papa Francisco viene imprimiendo a la conducción de la Iglesia.

Reunido recientemente con representantes de varias iglesias y comunidades cristianas, el pontífice católico destacó la necesidad de proseguir el diálogo ecuménico y prometió potenciarlo.

A los cristianos de todos los credos el Papa pidió urgencia en el diálogo, a fin de que “todos los cristianos sean una sólo cosa para que puedan testimoniar de manera libre, alegre y valiente el Evangelio”.

La noticia es, sin duda, auspiciosa y, aún más, oportuna, porque en un mundo de tantas divisiones y rivalidades es una necesidad apremiante que los religiosos de todos los matices se unan, para el bien de la Humanidad y del propio mundo donde vivimos.  



 


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