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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 6 302 – 10 de Marzo de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

El trabajador de buena voluntad

 

En la escuela, una profesora necesitaba realizar un trabajo. Los textos deberían ser transformados en libro y, en virtud de ser él dedicado a los niños, ella buscaba alumnos que tuvieran facilidad para diseñar, para hacer las ilustraciones.

Así, ella seleccionó algunos alumnos y les dio textos para leer, hojas en blanco y una caja de lápiz de color. Conforme el texto recibido, ellos deberían crear personajes, expresando sus ideas, sentimientos y la visión de la historia a través de los ojos infantiles, cuyos dibujos serían transformados en ilustraciones.

Al entregarles la tarea, la profesora esclareció:
 

— Vosotros tendréis todo el día para concluir el trabajo. A las cinco horas de la tarde, vosotros deberéis entregarme los textos con los dibujos y les daré una recompensa por el esfuerzo.      

¡Los alumnos quedaron eufóricos! Les gustaba diseñar y la oportunidad era excelente para mostrar el talento de cada uno.

Así decidido, ellos comenzaron a trabajar en la tarea que recibieron. Al principio eran tres

alumnos: Gilberto, Jaime y Leila. Más tarde, aparecieron Fátima y Rafael.

Gilberto era el más cotizado. ¡Diseñaba como nadie! Tal vez exactamente por eso, hizo poco caso de los compañeros y resolvió jugar con los amigos, dejando para realizar su tarea más tarde.

Jaime y Leila, a pesar de tener talento, gastaron el tiempo charlando y riendo, y cuando lo notaron, el tiempo había pasado y ellos acabaron haciendo los dibujos de todas maneras, ya casi al final del plazo.  

Rafael y Fátima leyeron el texto, pero como eran inseguros, tardaron en decidirse por lo que diseñar y, por eso, perdieron mucho tiempo borrando y rehaciendo los trabajos, que salieron malhechos.  

En la última hora, Ricardo, alumno de otro grupo, pasó por la sala donde ellos estaban reunidos y, curioso, preguntó a la profesora:

— ¿Qué están haciendo esos alumnos, profesora?

Ella explicó. Los ojos de Ricardo brillaron de entusiasmo, pero luego él se quedó triste, pues también le gustaba diseñar. La maestra notó la expresión del niño y preguntó:

— ¿A ti también te gustaría participar?

— ¡Sí, me gusta mucho diseñar, profesora!

Ella pensó un poco, después consideró:

— Bien. Sólo falta una hora para terminar el plazo. ¡Si tu quieres intentarlo!...

— Sí, quiero.    

— Pues muy bien, Ricardo. Aquí tiene un texto, hojas en blanco y los lápices de color. Puedes comenzar.
 

Ricardo se acomodó en una de las carteras. No pudiendo perder tiempo, leyó la historia y, enseguida, se puso a diseñar rápidamente.

Cuando terminó el tiempo, la profesora recogió todo el material de los alumnos, examinando cada una de las ilustraciones con cuidado. Enseguida dijo:

   

— Muy bien. Os agradezco el esfuerzo. Ahora, aquí está lo que reservé para vosotros como premio por el trabajo.

Y entregó a cada uno, comenzando por Ricardo, una linda caja de bombones, decorada con una bella cinta coloreada.

Gilberto, mirando aquello, quedó celoso y

protestó:  

— ¡Profesora, pero Ricardo sólo trabajó durante la última hora! ¡¿Es justo que reciba tanto como nosotros que estuvimos aquí el día entero?!...

La maestra miró para Gilberto y respondió:

— Quedé con vosotros la tarea a ser realizada y prometí una recompensa en el final, ¿no es? ¡Pues muy bien! Ricardo llegó casi a final del plazo, pero realizó el mismo trabajo que vosotros gastasteis el día entero para hacer. ¿No puedo dar a él la recompensa que merece? ¡Vosotros no estáis siendo perjudicados por eso! ¡De hecho, podríais haber realizado la tarea pedida y volviendo para casa, pero preferisteis quedar todo el día gastando el tiempo con tonterías!

Los demás intercambiaron una mirar entre ellos, después se volcaron para la profesora, sorprendidos. Y ella concluyó:

— Y voy a deciros más. No tuve tiempo suficiente para analizar el trabajo de cada uno. Sin embargo, por lo que vi, los dibujos de Ricardo son los mejores. Tal vez yo use en el libro las ilustraciones de él.

Los alumnos bajaron la cabeza, entendiendo que la maestra tenía razón. Ellos decidieron dejar pasar el tiempo que tenían a disposición charlando, jugando y riendo, cuando podrían haber realizado el trabajo con más calidad, capricho y en menos tiempo.

Ricardo estaba feliz. Agradeció a la profesora y volvió para casa con su presente.

Al ver el hijo llegar con el bello paquete, la madre preguntó quién le había dado, y Ricardo contó lo que había pasado.

— ¡Ah, entiendo! — exclamó la madre satisfecha — ¡Tú hoy, hijo mío, fuiste el trabajador de la última hora de que nos hábla Jesús!

— ¿Es así, mamá?

— Es verdad, hijo mío. El Señor está buscando trabajadores de buena voluntad para su servicio. Y tú probaste, hoy, que tienes condiciones de ser uno de ellos: aquel que cumple su deber, usando el tiempo necesario, y lo hace con responsabilidad y amor.

Ricardo quedó serio, pensativo. Después dijo:

— Tienes razón, mamá. Espero, durante mi vida, ser un trabajador de la última hora, ayudando a Jesús a mejorar el mundo.


                                                                 
MEIMEI


(Recebida por Célia Xavier de Camargo em Rolândia-PR, aos 18/2/2013.)    


               
 
                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita