WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual Edições Anteriores Adicione aos Favoritos Defina como página inicial

Indique para um amigo


O Evangelho com
busca aleatória

Capa desta edição
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Divaldo Franco
Site oficial
Raul Teixeira
Site oficial
Conselho
Espírita
Internacional
Federação
Espírita
Brasileira
Federação
Espírita
do Paraná
Associação de
Magistrados
Espíritas
Associação
Médico-Espírita
do Brasil
Associação de
Psicólogos
Espíritas
Cruzada dos
Militares
Espíritas
Outros
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco

Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 6 296 – 27 de Enero de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

El vendedor de dulces

 

Paulinho, un niño de diez años, tenía una familia amorosa, casa buena, juguetes y todo lo que quería. En la escuela hacía amigos con facilidad. Sólo una cosa disgustaba a las personas: él protestaba por todo.

En cierta ocasión, Paulinho fue a jugar en el patio de Mário, su vecino, y decidieron coger mangos. Las frutas estaban tan amarillas que se hacía la boca agua.

Subieron al pie del mango y comenzaron la coger las frutas. Habían cogido bastante, pero Paulinho decidió coger una última, que estaba en la punta de una rama. Mário alertó al amigo:

— ¡Paulinho, no hagas eso! ¡Es peligroso! ¡La rama puede romperse!...

Aún no había acabado de hablar, cuando Paulinho cayó de encima con un grito:

— ¡Acudan! ¡Socorro!... — gritó Paulinho, sin embargo era tarde: Estaba en el suelo.

La madre de Mário, al oír la confusión, corrió para ayudar al niño que lloraba en el suelo. Inmediatamente notó, por la posición, que él se había roto la pierna. Como la madre de Paulinho había salido, lo cogió en los brazos y lo llevó al hospital más próximo. El médico, después de examinarlo cuidadosamente, enyesó la pierna rota.

Paulinho volvió para casa llorando mucho y lamentándose de la suerte. De ese día en adelante, él sólo hacía protestar de la caída que había tenido y de la pierna enyesada, que lo incomodaba bastante.
 

Cierto día, él había salido para dar una vuelta y, en una calle, vio a un chico sentado en una silla, muy alegre vendiendo dulces que estaban en un puesto.  

— ¿Quién quiere comprar dulces de cocos? ¡Ellos son una delicia! ¡Prueben!...

Al pasar por el pequeña puesto, Paulinho paró interesado. El vendedor, al ver al niño, ofreció:

— ¿Quieres probar un trozo? ¡Prueba! ¡Mira que delicia! — y levantó un plato con pedazos de dulces de coco

para servirse Paulinho.

El niño cogió un pedacito, lo llevó a la boca y quedó encantado.

— ¡Tienes razón! ¡Es una delicia así! ¡Y de varios colores!...

— ¡Sí! Esta el dulce de coco blanco, tradicional. Pero tengo también de coco quemado, con maracullá y con fresa.   

Ellos comenzaron a charlar, se presentaron, y el vendedor de dulces, al notar que él estaba enyesado, preguntó qué había ocurrido. ¡Era lo que faltaba! Paulinho se puso a lamentarse de la suerte, contando como había caído del pie del mango.

El chico, cuyo nombre era Bernardo, de 14 años, sonrió y consideró:

— Eso no fue nada, Paulinho. Mas tarde tú estarás bueno de nuevo.

El chico, que se consideraba la persona más infeliz del mundo, replicó:

— ¡Tú dices eso, Bernardo, porque no fue contigo! Voy a quedar dos meses cargando el peso del yeso y con estas muletas. ¿Sabes lo que es no poder andar bien?
 

— No. No sé, porque nunca pude andar — respondió Bernardo, sonriendo.

Paulinho, extrañando las palabras del muchacho, preguntó:

— ¿Como es eso? ¡¿Tú no andas?!...

Bernardo respiró hondo y explicó:

— No. No sé lo que es andar. Cuando aún era bebé tuve una enfermedad que me dejó sin movimiento

en las piernas. Por eso vivo siempre en esta silla de ruedas.

Sorprendido, Paulinho percibió que, pensando en él mismo, ni había notado que el muchacho estaba en una silla de ruedas. Avergonzado, pidió disculpas a Bernardo, que dio una carcajada:

— ¡No te preocupes! ¡Vivo muy bien así! Tengo una vida normal, estudio, y aún, en las horas libres, ayudo a mi madre vendiendo los dulces que ella hace. Somos pobres y es de ellos que viene nuestro sostenimiento. Trabajar me hace muy bien; me siento útil. Además de eso, me gusta hablar con las personas. ¡Tengo muchos amigos!... 

Viendo que Paulinho estaba con los ojos húmedos, lo consoló:

— En cuanto a tu problema, no te preocupes. El tiempo pasa rápido e inmediatamente estarás bueno para hacer todo lo que hacías antes.

El niño balanceó la cabeza, concordando. Dio la vuelta al puesto y dijo:

— Mi problema no existe más, Bernardo. Tú me diste una gran lección hoy. Quiero que seamos amigos. ¿Puedo darte un abrazo?

Abriendo los brazos, el muchacho abrazó al niño al pecho, emocionado:

— Paulinho, yo tendré mucha satisfacción de tenerte entre mis amigos.

Se despidieron y el chico volvió para casa. La madre notó que él estaba diferente, sin protestar de nada, y preguntó:

— Tú estás cansado, con seguridad.  ¿Qué ocurrió, hijo mío?

— No, mamá. Nunca estuve tan bien. Ocurrió que hoy yo encontré a la persona más extraordinaria que ya conocí. A ti mamá te va a gustar él. ¡Tras Jesús, él es mi mejor amigo!

                                                                  MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, em Rolândia-PR, aos 7/01/2013.)


               
 
                                                                                   



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita