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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 6 279 – 23 de Septiembre de 2012

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

La cura del siervo

 

Durante el tiempo en que Jesus peregrinava por la Tierra, llevando su mensaje de amor y luz a todos los sufridores y afligidos, Él estaba siempre cercado por la multitud.

Cierto día, Jesús entraba en Cafarnaum, cuando vio a un centurión romano que, aproximándose a él, imploró:
 

— Señor! ¡Tengo un criado en mi casa que está en la cama, muy enfermo, y sufre horriblemente!

Los romanos, de modo general, consideraban a Jesus un profeta judío como tantos otros que andaban buscando tumultos en medio del pueblo, y lo evitaban. Sin embargo, aquel centurión le buscaba pidiendo ayuda para su siervo enfermo.

Notando la sinceridad en las palabras del centurión, Jesús dijo:

— No te preocupes. Yo iré hasta tu casa a curarlo.

La buena voluntad de Jesús lo conmovió. Sin embargo, el centurião sabía que los judíos odiaban a los romanos, por haber conquistado Judea y sometido su pueblo por la fuerza de las armas, y por eso no le gustaba la relación con los romanos. Entonces, el centurión hizo um gesto para impedirlo y le dijo:
 

— Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa. Pero da una orden, y mi criado quedará curado.

Delante de la sorpresa de Jesus, él explicó:

— ¡Señor, yo también soy hombre de autoridad! Tengo soldados a mis órdenes, y si digo a este: Ve, él va; y si digo a otro: Ven, él viene; y si le digo a mi siervo: haz

esto, él hace.  

Oyendo estas palabras, Jesus quedó muy admirado y, volviéndose para los que lo seguían, dijo:

— En verdad les afirmo que ni aún en Israel hallé fe tan grande como esta.

Los que acompañaban a Jesus bajaron la cabeza, avergonzados. En verdad, ellos consideraban a los romanos como idólatras y politeístas, es decir, que adoraban imágenes de muchos dioses, al contrario de los judíos, que eran seguidores del Dios único, y por eso se juzgaban superiores a los conquistadores romanos, que detestaban.    

Entonces, Jesús dijo al centurión que aguardaba su respuesta:

— Ve, e que sea hecho conforme tu fé.

Con aquella cura y aquellas palabras, Jesús quiso mostrar a sus seguidores que la verdadera fe es la que cada uno trae en el interior, independiente de la raza a que pertenezca o de la creencia religiosa que tenga, pues todos los seres humanos son hijos de Dios, que ampara a todos con la misma solicitud y el mismo amor.

Entonces, Jesús dijo al centurión que aguardaba su respuesta:

El centurião se inclinó en un gesto de profunda gratitud al Maestro y se alejó, apresurado.
 

Antes de llegar a su casa, aún en la calle, el romano ya podía oír el alboroto del pueblo que conmemoraba la cura de su siervo.  

Él se aproximó, y lleno de alegría vio al criado que venía a su encuentro, completamente curado. Arrodillado delante del patrón, el siervo vertía lágrimas de alivio y gratitud.

— Señor, sé que estoy curado gracias a su bondad que fue a buscar al profeta galileo y suplicó por mí. ¡Gracias, mi señor!

El centurión, ayudándolo a levantarse, dijo:

— Usted hizo por merecerlo. Siempre fue criado bueno y servicial. ¡Agradezcamos a Jesús de Nazaret que lo curó! ¡Loado sea Dios!
 

                                                                  Tia Célia



                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita