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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 6 258 – 29 de Abril de 2012  

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Cambiando de vida

 

Rodolfo era un niño muy inteligente. Había nacido en un hogar de bases sólidas, en que los padres buscaban darle lo mejor.

A pesar de eso, Rodolfo no se interesaba por nada que representara necesidad de estudio y perfeccionamiento. Gustaba aún de jugar, jugar a la pelota con los amigos y ver la televisión.

Los padres se preocupaban con el comportamiento del hijo, cuyo resultado era ir mal en la escuela cogiendo siempre las peores notas de la clase.

La profesora alertó a los padres, llamándolos un

día a la escuela para hablar:  

– Rodolfo es un chico vivo e inteligente. Pero, si continúa así no será aprobado a finales del año. Además de eso, sus compañías son las peores y temo que, si no fuera tomada una actitud, tendremos problemas serios en el futuro.

Los padres de Rodolfo agradecieron a la profesora y volvieron para casa sumamente aprensivos, pensando cuál era la mejor actitud a ser tomada.

Aprovechando un momento propicio, llamaron a Rodolfo e iniciaron un diálogo con él, hablándole, con amor, sobre la necesidad de cambiar de vida.

No valieron consejos y sugerencias, llamamientos a la disciplina y amenazas de correctivos. Rodolfo estaba obstinado, respondiendo siempre:

– No vale. No me gusta estudiar. Quiero salir de la escuela.

– Pero, hijo mío, tú sólo tienes diez años y toda la vida por delante. Necesitas prepararte para el futuro. Aprender, para enriquecerse interiormente y ser un ciudadano útil a la sociedad, cuando crezcas.

– No vale. Esta es la vida que a mí me gusta. No quiero estudiar más.

Los padres se callaron viendo la inutilidad de continuar dialogando con él.

Fueron a acostarse preocupados. ¿Qué hacer?

Elevando el pensamiento al Creador, suplicaron ayuda en la educación del hijo. Espíritas que eran, no ignoraban que Rodolfo era un Espíritu que había venido a la Tierra para progresar, y que ellos, sus padres, eran responsables por su vida.

Un Espíritu amigo, que fuera abuela del niño cuando estaba encarnada, conmoviéndose con la situación de los padres y también preocupada con el futuro del nieto, deseando auxiliar, tuvo una idea.

Se aproximó a la cama del chico, que se había acabado de acostar, y aguardó.

Adormeciendo, Rodolfo salió del cuerpo y vio a

la abuela al lado de la cama con los brazos extendidos en su dirección:

– Ven, Rodolfo, quiero que veas algunas cosas interesantes.

– ¡Abuela Lúcia! ¿Para dónde vamos?

– Tú verás. Ven conmigo.

Tomando la mano del nieto, la señora lo llevó por el espacio, volando a gran velocidad.

Rodolfo estaba sorprendido y entusiasmado con la novedad. Le gustaban las aventuras.

Descendieron en un lugar muy lindo donde unos niños hacían un concierto al aire libre, en medio de un jardín, tocando melodías bellísimas.

Encantado, sintiendo enorme bienestar, Rodolfo exclamó:

– ¡Que belleza! ¿Dónde estamos, abuela?

– En un mundo muy distante de la Tierra.

– ¡Me gustaría saber tocar músicas tan bellas! – dijo él.

– Sí, pero para eso es preciso el esfuerzo del aprendizaje. Esos niños hace largo tiempo se dedican al arte de la música.

Dejando aquel ambiente de paz y armonía, la abuela llevó a Rodolfo para otro lugar, igualmente bello y agradable, donde muchos niños se dedicaban al arte, algunos diseñaban, otros pintaban y otros esculpían estatuas primorosas.

– ¿Como consiguen hacer cosas tan bellas y con tanta perfección? – indagó Rodolfo, deslumbrado.

– ¡Ah! Necesitaron de mucho esfuerzo, dedicación y perseverancia para desarrollar el arte que ahora expresan.

Partiendo de allí, en otro lugar que parecía una escuela, Rodolfo vio niños escribiendo poemas y haciendo textos que serían, más tarde, usados en libros.

– ¡Pero son sólo niños! – Consideró – ¿Cómo consiguen escribir tan bien?

– Son Espíritus que se dedican a la literatura y que se preparan para enviar a los encarnados el resultado de sus trabajos y de sus conquistas. Pero, para eso, necesitaron estudiar mucho.

Dejando el ambiente saturado de armonía, la abuela llevó a Rodolfo a otro lugar. Alejándose de las regiones celestes y agradables, de cielo limpio y azul, bucearon en un ambiente pesado, de densa neblina, donde Rodolfo vio a criaturas oscuras, de aspecto feo, sufriendo, llorando y lastimándose.

Asustado, el corazón latiendo a saltos, Rodolfo indagó:

– ¿Qué lugar es ese, abuela? ¿Quiénes son esas personas?

Mirando apenada aquellos infelices, la señora explicó:

– Esos, Rodolfo, son Espíritus que, en la Tierra, sólo pensaron en gozar la vida, entregados al

egoísmo y a la inutilidad. Vivieron sólo para sí mismos. No buscaron aprender para progresar y mejorar íntimamente. Hoy, cogen lo que plantaron. Tú viste regiones siderales de gran belleza en que Espíritus buenos se dedican al perfeccionamiento de sus potencialidades, buscando realizar lo mejor, para sí mismos y para el prójimo. Aquí, está el lado opuesto de la moneda. Donde existió el egoísmo, la pereza y la indiferencia, ahora conviven el dolor, el sufrimiento y el remordimiento, por no haber aprovechado las oportunidades que Dios les dio.

Asustado, Rodolfo tuvo voluntad de huir de aquel lugar lleno de gritos y lamentos. Nada más vio y despertó en su cama, bañado en sudor, temblando de miedo.

El día comenzaba a clarear. Rodolfo se acordaba nítidamente del sueño que había tenido con la abuela Lúcia. Sentía que no fuese un sueño, que realmente se había encontrado con la abuela.

Cuando la madrecita vino a despertarlo para ir a la escuela, lo que era siempre un momento difícil, lo encontró preparado y listo para tomar el café.
 

Sorpresa, la madre preguntó, notándolo diferente:

– ¿Qué pasó, hijo mío?

– Nada. Hoy estoy con ganas de estudiar.

                                                                  Tia Célia




                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita