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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 5 252 – 18 de Marzo de 2012    

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Teté, la tortuga marina

 

Enorme y bella tortuga marina llamada Teté, muy estimada por sus hermanas, nadaba en las profundidades del océano. Ella sentía que estaba en la época de ser madre y estaba muy preocupada.  

Como las otras tortugas de su especie, sabía que tendría que buscar la playa donde había nacido para desovar, después

de hacer un agujero en la arena.  

Así, Teté nadó... nadó... nadó... hasta que, llegando a la playa, se puso a buscar un lugar desierto, donde no hubiera nadie que pudiera destruir sus huevos, como hacían  los animales y seres humanos.  

Encontrando una playa tranquila, dejó el mar y se arrastró en la búsqueda de un lugar suficientemente acogedor para allí depositar sus huevos.

Teté trabajó bastante, quitando arena poco a poco para abrir una cueva, donde cupieran todos sus huevos, que eran muchos. Por instinto, al percibir que había alcanzado el tamaño ideal, se dio por satisfecha.

¡Ufa! ¡Estaba tan cansada! ¡El esfuerzo fue enorme!

Entonces, la linda tortuga, se acomodó sobre la cueva. Ella sabía que iría a sufrir, pero estaba preparada. Tenía que cumplir su misión de madre.

Después de algún tiempo, Teté sintió que los huevos que Dios le dio comenzaron a caer dentro de la cueva, protegidos por la arena.  

Al terminar su tarea, Teté estaba exhausta, pero aún faltaba una cosa muy importante: esconder los huevos para que los depredadores no los encontraran.

Después de tirar arena sobre ellos, se dio por satisfecha y pudo, finalmente, descansar un poco.  

Como la tarea fuera exhaustiva, ella durmió. De repente, Teté despertó asustada con el ruido de voces:

— ¡Vean! ¡Una enorme tortuga marina! ¡Vamos a cogerla!...

Por necesidad de alimentación y también por necesitar de sentir el agua en su cuerpo, Teté fue a descansar próxima a las olas. Así, ella consiguió llegar al mar, incluso arrastrándose lentamente por la arena. Nadó, alejándose un poco de la playa y quedó al acecho, observando lo que los hombres iban a hacer.

Uno de los hombres, que traía un perro,

decía:  

— ¡La tortuga escapó, pero vamos a buscarla! Ellas vienen a la playa para desovar. Entonces, debe haber escondido sus huevos aquí mismo, en algún lugar. ¡Busquen! ¡Busquen!...

La pobre tortuga, que del mar observaba la escena, temblaba de miedo:

— ¡Mis hijitos! Ellos van a destruir mis huevos, matando la posibilidad de vida para mis hijitos antes de venir al mundo.

Y Teté comenzó a pedir ayuda de Dios:

— ¡La tortuga escapó, pero vamos la buscarla! Ellas vienen a la playa para desovar. Entonces, debe haber escondido sus huevos aquí mismo, en algún lugar. ¡Busquen! ¡Busquen!...

— ¡Señor, por piedad, no permita que eso ocurra!

En ese momento, como que atendiendo a su pedido, surgió otro grupo de humanos, viniendo en dirección contraria. Al ver el movimiento en la playa, uno de ellos indagó:

— ¡Ah! ¡Es usted, José! ¿Ocurrió alguna cosa? ¿Qué están buscando?

José, el que comandaba el bando y mantenía el perro feroz preso por una cadena, contó:

— ¡Hola, Raúl! ¡Vimos una tortuga marina! ¡Y ahora estamos buscando el escondite de sus huevos!  

— ¿Para qué? — indagó el recién llegado.

— ¿Cómo, para qué? ¡Para destruirle el nido, claro!...

Raúl y los demás de su grupo quedaron indignados, inclusive los niños.

— ¿No saben que es un crimen ambiental lo que van a hacer? — Preguntó el recién -llegado — ¡Pues nosotros no vamos a permitir que destruyan los huevos!  

Los otros estuvieron de acuerdo, saliendo en defensa de los huevos. Uno de ellos, con el teléfono móvil en la mano, amenazó:

— Voy a llamar a la policía. Si intentan alguna cosa, ya saben. Irán presos.

Asustados con la amenaza, el dueño del perro se fue con su grupo, replicando. Raul y sus amigos conmemoraron la victoria.

La pobre Teté, que observaba la escena allí de cerca, respiró aliviada. Se aproximó más y se dejó ver por sus amigos humanos, que vinieron a su encuentro.

Pasando la mano con carinho por su casco duro, Raúl la tranquilizó:

— No te preocupes, mi amiga. Tus huevos quedarán protegidos. No dejaremos que nadie llegue cerca de ellos. 

Teté miró para él y metió su cabeza en la mano de él. Emocionado, Raúl sintió que ella había comprendido y estaba agradecida por la ayuda que le dieron.  

La enorme tortuga se volvió y caminó lentamente para el mar. Se sentía segura ahora. Sus huevos estarían protegidos.

El grupo encontró los huevos escondidos y, para que no hubiera riesgo, montaron un grupo de guardia, en el que cada uno de ellos quedaría responsable por un periodo.

Dentro de algún tiempo, en la ocasión cierta, Raúl y sus amigos quedaron aguardando el nacimiento de los hijitos. Cierta madrugada, ellos vieron las tortuguitas que, después de romper los huevos, iban corriendo en dirección al mar.

Ciertamente, ellos sabían que gran parte no resistiría a los peligros del mar, pero, con suerte, algunas llegarían a la edad adulta y volverían para desovar en aquella playa.

Un sentimiento bueno de alivio por ver la misión llegar al fin con éxito, pero también de alegría y gratitud por el trabajo del equipo, dominó sus

corazones.  

¡Haciendo un círculo, ellos conmemoraron la victoria envolviendo a todos en un gran abrazo, agradeciendos a Dios por la ayuda recibida y por la victoria de la Vida!             

                                                                  MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, Rolândia-PR, em 27/2/2012.)




                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita