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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 5 250 – 4 de Marzo de 2012    

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

El jugador de baloncesto

 

De vuelta para casa después del entrenamiento, Mauro se había sumergido en una profunda revuelta.

A él le gustaba mucho jugar baloncesto, pero los compañeros no lo valoraban. Soñaba ser un excelente jugador, ser aclamado en los barrios, conocido y admirado por todos. Sin embargo, los compañeros del equipo no confiaban en él por tener sólo trece años.


Llegando a su casa, tiró la mochila sobre un sillón y se dirigió a la cocina, donde la madre andaba con la comida lista.

La familia ya estaba reunida. Se sentó, de mal humor, sin decir nada. Las hermanas, gemelas, de dieciséis años, miraron a Mauro, después para el padre, extrañando el comportamiento del hermano. Julio, sin embargo, de cinco años, con su voz infantil preguntó:

— ¿Que bicho te picó hoy, Maurinho? — repitiendo una frase que la madre usaba cuando alguno de los hijos estaba irritado.

Los demás hallaron gracia, pero Mauro enrojeció de rabia:

— ¡No me canses, enano! Sino yo...

— Relájate, Maurinho. Vamos a comer en paz — interfirió el padre, calmándolo.
La madre terminó de colocar los platos en la mesa y se sentó también. Una de las hermanas hizo una pequeña oración de agradecimiento a Dios por el día y por el alimento.

Mauro bajó la cabeza y comió en silencio. Al terminar, pidió permiso y se levantó. La madre miró para él, pues era hábito esperar que los demás acabaran de comer. Pero el padre hizo una señal para la esposa, como si dijera: “Déjalo ir. Él no está bien.”
 

El muchachito fue para su cuarto y allá quedó obstinado. Terminada la comida, el padre fue hasta el cuarto del hijo. Lo encontró en el lecho, con la cabeza cubierta.

Tranquilo, sentándose a la vera de la cama, él dijo:

— Hijo mío, ocurrió algo hoy que te enfada. Si yo puedo ayudarte, estaré muy contento.

Delante de las palabras tiernas del padre, el chico descubrió el rostro, lleno de lágrimas y se desahogó:

— ¿Sabes lo que ocurre, padre? ¡Mis compañeros del equipo no confían en mí! ¡No creen que puedo realizar lances importantes en el juego y casi no me pasan el balón!... ¡Y yo quiero ser un gran jugador! ¡No aguanto más!...
 

El padre pensó un poco, y enseguida consideró:


— Maurinho, hay una enseñanza de Jesús que dice: “Quién quiera ser el mayor en el Reino de los Cielos que sea el servidor de todos.”

— ¡Ah, padre!... ¿Tú vienes con esa conversación ahora?...

El padre sonrió, comprensivo:

— ¡Es serio, hijo mío! Esa lección de Jesús sirve no sólo para quienquiera alcanzar el Reino de Dios, sino también para nuestra vida aquí en la Tierra. ¡Mira! Para alcanzar lo que deseamos, tenemos que mostrar nuestra capacidad. Nadie nace un gran jugador. Se vuelve bueno con el entrenamiento y con las experiencias vividas. Así, las personas reconocen que tú eres bueno en aquello que haces, ¿entendiste?

— Tú quieres decir que, antes, debo mostrar eso a través de mi trabajo.

— ¡Exactamente! El reconocimiento es sólo una consecuencia. Cada jugador necesita hacer su parte. Sólo así el equipo será realmente un equipo.

— ¿Y como voy a hacer eso, padre?

— Piensa y descubrirás — dijo el padre, levantándose y dejando el cuarto.

Maurinho pensó... pensó... y entendió. Fue a dormir lleno de esperanza. Al día siguiente habría entrenamiento de nuevo.

A la hora marcada él fue para el barrio. Como él había dicho que no quería jugar más, los demás extrañaron su presencia.

— ¿Qué estás haciendo aquí, Maurinho? — preguntó uno de ellos.

Humildemente Maurinho se aproximó a los compañeros con una sonrisa y pidió:

— ¿Vosotros podríais darme una nueva oportunidad?

Los demás estuvieron de acuerdo contentos, pues sin él quedarían con un jugador menos.
 

Comenzado el juego, Maurinho se mostró bien diferente. No estaba exigiendo que le pasaran el balón y, cuando eso ocurría, él daba el pase para el compañero que estuviera en posición de hacer cesta, cediendo a favor del otro y mejorando el rendimiento del equipo. Así, ganaron el juego.

Maurinho notó que ahora los compañeros lo miraban de manera más amigable.
Por la noche, cuando el padre llegó del trabajo, encontró al hijo todo feliz.

— Y qué, hijo mío, ¿cómo fue tu día?


— ¡Fue bueno, papá! Entendí la lección y creo que Jesús tiene toda la razón. ¡Salió bien! Siendo el servidor de todos, la gente crece y el equipo mejora. La parte de cada jugador es pequeña, pero fundamental. ¡Ahora somos un equipo! Gracias!

Intercambiaron un abrazo cariñoso y, cuando la madre llamó, avisando que la mesa estaba puesta, fueron a cena en un ambiente de paz y alegría. Maurinho quiso hacer la oración:

— ¡Jesús querido! Tus lecciones son orientaciones para nuestra vida en cualquier tiempo y a cualquier hora. ¡Gracias por el día y por la familia que tenemos!

Mauro creció, se hizo un hombre conocido y admirado por cuantos se relacionaban con él. La pasión por el baloncesto pasó, sin embargo a través de los años mantuvo siempre una postura digna y respetable, que bien demostraba su amor por Jesús. Seguidor del Evangelio, él se mostraba humilde, simpático, servicial y gentil con todos. Y nunca dejo de valorar, en cualquier actividad, la importancia del equipo.



MEIMEI


 

(Recebida por Célia Xavier de Camargo, em Rolândia-PR, 13/02/2012.)




                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita