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Año 5 244 – 22 de Enero de 2012 
CLAUDIA GELERNTER   
claudiagelernter@uol.com.br   
Vinhedo, SP (Brasil)
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 


Claudia Gelernter

Espíritas, necesitamos hablar sobre la muerte
Parte 2 e final
 

Después, en el momento del nacimiento [bajo el punto de vista de este mundo], el Espíritu es obligado a dejar el estado de homeostasis, típico del vientre materno, donde no le falta alimento, la temperatura es constante, los sonidos apagados, para entrar en otro mundo, mucho más agresivo, con necesidades, variaciones, amenazas. A pesar del acogimiento materno, las sensaciones desagradables son constantes en este nuevo contexto.

Siguiendo nuestro desarrollo, vamos dejando la fase de bebés para hacernos cada día más autónomos: aprendemos a comunicarnos, vamos construyendo nuevos saberes a través de nuestras experiencias y, dependiendo del medio donde estemos insertados, más las tendencias que traemos en nuestro interior, podemos aprender a luchar con las pérdidas que van ocurriendo a lo largo de los años, de una forma saludable.

Vamos creciendo físicamente y, en el ámbito psicológico, entre los seis y nueve años de edad, podemos comprender los tres componentes básicos del concepto de muerte: la universalidad, la no-funcionalidad y la irreversibilidad (Kovács, 1992). Aprendemos, bajo el punto de vista material, que todos morimos y que, cuando eso ocurre, no funcionamos más [el cuerpo]. Y que eso no tiene vuelta... No da para “no morir”. (Kovács, 1992).

En poco tiempo nos vemos a las puertas de la adolescencia. Nuevamente salimos de una fase para entrar en otra, aún más complicada. Si hasta aquí poseíamos la protección suministrada por lo que llamaremos de latente de las tendencias del material inconsciente, a partir de ahora nuestras tendencias eclosionarán, rápidas y mucha vez temerosas. Tenemos que enfrentar el luto por el cuerpo infantil perdido y a la vez intentar dar cuenta de aquello que surge en nosotros, inesperadamente, impulsándonos para determinadas respuestas emocionales, nunca imaginadas. Es en este momento que muchos padres se preguntan: “¿Quién es este hijo mío que no reconozco más?”

De la adolescencia hasta la entrada en el mundo adulto son pocos años. Nuevos desafíos al frente: el enfrentamiento del mundo profesional, la constitución de una nueva familia, los cuidados con los hijos que llegan etc. Todas las experiencias encuentran resonancia en la Ley Mayor – Ley Divina o Natural – en la cual estamos inmersos. Por lo tanto, todo lo que nos ocurre hasta aquí y tras esta fase tiene un por qué, un objetivo, una meta que, si es comprendida, se hará más fácil de ser concretada.

Seguimos la valsa de la vida y, si aún estamos encarnados, nos hacemos ancianos. Vamos aproximándonos de la recta final de nuestra existencia corporal, teniendo que lidiar con los lutos relacionados con esta fase, como, por ejemplo, la jubilación, que altera radicalmente la identidad de las personas. Necesitamos dejar de ser ese o aquel profesional [médico, abogado etc.] para presentarnos al mundo como ‘jubilados’. Y junto a esta pérdida de la antigua identidad profesional, sigue la pérdida de funciones del cuerpo, de la vitalidad, de la movilidad, de la memoria etc. Se pierde aún, en muchos casos, la seguridad material o aún el respeto de los familiares que ven en los ancianos sólo un peso a ser cargado por la sociedad, sin nada de positivo a realizar por el mundo [problema de la cultura occidental, como un todo].

Finalmente, como pudimos percibir, si tuviéramos en cuenta sólo los ciclos naturales de desarrollo, tendremos diversos lutos a ser elaborados, de acuerdo con la fase que estemos viviendo. Sin embargo, en cada fase tendremos que enfrentar no sólo las pérdidas relacionadas al estado en que nos encontramos, sino muchas otras que surgirán, inesperadas, a convocar cierres abruptos de situaciones, vivencias, empeños. Hablo de las diversas muertes simbólicas, además de las de orden física o parental. Personas significativas que desencarnan o que se alejan de nuestra convivencia, situaciones financieras que se alteran, desligamientos profesionales, pérdida de objetos importantes etc. son algunos de los ejemplos comunes de nuestro día a día. La forma como luchamos con todos estos cierres es individual y depende, esencialmente, de nuestra formación, de nuestra capacidad para luchar con estos desafíos existenciales.

Del luto normal al patológico

Viktor Frankl, psiquiatra austriaco que tuvo contactos con Freud y Adler, se hizo médico en 1930. Tuvo una vida repleta de grandes desafíos, siendo algunos de ellos impresionantes, como, por ejemplo, su prisión en campos de concentración nazis. Era judío, y fue prisionero de Auschwitz y Dachau, donde quedó detenido casi tres años. Al ser liberado, descubrió que había perdido a casi toda su familia – fueron muertos su padre, su madre, su esposa y su hermano. Contó, en una entrevista realizada en Sudáfrica, el año 1985, que cuando estuvo en estos campos vivió muchos dolores físicos y emocionales, pero que, en contrapartida, percibió la necesidad de encontrar un sentido en el sufrimiento. Creador de la logoterapia4, Frankl enseñaba que el sentido de la vida puede ser encontrado por una persona a través de tres caminos:

1) el ejercicio de un trabajo que sea importante, o la realización de un hecho, una misión, que dependa de sus conocimientos y de su acción, y que haga que la persona se sienta responsable por lo que hace;

2) el amor a una persona o a una causa, una idea, lo que establece una responsabilidad para con la persona amada o a la causa defendida;

3) delante de un sufrimiento inevitable, asumir una postura de buscar un significado y utilidad para el dolor, pues, a través de la experiencia, cada persona puede contribuir para la vida de otras personas.

Dentro de cada uno de nosotros hay graneros llenos donde nosotros almacenamos la cosecha de nuestra vida. El significado está siempre allá, como graneros llenos de valiosas experiencias. Quiera sean las acciones que hicimos, o las cosas que aprendemos, o el amor que tuvimos por alguien, o el sufrimiento que superamos con coraje y resolución, cada uno de estos eventos trae sentido a la vida. Realmente, soportar un destino terrible con dignidad y compasión por los otros es algo extraordinario. Dominar su destino y usar su sufrimiento para ayudar a los otros es el más alto de todos los significados para mí”. (Frankl, 198

Por lo tanto, para conseguir encontrar este significado mayor, necesitaremos comprender la importancia de las pérdidas en nuestras vidas, recogiendo de tales experiencias mucho más que el dolor vivido, pero, por encima de todo, un por qué para existir este dolor y los posibles caminos, a partir de tal constatación.

En el llamado ‘luto normal’, la persona elabora la pérdida, comprendiendo que el ciclo se concluyó y, después de un periodo de empobrecimiento del mundo a su alrededor, con cierto sufrimiento, el sujeto retoma la vida en sus manos, buscando conectarse afectivamente a otras personas o actividades que traigan placer. Un ejemplo clásico son las viudas que pasan a dedicarse a una causa religiosa. Este proceso es tenido como normal y las personas que aprenden a elaborar sus pérdidas de esta forma [desde la infancia] tienden a repetir esta manera de vivir las situaciones de luto toda la vida.

Sin embargo, existe otro tipo de luto, mucho más complicado, llamado ‘luto patológico’. En este caso, la persona no consigue elaborar la pérdida satisfactoriamente. La no aceptación de la finitud de una fase o de una persona o aún de un objeto o relación puede llevar al sujeto a un estado de postración o revuelta constante. En otros casos, se rebaja la autoestima y la persona se describe como no merecedora de nada de positivo que pueda venir del mundo. Se trata de los casos de melancolía, descritos por Freud en su texto Luto y Melancolía, de 1914. Según el padre del psicoanálisis, en los casos de la melancolía, la persona tiene un empobrecimiento del ego y no consigue dirigir su energía, su afectividad para otras personas o actividades. (Freud, 1914). Podemos afirmar, bajo la óptica del Dr. Viktor Frankl, que esta persona no consiguió encontrar un sentido en el sufrimiento.

Y, esbozando con los conocimientos espíritas, consideramos aunque las experiencias anteriores [de vidas pasadas], aliadas a la forma que la persona aprendió a lidiar con las pérdidas desde la primera infancia, acaban por orientar la manera como elabora los tantos lutos que se suceden durante la existencia.

Aceptando la muerte para mejorar la vida

Hasta aquí ya hablamos sobre la importancia de una educación para la muerte, en el sentido de buscar un sentido para la vida. Nos cabe decir, aún, que para eso tenemos a nuestra disposición algunas herramientas preciosas. Una de ellas – el Espiritismo – amplía nuestros horizontes a medida que en nos desvela la realidad Espiritual – nuestra verdadera naturaleza, nuestros objetivos y necesidades, la importancia de las relaciones interpersonales para nuestro desarrollo y del mundo a nuestra vuelta, así como los posibles resultados de estas relaciones conforme nuestra actuación en este mundo. Sabemos, a través de la Doctrina Espírita, que somos seres en constante transformación, viviendo incontables existencias, en un ir y venir constante, y que, cada una de estas existencias, vamos haciéndonos más maduros, más esclarecidos y, por tanto, más próximos de la perfección – objetivo final de todos nosotros.

Sólo cuando aceptemos nuestra finitud, encarándola de frente, conseguiremos reflejar satisfactoriamente sobre la vida que llevamos. Con eso no continuaremos ‘llevando la vida’, más pero pasaremos a buscar comprender lo que la vida realmente espera de nosotros. Dejaremos de ‘tocar los días’, en una rutina impensada, como alineados existenciales, para actuar en el mundo con objetividad, encontrando un sentido para cada nueva experiencia, sublimando sentimientos, transcendiendo.

Sólo así, liberados de este dogma ideológico que instituyó al mundo el silencio sobre las cuestiones de la muerte, podremos seguir adelante, libres para escoger con claridad y responsabilidad aquello que realmente es importante para nosotros.


Notas: 

1. Distanásia es la práctica por la cual se prorroga, a través de medios artificiales y desproporciónales, la vida de un enfermo incurable. También puede ser conocida como “obstinación terapéutica”. (Fuente: Wikipédia).

2. Se ha verificado que algunos profesionales de la salud que no consiguen elaborar las pérdidas de los pacientes, teniendo en ellas un concepto de fracaso profesional, exigiéndose más de lo que es posible [e ideal], pueden presentar el síndrome de Burnout (del inglés to burn out, quemar por completo), también llamada como síndrome del agotamiento profesional, así denominada por el psicoanalista neoyorquino, Freudenberger, después de constatarla en sí mismo, al inicio de los años 1970. La dedicación exagerada a la actividad profesional es una característica importante de Burnout, pero no la única. El deseo de ser el mejor y siempre demostrar alto grado de desempeño es otra fase importante del síndrome: el portador de Burnout mide la autoestima por la capacidad de realización y éxito profesional. Lo que tiene inicio con satisfacción y placer termina cuando ese desempeño no es reconocido. En ese estado, necesidad de afirmar, el deseo de realización profesional se transforma en obstinación y compulsión. (Fuente: Wikipédia).

3. Según los Espíritus, la infancia es el periodo de la vida física más importante para el perfeccionamiento del Espíritu encarnado, una vez que sus tendencias anteriores están adormecidas en función del proceso reencarnatorio. Es en el periodo de la adolescencia, como nos esclarecen los  Espíritus en la pregunta 385 de El Libro de los Espíritus, que el Espíritu encarnado comienza a retomar sus características de Espíritu eterno en proceso de evolución.

La Logoterapía es un sistema teórico – práctico de psicología, creado por el psiquiatra vienense Viktor Frankl, que se hizo mundialmente conocido a partir de su libro "En Búsqueda de Sentido" (Un Psicólogo en el Campo de Concentración), en el cual expone sus experiencias en las prisiones nazis y lanza las bases de su teoría. De acuerdo con Allport, "se trata del movimiento psicológico más importante de nuestros días". La Logoterapia es conocida como la Tercera Escuela Vienense de Psicoterapia, siendo el Psicoanálisis Freudiano la Primera y la Psicología Individual de Adler la Segunda. (Fuente: Wikipédia) 4.

 

Referências bibliográficas:

ARIÈS, P.; A História da Morte No Ocidente. Trad. P. V. Siqueira. Rio de Janeiro: Francisco Alves, 1977.

FRANKL, V.; A Descoberta de Um Sentido No Sofrimento, Entrevista na África do Sul, 1985, disponível no Youtube, http://www.youtube.com/watch?v=5cd2KANOJuU, acessado em 11 de setembro de 2011.

Em busca de sentido: um psicólogo no campo de concentração. Petrópolis: Editora Vozes, 1991.

FREUD, S.; Luto e Melancolia. Edição Standard Brasileiras das Obras Completas de Sigmund Freud, v. XIV. Rio de Janeiro: Imago, 1917 [1915]/1974.

KARDEC. A.; O Livro dos Espíritos, 1ª edição comemorativa do sesquicentenário, FEB, Rio de Janeiro, 2006.

KOVÁCS, M. J.; (org) Morte e Desenvolvimento Humano. São Paulo: Casa do Psicólogo, 1992.
PAIVA, L.E.; A Arte De Falar Da Morte Para Crianças: A Literatura Infantil Como Recurso Para Abordar a Morte Com Crianças e Educadores. Aparecida, SP: Ideias e Letras, 2011.

PIRES, H.; Educação Para a Morte. São Bernardo do Campo: Correio Fraterno do ABC. 5ª edição, 1996.

QUINTANA, A.M.; Morte e Formação Médica: É Possível a Humanização?; in Santos (organizador), F.; A Arte de Morrer – Visões Plurais; Bragança Paulista. SP: Editora Comenius, 2009.

TORRES, W.C.; A Criança Diante da Morte: Desafios; São Paulo: Editora Casa do Psicólogo, 1999.


 


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