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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 5 239 – 11 de Diciembre de 2011 

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Que ofrecemos a los otros

 

Nelinho vio, caminando por las calles de la ciudad, a un grupo de muchachos mucho más mayores que él, cuya apariencia le llamó la atención. Eran calvos y andaban vestidos de negro, cubiertos de cadenas y metales, pendientes y piercings.

Más que la apariencia física de ellos, le llamó la atención la actitud de determinación, de coraje. Mantenían las cabezas erguidas, como si no temieran nada, ni a nadie. 

Aquel grupo encantó a Nelinho, que atravesaba problemas en la escuela por creer que los compañeros no gustaban de él y no lo respetaban. Entonces, resolvió que sería cómo ellos. Iba a imponer respeto a todos los compañeros.   

Así, al entrar en casa, pidió:

— Mamá, yo necesito comprar algunas cosas para la escuela. ¿Puedes darme el dinero que el abuelo me dio y que tú guardaste?

La madre solícita, respondió:

— ¡Claro, hijo mío! ¿Pero puedo saber lo que vas a comprar?

— Es secreto. Después te cuento.

— Está bien, Nelinho — concordó la madre, cogiendo el dinero y entregándoselo al hijo.

Contento, él dio las gracias y salió. Volvió un tiempo después con algunas bolsas y fue para su cuarto. La madre lo vio llegar con los paquetes, pero no dijo nada.

Una hora después Nelinho apareció en la sala. ¡La madre casi se desmayó del susto!

— ¡¿Qué es eso, hijo mío?!...

— ¿Te gusta, mamá? Es así que me voy a vestir de hoy en adelante.

Ella miró al niño sin poder creer en lo que estaba viendo: Nelinho tenía rapada la cabeza, que estaba sangrando, llena de pequeños cortes; estaba todo vestido de negro, con cinturón de cadenas de metal y en las orejas tenía pendientes.

La madre cayó sentada en un sillón, perpleja, y mal consiguió balbucear:

— ¿Por qué... por qué eso, hijo mío?

Y el chico, abriendo los brazos, explicó:

— ¡Ah, mamá! ¡En la escuela los compañeros no me respetan! Hacen poco caso de mí y se ríen de mi aspecto. ¡Ahora ellos van a tener que respetarme!...

Todo lo que él decía venía acompañado de palabrotas. Horrorizada — pues el hijo siempre fue un buen niño —, ella pensaba qué hacer para convencerlo de que no era el cambio de la ropa o de las palabras que haría a sus compañeros que gustasen más de él.

Nelinho fue para la escuela todo orgulloso de las ropas nuevas y del cambio de actitud.

La madre, aún en chock, continuó pensando en el problema hasta que, finalmente, tomó una decisión. 

Más tarde, el padre y la hermana más mayor de Nelinho llegaron a casa y, al verlo, quedaron igualmente asustados, pero la madre les hizo una señal y actuó con naturalidad.  

Había preparado la cena como siempre. En aquella tarde había hecho una sopa de legumbres, que todos apreciaban. Cuando la colocó en la mesa, todos reaccionaron, al comentario de Nelinho que estaba hambriento:

— ¡Mamá! ¿Qué es eso? ¡El olor no está bueno!...

— ¡Está diferente!... — dijo la hermana con un gesto.

El padre permaneció callado, aunque tampoco le hubiese gustado. Con tranquilidad la madre aclaró:

— Nelinho decidí dar a las personas lo que tiene de peor: en las ropas, en el comportamiento,  en las

palabras. Entonces, decidí que podemos también alimentar nuestro cuerpo con alimentos no tan gustosos como tenemos siempre.

— ¡Por favor, mamá! ¡No quiero tomar esta sopa!...

— Pero tú decidiste dar lo peor de sí a las personas, hijo mío. ¡A comenzar por las palabrotas que ahora estás usando! Entonces, creí que iba a gustarte si nuestra cena acompañara tu nuevo modo de ser.  

El niño pensó un poco y, avergonzado, acabó por confesar:

— Mamá, tienes razón. Hoy, en la escuela, los compañeros se burlaron de mí, se rieron de mis ropas y de mi aspecto, diciendo que les gustaba cómo yo era antes.                 

Él pasó la mano por la cabeza, forzado, y consideró:

— En cuanto a las ropas y a los pendientes, es sólo quitarlos. ¡Pero no sé lo que voy a hacer ahora que estoy calvo!...

La madre lo abrazó con cariño, consolándolo:

— Eso es lo de menos, hijo mío. ¡Los cabellos crecen rápido! Esa lección, sin embargo, es importante para que tú entiendas que existen cosas y actitudes que no vamos a poder cambiar tan fácilmente y, si lo hiciéramos, tendremos que sufrir las consecuencias. Por eso, nuestras decisiones deben ser bien pensadas.  

El niño sonrió admitiendo:

— Yo sé, mamá. Más todo eso sirvió para que yo entendiera que a mis compañeros les gusto, sí. ¡Yo es que no sabía eso!...

Felizmente la situación fue resuelta, pero aquella sopa mala, sin sabor, continuaba sobre la mesa y estaban todos con hambre. La madre sonrió mirando a los seres queridos y los calmó:  

— No os preocupeis. Todo está bajo control.

Auxiliada por la hija, ella retiró los platos de la mesa, llevándolos para la cocina. Después, volvió con un lindo rollo de carne salada que ella había preparado y guardado en el horno.

Como era hábito, pidieron las bendiciones de Jesús para la cena que tenían en la mesa y, con sonrisa satisfecha, se pusieron a comer.

Nelinho respiró aliviado. Gracias a Dios, todo estaba bien de nuevo. Nunca más iba a olvidar aquel día ni la lección, que con seguridad recordaría toda la vida. 


                                                       
MEIMEI 


(Recebida por Célia X. de Camargo, Rolândia-PR, em 17/10/2011.)



                                                         
                          



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Revista Semanal de Divulgación Espirita