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Año 5 231 – 16 de Octubre de 2011
CHRISTINA NUNES        
cfqsda@yahoo.com.br      
Rio de Janeiro, RJ (Brasil)
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Consideraciones sobre el suicidio

Parte 1
 

 

Aunque tema complejo, lo traigo a la mención sensibilizada por la noticia de la cual tomé conocimiento de modo tardío hace algún tiempo, ocurrida a primeros de agosto del año de 1993 con un actor inglés que me encantó por su interpretación magnífica del personaje Pierre Gringoire, el Poeta Mayor en Notre Dame de París, en su versión televisiva del año de 1982 - Gerry Sundquist. Por razones que desconozco, ese día nefasto y ya lejano él se suicidó, a los treinta y siete años, en Norbiton Train Station, Londres, Inglaterra.
Sin embargo, la intención al discurrir sobre tal asunto se prende, antes, a la debida exaltación de la vida. Ese actor, al que me parecía de escuela de Shakespeare, era un excelente y talentoso artista, como se evidenciaba en ese y en otros trabajos suyos en el mundo del arte
dramático. La pregunta que queda es la razón de tal acto extremo – o razones, probablemente muchas, una auténtica amalgama intrincada.

¿Qué lleva alguien así, supuestamente bien exitoso, famoso, con su trabajo reconocido a nivel internacional, bellísimo, a verse encerrarse en un callejón sin salida tan absoluto a punto de no hallar ningún respiradero; a punto de serle aún indiferentes sus grandes realizaciones como ser humano y como profesional, la admiración de muchos; el respeto y el reconocimiento por su trabajo; y el amor de tantos que quedaron, ciertamente en estado lamentable de sufrimiento derivado de la pérdida de un ser que les es querido, y que voluntariamente dejó los escenarios del mundo de esta forma brusca, intempestiva, y extremadamente infeliz?

Deseo abordar un poco esta cuestión del punto de vista espírita – el único, a mi ver, que ofrece sobre este complejo drama humano, diariamente presenciado en todos los rincones del planeta, alguna luz, algún esclarecimiento lógico y plausible.

André Luiz habla sobre la situación de los que creen firmemente en la nada después de la vida física

Lo que todo indica es que los que así empeñan tal atentado crucial contra su expresión de vida, venciendo en sí mismos la mayor de las resistencias, cual sea el instinto de supervivencia que, en circunstancias normales, nos lleva a perseverar y luchar por la vida hasta nuestro último aliento – estas personas se ven víctimas por un estadio de sufrimiento crucial en su universo íntimo: alguna situación desesperante, sea de orden material o emocional; una suspensión financiera crítica, una pérdida amorosa aparentemente insoportable, o aún un estado de tedio agudo: una falta de objetivos avasalladora, para que estos individuos admitan la continuidad de una existencia que gradualmente perdió sus colores; que fue poco a poco vaciándose, y paralizando en una letargia pétrea, aterrorizadora - y, con eso, perdiendo todo su sentido.

Sí; lo que testificamos en estos casos nos aparenta, en la esencia, un sin número de situaciones provocadas por un extremo cualquiera de frustración intransponible, crónica - al menos de la óptica de aquellos que no ven más atajos ni alternativas, a un grado tal alucinatorio, que les sobra sólo una vía de vía única: eliminar a sí mismos; la ilusión de que, acabando con la existencia que les parece miserable y desgraciada a un punto tal irreversible, se extermina también este estado terminal de sufrimiento, para el cual no encuentran más fuerzas ni razones que justifiquen tener que soportarlo por más tiempo.

Me acuerdo de uno de los libros del Espíritu André Luiz, psicografiado por el añorado maestro Chico Xavier, donde él se demora oyendo la explicación minuciosa de uno de sus orientadores de la ciudad espiritual Nuestro Hogar, acerca del estado petrificado de los Espíritus que llegan a la vida invisible bajo los lastimosos efectos de su creencia arraigada, mientras estaban reencarnados, de que, una vez transpuestos los umbrales de la transición corpórea, todo habría de acabarse. La situación de los que creen firmemente en la "nada" después de la vida física, y que, obedeciendo, en su constitución de seres eternos, a las ineludibles leyes que rigen la Vida en su expresión mayor en el Universo, atraen para sí exactamente el estado en el cual creen intransigentemente, según los parámetros de la causa y del efecto. El orientador explica a André Luiz que aquellas almas que allí se encuentran en aquel aspecto inerte, rígido, como si estuvieran "muertas para la eternidad", no se encuentran muertas de hecho – sólo expresan en sí mismas aquello en lo que creen, y que defendieron durante todo el tiempo, dominados por la visión miope del funcionamiento mayor de la existencia, de que se dispone durante el periodo de condicionamiento sensorial rígido y limitada de la reencarnación.

André Luiz nos relata haber sido clasificado – para su sorpresa – como suicida

Con el tiempo, la claridad de conciencia, imbatible e inexorable, y que de sí mismo se impone, desde el mineral adormecido en los principios de la evolución, hasta las cimas de expresión vital de los ángeles en las dimensiones más evolucionadas del Cosmos - esta claridad también allí, en aquellas almas rígidas, sobrepone su grito de convocatoria a la realidad mayor de las cosas, que finalmente los impulsará al despertar natural, y a la natural transmutación de sus conceptos en otros más gratos, más fidedignos a nuestra gloriosa condición de hijos de la eterna divinidad.

Pues así también se da en el funcionamiento de la Ley para con el suicida, este querido hermano de jornada merecedor de nuestra mejor disposición amorosa, para extenderle la luz de la comprensión, de la plegaria y del auxilio. Porque, si en situación aún agravada al endeudarse Pues así también se da en el funcionamiento de la Ley para con el suicida, este querido hermano de jornada merecedor de nuestra mejor disposición amorosa, para extenderle la luz de la comprensión, de la plegaria y del auxilio. Porque, si en situación aún agravada al empeñarse en tal atentado contra sí mismo en fase prematura de la vida, se hallará este individuo prendido, durante extenso intervalo de tiempo, a la vivencia inexorable de aquel ápice de locura y de sufrimiento a que se hubo abandonado en la hora del gesto extremo. Como nada más vislumbrara más allá de aquel instante; como ninguna alternativa, ninguno atajo, ninguna elección de más luz en el fin del túnel admitía para sí, de modo tan definitivo, el suicida queda, así, prendido de esa hipnosis auto-impuesta: enrollado en la insistencia voluntaria de su estado mórbido de alma, y en la visión repetitiva implacable de su gesto extremo de violencia contra sí, en búsqueda de una liberación que, para su sumo desvarío desde entonces, no encuentra, agravando los sufrimientos tenidos como insuperables, pero que, de la forma más lastimosa, descubre sean susceptible de agravamiento en un estado tal indescriptible de tormento espiritual.

En Nuestro Hogar, André Luiz nos relata haber sido clasificado - para su sorpresa - como suicida por los técnicos de la espiritualidad amables que lo acogieron en la ciudad etérea memorable, descrita en las obras de Chico Xavier; y por razones tal vez más amenas: por su incuria para con su salud mientras en los paisajes materiales, lo que lo llevó a contraer las molestias que lo victimaron al punto de la transición, considerada prematura por los dedicados mentores. André Luiz nos describe, textualmente: "¡Suicida! ¡Suicida! ¡Criminal infame!" - gritos así, me cercaban de todos los lados (...) Tales censuras(...)me perturbaban el corazón. ¿Infeliz, sí; pero, suicida?!(...)Sí (...) esclareció el médico, demostrando la misma serenidad superior (...) - Tal vez el amigo no haya reflexionado bastante. El organismo espiritual presenta en sí mismo la historia completa de las acciones practicadas en el mundo (...) Veamos el área intestinal. La oclusión derivaba de elementos cancerosos, y estos, por su parte, de algunas liviandades de mi estimado hermano, en el campo de la sífilis."

El suicida es, antes de nada, un enfermo del alma, merecedor pues, de nuestro mejor cariño

Vemos en el extracto la enseñanza de la realidad mayor en el que se refiere al llamado suicida inconsciente, que conduce su vida material a la conclusión precoz en el transcurso de un patrón de conducta liviana para con los cuidados debidos a la salud orgánica, diferente de aquel que, vía gesto brutal y extremo, da fin intempestivo y dramático a los días de modo hasta cierto punto lúcido, aunque claramente dominado por lo que podemos fácilmente admitir como un enfermo estado alucinatorio hipnótico que lo subyuga a la morbidez derrotista imbatible, a la cual finalmente sucumbe. Sin embargo, se difieren las determinantes, los resultados se hacen ecuánimes. Si el estado orgánico del cuerpo sutil espiritual acusa y realza claramente los efectos derivados de las causas situadas en la negligencia con que el individuo se descuida de su vehículo físico, su precioso instrumento de expresión en los escenarios materiales para que bien cumpla su fugaz compromiso en el planeta, durante un mero momento en la eternidad, también en quien atenta contra su cuerpo en la lastimosa ilusión de fin perpetuo, de sí mismo, en cuanto a los problemas tenidos como cruciales e invencibles que lo flagelan, se opera el triste resultado del acto impensado y sumamente engañoso.

Queda, pues, el suicida prendido al local de su gesto insano durante todo el resto del tiempo que le faltaría a la conclusión de su vida física, y sometido al incesante tormento de las sensaciones dolorosas del cuerpo en sus últimos momentos, saturado que se halla su periespíritu (el cuerpo espiritual, o sutil, réplica del físico, y vehículo fiel de las sensaciones del cuerpo más grosero, y de las impresiones sensoriales experimentadas, al alma) del fluido vital necesario al periodo de vida física, programado con antelación por los técnicos que a cada uno de nosotros auxilian en cada vuelta a los estadios de reencarnación; principalmente se mantuvo este individuo destituido de cualquier noción de fondo espiritual, que, instintivamente, lo induciría, flagelado por el dolor, a solicitar el socorro de lo Más Alto, de Dios, y de los amigos asistentes de la invisibilidad que, si en estos momentos prescinden de llamado para ayudar - lo que hacen de pronto en función de amor - no pueden efectuar auxilio sin que el auxiliado se conciencie, por él mismo, del propio estado precario, y de su necesidad de ayuda.

El suicida, por lo tanto, es antes de nada enfermo del alma, en virtud de que es merecedor de nuestro mejor cariño, pensamientos y oraciones. Es un individuo víctima por un estado desvirtuado de ser y de sentir la Vida en su mayor extensión. Engañado, sobre todo, por el mayor de los engaños: el de que aquí, en este microscópico mundo perdido en el Cosmos, se concluye nuestra expresión última de existir, y toda su finalidad, con sus enredos tímidos e inciertos como las nubes en los cielos. Ignora, así, el sin fin de nuestro recorrido, y las alternativas inimaginables que nos aguardan si, simplemente, nos entregamos al saludable ejercicio de expandir nuestra visión interior más allá de los objetivos, valores, y conceptos puramente materiales, aprendiendo que el cuerpo físico es, antes de nada, vehículo, instrumento - nuestra transitoria expresión densa en un orbe que nos recibe como huéspedes durante nuestro recorrido evolutivo dentro de la trayectoria mayor de la eternidad que a todos aguarda, en escenarios y contextos de vida inimaginablemente mejores.

La reencarnación es una realidad que no se prende a creencia o a descreencia

Vivimos en tiempos en que no se admiten más medias palabras en las aclaraciones de cosas importantes. Así, en lo que aquí nos interesa más de cerca, y para alcanzar el punto pretendido, preciso es que se diga: una de las mayores desgracias ocurridas para la saludable evolución mental y espiritual en el occidente fue la retirada arbitraria, por el Concilio de Constantinopla en 553 d.C., de las menciones a la realidad de la reencarnación en los evangelios.

¡Vean bien que enuncio aquí, y de caso muy bien pensado, realidad! Porque ya es superado el plazo para la comprensión de que la verdad de la reencarnación no se prende a creencia o a descreencia. Existe, tanto como el sol sobre nuestras cabezas; y se hará presente en la trayectoria de cada uno de nosotros tantas  veces sean necesarias a nuestra comprensión de que el aprendizaje y el crecimiento son las metas de la trayectoria - no ninguna supuesta llegada estacionaria en algún paraíso tedioso y sumergido en un eterno e inútil tocar de arpas; y ni tampoco en algún infierno sádico e incoherente para con los propósitos grandiosos del Creador que a todo generó con equilibrio y con finalidad sabia, que no es, jamás, la condena de cualquier parte de Sí mismo a un castigo absurdo, perenne, y despojado de cualquier objetivo mayor para la contabilidad cósmica en un Universo que  todo aprovecha y exalta en su función, ¡para gloria mayor de la Vida!

El suicidio enreda seas que ya nacen coartados en esta trampa: en un mundo que, en el transcurrir de los últimos siglos, por imposición del poder religioso, se habituó a concebir el funcionamiento de la existencia humana como un viaje que comienza en la cuna y acaba inapelablemente en el túmulo - teniendo cómo único y diáfano bienestar la esperanza de que, tal vez, si fuera mucho - ¡mucho más! – ¡buenecito, libre de pecados, irá después de la muerte para el cielo!

(Este artículo será concluido en la próxima edición.)  



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita