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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 5 219 – 24 de Julio de 2011 

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

El Lobo

 

Cierto día, João, un campesino muy pobre, caminaba por una camino en medio de un bosque. Él poseía una pequeña propiedad allí cerca y se dirigía a la aldea próxima.    

De repente João vio, al margen del camino, un animal en medio de la vegetación; estaba inmóvil y parecía muerto.

Aproximándose, verificó que era un lobo, animal bastante temido por su ferocidad. Sin embargo, se llenó de compasión; lo

examinó y vio que estaba herido.    

— ¡Pobrecito! Fue alcanzado por la bala de algún cazador, con seguridad.

Cualquier otra persona habría huido. Sin embargo, de corazón noble y generoso, João deseó salvar al bello animal. El invierno hubo terminado, pero aún hacía frío. Sin pensar en sí mismo, lo envolvió en su manto viejo y lo cargó en los brazos hasta su casa, no muy distante.

Al llegar, la mujer vio al animal confuso; se asustó y él explicó:

— Lucía, yo encontré este lobo herido en medio del bosque y no podía dejarlo morir. ¡Finalmente él es un hijo de Dios, como nosotros! — explicó a la mujer.

Horrorizada, ella replicó:

— Espero que no te arrepientas. Tú sabes que los habitantes de la aldea estaban a la búsqueda de un lobo que venía asustando a la población. ¡Tal vez sea este mismo!

Con expresión tranquila, pero decidida, él dijo:

— No te preocupes, mujer. Creo que él no sobrevivirá. Espero sólo poder cuidar de él para que muera en paz.  

La mujer se encogió de hombros, volviendo para sus quehaceres domésticos.

João llevó el animal para un pequeño sótano, en los fondos de la casa, que servía de depósito para sus instrumentos de trabajo en el campo. Lo depositó sobre un monte de heno y le examinó la herida. Limpió la región y localizó la bala, que no estaba muy profunda.

Entonces, cogió una tijera y cortó los pelos bien cerca de la piel. Enseguida, con un pequeño cuchillo afilado, retiró la bala, y amarró en la herida un pedazo de paño para estancar la sangre. Después, volvió a cubrirlo con su manto viejo; trajo una vasija con agua, para el caso de que el despertara y sintiera sed. Sólo entonces, lo dejó solo.

Sin embargo, como en la noche hizo mucho frío, el buen hombre no consiguió dormir bien, preocupado con el animal herido. En la mañana siguiente, madrugada aún, antes de salir para el trabajo en el campo, fue a ver como su protegido había pasado la noche. Contento, verificó que el lobo estaba mejor. El animal abrió los ojos y Joâo dijo:

— ¡Se bienvenido, mi amigo! Veo que estás recuperándote. Bebe un poco de agua.

Aproximó la vasija y el animal bebió toda el agua.

— Gracias a Dios tú no vas a morir — dijo el labrador haciendo una caricia en la cabeza del lobo — Ahora yo voy a trabajar, pero volveré para verte. ¡Queda con Jesús!

Saliendo, él cerró el cuartito y fue para el campo. Estaba él entretenido en limpiar el suelo, retirando las hierbas dañinas que crecían juntos de la plantación, cuando se sintió cansado y resolvió descansar un poco. Levantó la cabeza y vio, con sorpresa, al lobo que dormía allí cerca, debajo de un arbusto.

— ¿Será que no cerré la puerta?... — pensó el labrador, desconfiado.

Sin embargo, sonrió y se sentó cerca del animal que dormía. Al notar movimiento, el lobo despertó, pero no se meneó como si fuera muy natural estar allí. João cogió su cantil, le dio agua. Abrió la vasija donde la mujer hubo colocado su comida

y comió un poco, dejando el resto para su nuevo amigo, que devoró todo.

Al terminar el día, volvieron para casa. Lucía quedó perpleja al ver al marido llegando junto con el lobo, que lo acompañaba. João lo llevó para el cuartito y confirmó que, realmente, continuaba cerrado. Miró para el animal, preguntando:

— Amigo, ¿cómo conseguiste huir de aquí?...

El lobo, que lo miraba atento, mostró que había entendido. Dio la vuelta en el barracón y, junto a la pared de madera, João vio que había tierra removida y un agujero, por donde el animal entró con alguna facilidad.  

Pasmado con la inteligencia del lobo, João volvió hasta la entrada y abrió la puerta. Entrando en el depósito, él vio el animal acostado con expresión satisfecha junto al agujero que hubo hecho, cavando bajo la pared hasta salir del otro lado, libre.  

Joâo contó a su mujer, que lo acompañaba, todo lo ocurrido y acabó por decir:

— Lucía, este lobo es muy experto. No creo que desee hacernos mal. Si quisiera atacarnos, ya lo habría hecho. Noto que, como cualquier persona, él quedó agradecido por la ayuda que le di, y demuestra eso con amistad y afecto. Permaneció a mi lado durante todo el día, sin apartarse de mí. 

Y, para confirmar sus palabras, el animal se aproximó a ellos y lambió la mano de Joâo.

A partir de ese día, João le dio un nombre: Lobo. El animal se hizo compañero inseparable, siguiéndolo para donde fuera.

La noticia comenzó a correr por la región y, en la aldea, quedaron estupefactos con la noticia de que João hubo salvado el lobo que aterraba a todos, y se hubo hecho su animal de compañía.

La primera vez que João fue a la aldea con el lobo, los habitantes quedaron a la distancia, llenos de miedo. Él los calmó, afirmando que podían aproximarse.

De repente, se aproximó un hombre grandullón, teniendo una carabina en la mano. Con modos groseros, demostrando hostilidad, él gritó:

— ¿Qué está haciendo, João? Ese lobo necesita morir. ¡Ya causó muchos sustos a todos nosotros!

Al verlo, Lobo quedó en posición de ataque, gruñendo, listo para atacar al recién llegado, protegiendo al amigo. Asustado, el grandullón mantuvo la distancia.

Al ver la reacción del animal, Joâo entendió:
 

— ¡Ah!... ¡Fue usted el que disparó  a él! Por eso, Lobo está reaccionando de esa manera. Pero no se preocupe. Él sólo lo atacará para defenderse.

Hablando así, João acariciaba la cabeza del animal, que se calmó, comportándose dócilmente. Al poco, más confiados, las personas fueron llegando. Uno de ellos quiso saber cómo João había conseguido tal hazaña. Con serenidad, él respondió:

— Es simple. ¡Con amor! Este animal, como cualquier otro, necesita comer y, en la búsqueda de alimento, se aproximaba a la aldea, pues es sabido que, con el invierno, los animales quedan escondidos y la caza es difícil, y él estaba hambriento. Por otro lado, los habitantes de la aldea, asustados al percibir su presencia, comenzaron a cazarlo. Bastó, sin embargo, que yo lo encontrara herido y cuidara de él, para que Lobo pasara a demostrar gratitud por la ayuda recibida. ¡Hoy, es mi gran amigo! ¿No es, compañero?

El animal entendió que João hablaba de él y subió a su pecho, colocando las patas delanteras en sus hombros, lamiéndole el rostro, todo satisfecho, delante de los admirados y sonrientes aldeanos.

Este es un caso verídico. Pero, no representa la regla general. En relación a los animales feroces, es necesario mantener el debido cuidado y distancia para nuestra protección.                                                  

Los animales, como nosotros, también son seres en evolución, y tienen sensibilidad. Si son tratados con amor, responderán con amistad y fidelidad, conforme atestiguan incontables ejemplos de casos relatados.
                                                                 

MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, em Rolândia-PR, 27/6/2011.)
        
        
  
 



                                                         
                          



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Revista Semanal de Divulgación Espirita