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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 5 214 19 de Junio de 2011 

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Confianza

 

El abuelo llevaba a Guilherme, el nieto de siete años, para la escuela.

El niño, preocupado, caminaba con la cabeza baja. El abuelo notó el estado del nieto y preguntó:

— ¿Por qué estás tan callado, Guilherme?

El niño dio un suspiro y dijo:

— ¡Abuelo Ernesto, yo estoy con miedo!... La profesora va a aplicar un examen en nuestro grupo y recelo no saber la respuesta a las preguntas.
 

— ¡Ah!... ¿Pero tú no estudiaste?

— ¡Estudié sí, abuelo! Sin embargo tengo miedo de no conseguir salir bien en ese examen, que vale bastante. ¡Es importante para mí!

El abuelo miró para el nieto, que ya estaba con carita de llanto, y cogiéndole la mano lo tranquilizó:

— Queda tranquilo, Guilherme. Si tú estudiaste la materia no tienes que temer. Además de eso, ¿no confía en Jesús?

El niño pensó un poco y respondió:

— Confío, abuelo. ¡Sólo no confío en mí!

Como aún tuvieran algún tiempo, pasando por una plaza el abuelo lo invitó para sentarse en un banco. Después, habló:

— Guilherme, ¿sabes que los discípulos de Jesús también tenían miedo?

— ¿Es verdad, abuelo?

— ¡Verdad! Pues te voy a contar un hecho.

El niño, curioso, olvidó por unos momentos su preocupación, esperando la narración del abuelo, que siempre conseguía prender su atención. Y el abuelo comenzó a contar:

— Cierto día, Jesús hablaba al pueblo al margen del lado de Genesaré, que también es conocido por el Mar de Galilea. Como fuera tarde, decidió que deberían pasar para el otro margen. Entonces, despidiendo a la multitud, ellos partieron en el barco. Ocurrió que una gran tempestad se formó, y el viento agitaba las olas, que se tiraban contra el barco, que estaba llenándose de agua, casi a punto de zozobrar.

— ¿Y Jesús? — indagó Guilherme, asustado.

— Mientras eso, Jesús dormía, sereno. Aterrorizados, los discípulos gritaron para despertar a Jesús. — ¡Maestro! ¡Maestro! ¡Sálvanos! ¡Vamos a morir! — Y Jesús, despertando, reprendió al viento y calmó el mar. Después, restablecida la orden, Jesús preguntó a sus discípulos:

— ¿Dónde está la fe de vosotros?... (1)

Guilherme oía al abuelo y, en su cabecita fértil, aparecían imágenes de Jesús en el barco con sus discípulos, calmando el viento y la tempestad. Lleno de admiración y de respeto, miró para el abuelo con ojos muy abiertos:

— ¿Es verdad, abuelo? ¡Jesús es muy poderoso! ¡Si yo estuviera junto con Él, creo que no tendría miedo de nada!...

El abuelo Ernesto sonrió y consideró:

— Con esa pregunta “¿Donde está la fe de vosotros?” Jesús muestra claramente que, delante de las situaciones más difíciles, cuando todo parece perdido, es que necesitamos mantener la confianza, pues es en ese momento que demostramos la fe que poseemos. ¿Entendiste, Guilherme?

— No, abuelo.

Entonces el abuelo pensó un poco, y explicó:

— Guilherme, ¿cuándo es que la gente demuestra que es de paz, que no es de pelear?

— ¡Cuando un compañero nos irrita, y la gente no le golpean a él!

— ¡Eso mismo, Guilherme! — dijo el abuelo sonriendo delante del recuerdo del nieto.

Y el abuelo continuó:

— ¿Entendiste? De ese modo, no podemos demostrar optimismo, cuando todo en nuestra vida esté bien, así como sólo podemos ayudar a alguien en las horas de dificultad. Entonces, siempre que oremos pidiendo el amparo de Jesús, nosotros seremos ayudados, como los discípulos lo fueron en medio de la tempestad. Pero es preciso que nos acordemos de mantener la fe en las horas en que estamos atravesando algún problema.

El niño estaba con otro brillo en la mirada.

— Abuelo, yo no estoy más con miedo del examen. Confío en Jesús y voy a mantener la calma.

El abuelo, sonriente, concordó:

— ¡Eso mismo, Guilherme! Pero, está casi la hora de sonar la señal. ¿Vamos?

Llegaron a la escuela y el chico caminó decidido para el portón. Antes de entrar, aún se volcó, mirando para el abuelo.  

Más tarde, cuando Ernesto vino a esperar al nieto en la salida, quedó muy contento de verlo con una gran sonrisa. Corriendo para el abuelo, Guilherme contó:

— ¡Ah, abuelo! ¡Gracias a la ayuda de Jesús y a la tuya, yo acerté todo en el examen!

El abuelo también sonrió, esclareciendo.

— Guilherme, tú fuiste muy bien porque estudiaste la materia. Te faltaba sólo confianza en ti mismo. Si no hubiera estudiado,

ni mismo Jesús podría haberte ayudado. ¡Felicidades!...

Y Guilherme volvió para casa sintiéndose feliz. Descubrió dentro de sí un sentimiento nuevo de confianza que hacía  que se creyera capaz de realizar cualquier cosa. Sin temor, pensaba ya en el futuro, cierto de que podría vencer todos los obstáculos que surgieran en su existencia. Iría a realizar sus sueños.

Antes de entrar en casa, ansioso para contar a la madre la novedad, aún elevó el pensamiento a lo Alto, agradeciendo:

— ¡Gracias, Jesús!...

 

                                                                  MEIMEI

(Recebida por Célia Xavier de Camargo, em 23/05/2011.)


(1)
Mateus 8:23-27; Marcos 4: 35-41; Lucas 8:22-25.



                                                         
                          



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