WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual Edições Anteriores Adicione aos Favoritos Defina como página inicial

Indique para um amigo


O Evangelho com
busca aleatória

Capa desta edição
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Divaldo Franco
Site oficial
Raul Teixeira
Site oficial
Conselho
Espírita
Internacional
Federação
Espírita
Brasileira
Federação
Espírita
do Paraná
Associação de
Magistrados
Espíritas
Associação
Médico-Espírita
do Brasil
Associação de
Psicólogos
Espíritas
Cruzada dos
Militares
Espíritas
Outros
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco

Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 5 - N° 208 – 8 de Mayo de 2011

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

La fuga

 

Volviendo para casa, después de las aulas, Caio pensaba lo que diría para su madre.  Era viernes. Un compañero lo había invitado para salir a la noche con unos amigos.

Luego al llegar, preguntó:

— Mamá, ¿yo puedo salir esta noche?

Sorprendida, ella indagó con quién quería salir él.

— ¿Por qué quieres saber, mamá? — el chico replicó, irritado:

— Soy tú madre, Caio, y responsable por ti, que tienes apenas doce años.

Él tiró la mochila en la silla, con rabia:

— ¿Por que tú tienes que ser así? Las otras madres son buenas y dejan a los hijos hacer lo que quieren.

— Yo no te dejo y punto final. Ahora ve a tomar el baño.

Caio salió enfadado, y fue para el cuarto. Al llegar, el padre notó la cara larga del hijo.

— ¿Qué pasó, Caio?

— Es que yo quiero salir esta noche y mamá no me deja. Es sólo una vuelta con los amigos, papá. ¡No tiene nada más! ¡Déjame, ir!

El padre pensó un poco y quiso saber:
 

— ¿Quiénes son los chicos? ¿Nosotros conocemos a las familias de ellos?

— No, papá. Pero es gente buena. Puedes creerlo.

— Lo siento mucho, hijo mío. No podemos dejarte, que aún eres un niño, salir con personas que no conocemos. Es preciso tener cuidado. Somos los responsables por ti.

Caio salió de la mesa y fue a llorar a su cuarto.

Después, él oyó un discreto golpe en la puerta. Era la madre que venía a ver cómo estaba él.

— Intenta entender, hijo mío. Existe mucha violencia en los días de hoy y no se puede dar facilidades. Hacemos eso por amor a ti.          

Aunque rebelde, Caio respondió:

— No te preocupes, mamá. Estoy bien. Voy a dormir más pronto.

— Entonces, duerme bien, hijo mío. Que Jesús te bendiga. ¿Vamos a hacer una oración?

Ella hizo una oración con él y, enseguida, le dio un beso en la cabeza. Después salió del cuarto, cerrando la puerta.

Caigo, sin embargo, tenía otros planes. Cambió de ropa, abrió la ventana, la saltó y cayó en el jardín. De allí para la calle era fácil. Luego, todo feliz, estaba yendo al encuentro de los amigos.

Fueron para una sandwichera, pidieron un sandwich y se divirtieron mucho. Más tarde, uno de los chicos comenzó una pelea y necesitaron salir del local.

Anduvieron por las calles desiertas hablando alto y tropezando con las raras personas que pasaban.

A Caio no le estaba gustando nada aquello, pero no podía hacer nada. De repente, uno de los niños encendió un fósforo y encendió fuego en unas plantas secas. Otro tiró una piedra en una ventana, rompiendo el cristal. Un tercero agujereó los neumáticos de un coche y un cuarto rompió una placa de tránsito.

Todos reían encontrando mucha gracia. Caio intentó impedirlos, pero no le prestaron atención.

De repente, surgió un coche de policía y ellos fueron cogidos. Llevados para el Consejo Tutelar, tuvieron que dar explicaciones. Avisados, los padres de Caio llegaron para buscar al hijo. Estaban perplejos.

— ¡Pensamos que nuestro hijo estaba durmiendo! — se justificaron.

El consejero explicó lo que había ocurrido.

— Y los padres de los otros chicos, ¿por qué no están aquí? — preguntó la madre de Caio.

— No fueron encontrados. Finalmente, no hay quién se responsabilice por ellos. Quedarán aquí hasta que aparezca alguien para buscarlos.

Caio y los padres volvieron para casa. En el coche, venían callados. Después que entraron en casa, Caio dijo a los padres:

— ¡Papá! ¡Mamá! Sé que tenéis toda la razón para estar avergonzados de lo que yo hice. Yo también lo estoy. Siento mucho haber salido escondido.

— Podría haber sido mucho peor, hijo mío. Aún bien que los niños confesaron — habló la madre.

— Yo sé, mamá. Ahora comprendo que vosotros teníais toda la razón. Yo no los conocía realmente. Cuando vi como ellos actuaban, quedé con miedo. Intenté impedirlo, pero no me oyeron.

— Que esta noche te sirva de lección, hijo mío — consideró el padre.

— Puedes tener la seguridad que sirvió, papá. Pasé mucho miedo y nunca más quiero tener otra experiencia igual. Ahora comprendo la bendición de tener padres responsables como vosotros.

Después, Caio miró para los padres con los ojos húmedos y suplicó:

— ¿Será que me pueden perdonar?

Los padres, aliviados, lo envolvieron en un abrazo cariñoso, mostrando todo el amor que sentían por él y la satisfacción de tenerlo en casa, con seguridad.

Algunos días después era el Día de las Madres.

Caio compró un bonito ramillete de flores y lo entregó a su madre con una sonrisa.                              

— Mamá, yo te amo. Y ahora comprendo porqué los padres tienen que tener cuidado con los hijos. Eso representa el gran amor que sienten por ellos.

El chico dio un abrazo apretado a la madrecita, y después

dijo:  

— Gracias, mamá. Por todo. 
 

                                                        TIA CÉLIA      



                                                          
                          



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita