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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 4 198 – 27 de Febrero de 2011

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

El vestido de aniversario

 

Ângela, de sólo seis años, estaba bastante preocupada con su abuela Carlota, madre de su madre, que vivía en una ciudad litoral bien distante de la suya.

Por casualidad había oído un comentario de los más viejos que la abuela Carlota estaba muy enferma y que el médico estaba aprensivo con el estado de salud de ella. Tal vez necesitaría hacer una cirugía. Entonces, afligida, ella preguntó a su padre:

— Papá, ¿qué está pasando con la abuela Carlota? ¿Ella va a morir?

— ¡No, hija mía, claro que no! Además de eso, tú ya aprendiste que nadie muere, solamente cambia de vida, ¿no es? — dijo el padre, tranquilizándola.

— Es verdad. ¿Pero ella está muy mal? Sin querer oí a vosotros conversando y noté que mamá está muy triste. ¡Me gusta mucho la abuela y quiero saber lo que tiene ella!

Rubens, notando la inquietud de la niña, se sentó en una silla, la atrajo para sí, abrazándola con cariño, y le habló con sinceridad:

— Mira, hijita, tú eres una chica madura para tu edad y creo que vas a poder entender. La verdad es que no sabemos lo que tú abuela tiene. El médico aún no llegó a una conclusión sobre el estado de salud de ella.

Hizo una pausa y, delante de la expresión de tristeza de la niña, prosiguió:

— Sin embargo, Jesús nos enseña que, si tuviéramos fe del tamaño de un grano de mostaza, conseguiremos todo lo que deseamos. Y la Doctrina Espírita nos explica sobre la fuerza del pensamiento. Así, nada es imposible para aquel que cree. Por eso, ora y pide a Jesús que ayude a tu abuela. ¿Entendiste?

— Entendí, papá. Voy a orar todas las noches pidiendo a Jesús que cure a la abuela.

Y la pequeña Ângela, en aquella noche, antes de dormir, elevó su pensamiento a Jesús orando como nunca había hecho antes. Se acordaba de las lecciones que había recibido en las Aulas de Evangelización en la Casa Espírita y que hablaban del valor del pensamiento positivo. Hubo aprendido, también que, al dormir, el Espíritu se desprende y va adonde quiera. Entonces, suplicó al Maestro que le permitiera ver a la abuela. Carlota; andaba con mucha nostalgia y deseaba enterarse de su estado de salud.

Ângela se durmió y soñó.

Soñó que llegaba a la casa de su abuela. La bondadosa señora sonrió y abrió los brazos para recibir a la nietita.

— ¡Ângela! Que placer verte, querida mía. ¡Entra!

Conversaron bastante. Ângela mató la nostalgia de la abuelita y de su lindo patio, lleno de mangos, jabuticabeiras y naranjas. Caminaron bajo los árboles con las manos cogidas, mientras la brisa balanceaba las hojas verdecitas.

Acordándose de lo que la trajo allí, Ângela preguntó

— ¡Abuela, supe que tú estás enferma y estamos preocupados!

— No te aflijas, mi nietita, estoy bien. Hice nuevas pruebas y no dio nada. Me quedé tranquila. Voy hasta acabar de hacer un vestido que había comenzado. ¿Quieres verlo?

Curiosa, Ângela acompañó a la abuela y realmente vio, sobre la máquina de costura, un bello vestido casi listo.

— ¡Que lindo, abuela! 

— ¡Es para ti! Pretendo llevarlo cuando sea tu cumpleaños. Quería hacerte una sorpresa, pero ahora tú ya lo sabes.

— No tiene importancia, abuela. Me siento feliz por saber que tú estás buena. Mereció la pena haber venido — dijo la niña, abrazando a la abuela contenta.
 

La chica no vio nada más. Despertó la mañana siguiente alegre y bien dispuesta. Se arregló para ir a la escuela y, cuando estaba sentada tomando su café con leche, se acordó del sueño.

— ¡Mamá! ¡Esta noche soñé con la abuela Carlota!

Vilma intercambió con el marido una mirada preocupada.

— Y ella, ¿cómo está?

— ¡Está buena! Conversamos bastante. Ella me contó que se hizo nuevas pruebas y no dio nada de lo que el médico esperaba.

— Pero, ¿cómo sabes tú de esas cosas?

— ¿Pues no estoy diciéndote que fui hasta la casa de la abuela Carlota?

El padre de Ângela le aseguró que creía en ella. La madre, sin embargo, estaba perpleja. La niña continuó:

— Y tiene más. ¡La abuela está haciendo un lindo vestido para mí! Todo en azul, rosa y blanco. ¡Va a quedar muy bonito!...

Temiendo que la hija se decepcionase, la madre consideró:

— Ângela, yo sé que tú adoras a tu abuela, ¡pero fue sólo un sueño! No te quedes esperando un vestido que no vendrá, hija mía.

— Va a venir, ¡sí! Es verdad, mamá. ¿Yo ya no dije que fui a visitarla? Puedes hasta telefonear para  la abuela, si quisieras.  

Para quitar las dudas, Vilma conectó con la madre y obtuvo la confirmación de todo lo que Ângela hubo dicho. Cuando terminó la conexión, sumamente espantada, ella miró para la hija:

— Es verdad, hija mía. ¡Tú estuviste allá!...

— ¡Claro! ¿Tú no sabes que eso puede ocurrir, mamá? Aprendí con la profesora de Evangelización que, cuando la gente duerme, ¡el Espíritu va a donde quiere! 

Y cuando el abuelo Francisco y la abuela Carlota llegaron para el cumpleaños de Ângela, fue con ansiedad que la niña abrió el paquete bien hecho. Cogió el vestido en las manos y confirmó, orgullosa:

— ¡Es exactamente del modo que yo estaba esperando! ¡Gracias, abuela! 


                                                                     Tia Célia



                                                          
                          



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Revista Semanal de Divulgación Espirita