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Editorial Português Inglês    
Año 4 197 – 20 de Febrero de 2011


 

Traducción
Elza F. Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

Un saludo a un querido
amigo que partió


El jueves ya empezaba a oscurecer cuando el teléfono nos trajo una noticia que las personas generalmente no desean recibir: alguien nos daba cuenta del fallecimiento de un ente próximo y querido.

Hablamos de nuestro cofrade Adervaldo Roberto Patta, trabajador dedicado y uno de los fundadores de la Comunión Espirita Cristiana de Londrina, en la cual se dedicaba hacía más de veinte años, sin perjuicio de las tareas que realizaba también en el Centro Espirita Nuestro Hogar, localizado en la misma ciudad.

Su fallecimiento ocurrió en el día 11, horas después de una cirugía de emergencia en la que fue sometido, después de dos meses de sufrimiento causado por una enfermedad que le provocaba constantes pérdidas de sangre en el intestino.

El lector ciertamente no ignora que el sentimiento del espirita delante de la muerte no es, y no debe ser, sentimiento de pérdida,  porque la muerte no existe de la manera como generalmente las personas la imaginan.

La muerte es un cambio de domicilio y de tareas.

Evidentemente, las personas que ya cambiaron algunas veces de ciudad saben que no se trata de algo fácil, que exige una fase de adaptación hasta que las cosas se encajen y todo vuelve al normal.

Cambiar de tareas no es, igualmente, cosa que agrade. Quien ya perdió el empleo y tuvo de recomenzar en otra empresa sabe bien como eso es difícil, aunque sea igualmente pasajero.

Es tal vez por eso que la muerte nos causa, mismo a nosotros que somos espiritas, una cierta aprehensión, semejante a la experimentada por aquellos que pasan por las situaciones  que nos referimos.

La muerte, no obstante, no existe. Dice ella respeto tan sólo al cuerpo perecible y a esa contingencia nadie escapará. Pero no atinge el alma, ser inmortal e indestructible que  prosigue en su caminata con vistas a atingir la meta para la cual fuimos criados, o sea, la perfección.

Nuestro sentimiento y nuestro deseo,  en relación al amigo que partió, es que él pueda en breve estar de nuevo integrado a la tarea y, con la buena voluntad y la dedicación que siempre lo caracterizaron, vuelva a trabajar y auxiliar aquellos que necesitan, sin las dificultades y los óbices que nosotros, los encarnados, enfrentamos.

Delante del ataúd donde se encontraba el cuerpo inerte de Allan Kardec, Flammarion- dirigiéndose evidentemente al Espíritu del Codificador - dijo estas palabras que se tornaron célebres:

“Ahora retornaste a ese mundo de donde vinimos, y recoge los frutos de tus estudios terrestres. Tu envoltorio duerme al nuestros pies, tu celebro está aniquilado, tus ojos están cerrados para no más abrirse, tu palabra no se hará más oír… Sabemos que todos nosotros llegaremos a ese mismo último sueño, a la misma inercia, al mismo polvo. Pero no es en ese envoltorio que colocamos  nuestra gloria y  nuestra esperanza. El cuerpo cae,  el alma permanece y retorna al espacio. Nos encontraremos, en ese mundo mejor, y en el cielo inmenso donde se ejercerán las nuestras facultades, las más poderosas, continuaremos los estudios que no tenían sobre la Tierra si no un teatro muy estrecho para contenerlos.   

Nos gusta más saber esta verdad de que creer que todo yace enteramente en ese cadáver, y que tu alma haya sido destruida por la cesación del funcionamiento de un órgano. La inmortalidad es la luz de la vida, como ese brillante Sol es la luz de la Naturaleza.  

Hasta pronto  mi caro Allan Kardec, hasta pronto”.

Al Roberto Patta, con el nuestro abrazo, nos gustaría decirte las mismas palabras, además de  enviarte desde aquí nuestras preces, que extendemos a tu madre y a los demás familiares.  

Y, tal como Flammarion, te decimos: ¡Hasta la vista, querido amigo! Nos aguarde, porque más temprano de lo que imaginamos estaremos de nuevo reunidos.



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita