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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Ano 4 - N° 189 - 19 de Diciembre del 2010

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Sorpresa de Navidad

 

En un barrio muy pobre, en la periferia de una gran ciudad, vivía Paulinho.

De corazón bueno y generoso, era estimado por todos.

En su casa, faltaba casi siempre lo necesario. El padre trabajaba duro en la cantera, pero ganaba poco. La madre, a pesar de lavar ropa para las familias más acomodadas, tampoco recibía mucho. Así, todo lo que ganaba era gastado en alimentación, alquiler de la casa, agua y luz.

Paulinho soñaba con ropas, calzados y juguetes que veía en las vitrinas y que nunca podría tener. Se vestía muy pobremente, andaba descalzo y jugueteaba en la calle, a falta de un carrito o de un balón.

A pesar de todo, era feliz porque amaba a todas las personas y todos lo amaban también.

Por la mañana iba a la escuela. Al volver, ayudaba a la madre en los servicios domésticos. Después, salía para la calle. Siempre aparecía algo que hacer. Servicial, con una sonrisa en el rostro ayudaba a quien estuviera necesitado.       

Doña Victoria le pedía que fuese a pagar una cuenta urgente para ella.

— Claro, Doña Victoria. Quédese tranquila — respondía él.

En otra ocasión, pasando por la calle, alguien lo llamaba:

— Paulinho, ¿tú harías compañía a Ritinha, mientras voy a hacer compras? ¡Sabes como es! Ella está paralítica y puede necesitar de alguna cosa mientras yo esté ausente...

— Con placer, Doña Benedicta. Aprovecho y le cuento a ella una historia que aprendí en la escuela.

— Gracias. Ella es muy feliz cuando tú estás cerca.

Y allá iba Paulinho para la casa de Doña Benedita. Entraba, y una linda sonrisa se abría en el rostro de la niña de diez años que, en virtud de una parálisis infantil, no podía andar.

Volviendo para casa, encontraba al señor José, que, por ser muy viejo, tenía dificultad para andar.

— Oh niño, ayúdame a llegar hasta la casa. ¡Vamos, tengo prisa!

A nadie le gustaba el señor José porque era muy rancio. Pero Paulinho no se incomodaba con la forma de ser de él.

— Claro, señor José. ¿Cómo va su salud? ¿Mejoró de la bronquitis?

Así, sosteniendo al viejo, con mucha paciencia y buena voluntad, Paulinho lo acompañó conversando alegremente.

Él era así con todos. Generoso, no sólo ayudaba, sino que repartía siempre lo que ganaba.

Cierto día encontró una piedra muy bonita. Era lisa y brillaba con el Sol. La limpió bien y la guardó con cariño. Más adelante, sin embargo, encontró a André, un niño pequeño.

— ¿Estás viendo esta piedra, André? Ella es mágica y va a quitarte tu dolor. Quédate con ella. ¡Es tuya! El pequeño miró encantado para la piedra y paró de llorar, abriendo una sonrisa agradecida.

En la escuela, Paulinho ganó un libro de historias y luego pensó:

— Voy a dárselo a Ritinha. Ciertamente, ella necesita más de él que yo. Puedo hacer un montón de cosas, pero mi amiga Ritinha sólo puede quedar en aquella cama o en la silla de ruedas.

La Navidad se aproximaba. La ciudad estaba toda bonita, llena de luces, de colores y de alegría. Paulinho tenía muchas ganas de recibir un regalo, pero sabía que era imposible. Sus padres no tenían dinero para eso.

— ¿Para que quiero regalos? ¡Jesús ya me dio tantas cosas! Tengo salud, padres amorosos, amigos... ¡nada me falta!

El día de Navidad, Paulinho salió de casa. Quería encontrar a los amigos. Pero, todos habían desaparecido. No encontró a nadie.

Volvió para casa un poco triste. Finalmente, era Navidad, día en que se conmemora el nacimiento de Jesús, y él quería felicitar a sus amigos.

A la tarde fueron a avisarle que Doña Benedita quería hablar con él.

Sin tardar, se dirigió hasta la casa de ella. Se extrañó que estuviera todo oscuro. Ya era noche y las luces continuaban apagadas. Llamó delicadamente.

La puerta se abrió y — ¡oh! ¡Sorpresa! — las luces se encendieron y él fue recibido con una salva de palmas.

Miró alrededor. La pequeña casa de Doña Benedita estaba llena de gente. Todos sus amigos estaban allí, ¡hasta José! Tenía árbol de Navidad y adornos por las paredes.

— Pero... ¿pero qué está ocurriendo? — tartamudeó, espantado al ver a todo aquel pueblo allí reunido.

Ritinha sonrió y explicó:

— ¡Decidimos hacer una fiesta para ti, Paulinho! Por

todo lo que tú has hecho a todos nosotros, recibe nuestro agradecimiento.

Y, cogiendo de bajo de la manta una caja, habló:

— ¡Este es mi regalo! ¡Feliz Navidad!

Sin poder creer en lo que estaba ocurriendo, con lágrimas en los ojos, Paulinho vio la cara de un perrito de pelo claro, con una cinta roja amarrada en el cuello.

Tomó al animalito en los brazos, acariciándole el pelo sedoso.

     ¡No sé como agradecerlo, Ritinha! ¡Siempre quise tener un perrito!

Pues no lo agradezcas. ¡Tú mereces mucho más!

Todos lo abrazaron deseándole buenas fiestas, inclusive sus padres, también presentes, muy orgullosos del hijo. Cada uno le entregó un paquete. Doña Victoria, una ropa que había cosido especialmente para él. Señor José, un par de zapatos que fueron de su hijo. El pequeño André le entregó un carrito, otro un estuche y así recibió una porción de regalos.

Enjugando las lágrimas, Paulinho abrió los brazos y sólo consiguió decir, lleno de emoción:

— ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Pero, quien merece todos los homenajes hoy es Jesús, el protagonista del día! ¡FELIZ NAVIDAD para todos!

Y en aquella noche, tuvieron una fiesta animada y agradable, ejemplificando la fraternidad y la solidaridad que debe prevalecer en el corazón de todas las criaturas como una consecuencia del tierno mensaje de Jesús: Amar al prójimo como a sí mismo.


                                                                         
Tia Célia

 

                          



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Revista Semanal de Divulgación Espirita