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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 4 180 – 17 de Octubre del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

Leleco, el perrito

 

Dalva salía de paseo todos los días y su perrito Leleco le gustaba siempre  acompañarla. Pero Dalva era una niña que no sabía respetar a los otros.

Cuando el perrito se aproximaba ladrando feliz y moviendo el rabito, satisfecho por verla, Dalva lo empujaba para lejos, irritada e insatisfecha.   

Cuando Leleco la veía sentada en un rincón, sola y triste, llegaba manso y le lamía la mano, humilde y cariñoso. Dalva, sin embargo, lo expulsaba a puntapiés.

Su madre buscaba darle buenos consejos, enseñando que todas las criaturas son de Dios, que debemos amarnos unos a los otros y que debemos hacer a los otros aquello que nos gustaría que los otros nos hicieran, conforme nos

enseña Jesús, pero Dalva no daba oídos a su madre, respondiendo malcriada:

- ¡Hago aquello que quiero! ¡Nadie manda en mí!

A despecho de su mal-humor y maldad, Leleco parecía no importarle. No obstante los malos tratos, los tirones de orejas, los puntapiés, él volvía siempre, con aquellos ojos vivos y mansos, junto a su dueña, demostrando una fidelidad realmente canina.

Cierto día Dalva se alejó de casa más que de costumbre. Cuando percibió, estaba próxima a una calle muy movida. Miró al otro lado y vio una vitrina con lindos juguetes expuestos.

No titubeó. Atravesó la pista corriendo, sin mirar para los lados. De repente, sintió el perrito saltar sobre ella, tirándola para el frente, y haciendo que cayera en la calzada.

Roja de rabia, se volvió para pelear con Leleco, cuando lo vio extendido en el asfalto, como muerto. Sólo ahí percibió lo que había ocurrido.

Un coche se hubo aproximado peligrosamente, viniendo con velocidad, y Leleco, percibiendo el peligro, había intentado salvarle la vida, a costa de su propia vida.

El dueño del coche, que hube parado un poco adelante, se aproximó afligido, mientras otros transeúntes también se aglomeraban a su alrededor, comentando lo ocurrido.

- ¿Te golpeaste? – preguntó el conductor preocupado.

- No. Estoy bien, - respondió Dalva bajito.

Y miró a Leleco, extendido en la acera. El conductor le dijo conmovido:

- Tú debes tu vida a este valiente perrito.

- ¡Leleco! ¡Leleco! – lloraba Dalva, desesperada.

Apenado, el conductor se aproximó al perrito y lo examinó.

– Él no está muerto. ¡Gracias a Dios! Llevó un golpe, pero parece que no es nada grave. Vamos a llevarlo a un veterinario.

Dalva, con cariño, lo acomodó en sus brazos y, en aquel instante, Leleco abrió los ojos. Al ver a su dueña sana y salva, él ladró satisfecho y le lamió la mano en un gesto cariñoso.

     

Dalva le acarició el pelo suave, mientras le decía con emoción:

– ¡Perdona, Leleco! Nunca más voy a maltratarte. Prometo que seré una chica buena y diferente de lo que he sido hasta hoy.

Y el perrito latió, satisfecho, acomodándose mejor en los brazos de su querida dueña, sabiendo que, de ese día en delante, su vida sería mucho más feliz.     


 

                                                                               Tía Célia
 
                              


 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita