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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 4  160 – 30 de Mayo del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

La lección del espejo

 

Armindo era un niño que estaba siempre irritado. No tenía paciencia con nada.

Vivía protestando por todo: el almuerzo que no estaba preparado a su hora, la fila del autobús que tenía que esperar para ir a la escuela, la tarea que necesitaba hacer.

Por esa razón estaba siempre con la cara fea y embrutecida.

Un día su madre le dijo:

— ¿Alguna vez tú te miraste en el espejo cuando estás enfadado?

Armindo respondió, intrigado:

— No. ¿Por qué?

— Cuando estés enfadado, mírate en el espejo y tendrás una sorpresa, hijo mío — aconsejó la madre con una sonrisa.

Cierta mañana en que Armindo se había levantado particularmente de malhumor, él se acordó de lo que la madre le había sugerido y se miró en el espejo. No que no se mirase en el espejo todos los días, pero aquel día lo hizo con más atención.

Se llevó un susto. ¡Aquella cara de coraje, de facciones cargadas, boca  contraída y ojos rojos, no podría ser la suya!

¡Qué horror! ¡Qué feo estaba!
 
Sentándose  para  tomar  el  café  de  la  mañana, contó a la

madre lo que ocurrió y ella afirmó con gravedad:

— ¿Estás viendo, hijo mío, lo que significa nuestro pensamiento?

— ¿Pensamientos? – preguntó el niño sin entender.

— Sí,  hijo mío. Tú rostro no es feo. Es que en aquel momento él reflejaba tu pensamiento, tus disposiciones íntimas, como el espejo hace con tú imagen.

Para completar la lección, llevó al chico cerca del espejo y le dijo:

— Piensa en algo agradable o alguna cosa que a ti te guste mucho.

Armindo pensó... pensó... y encontró:

— ¿Algo que a mí me guste mucho? ¡Ah! Ya sé. Me acordé de aquel perrito que yo vi el otro día y que papá prometió darme. ¡Él es tan bonito! ¡Tan blandito!

En ese momento la madre colocó a Armindo enfrente del espejo. El cambio fue total. Era otro rostro, sereno, radiante de felicidad y ojos brillantes que lo contemplaban.

A partir de ese día, todas las veces que Armindo iba a irritarse por alguna cosa, o perder la paciencia por una tontería cualquiera, se acordaba de la lección del espejo y buscaba controlarse.

Al inicio no fue fácil. Él se dominaba con dificultad. Con el paso de los días, sin embargo, los resultados no se hicieron esperar y pasó a sentir un bienestar muy grande en su interior.

En poco tiempo Armindo era un chico completamente diferente. Simpático y afable, él trataba a todos con gentileza y estaba siempre con una sonrisa en los labios.

Y cuando alguien a su lado perdía la paciencia o quedaba enfadado por cualquier motivo él alertaba sonriente:

— ¡Cuidado! ¡Recuerda la lección del espejo!

                                                                 
 
                                                                   Tía Célia

 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita