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Año 4  160 – 30 de Mayo del 2010

LEDA MARIA FLABOREA 
ledaflaborea@uol.com.br
São Paulo, SP (Brasil)

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 
 

Automatismo y cuerpo espiritual

La misma ley de evolución prevalece sobre todos los seres del Universo, sean astros o sean hombres

(Parte 2 e final)

 

Evolución y sexo

La aparición de cualidades magnéticas positivas y negativas en células y bacterias, descargadas por los Orientadores Espirituales, encargados del progreso del planeta, inicia la evolución animal.

Una bacteria diferenciada (leptótrix) que recuerda a una larva, cubierta de hierro del cual se nutre y que es gracias a nadar cuando se despoja de esa envoltura hasta que otra semejante la envuelva, sirve a esos Instructores para impulsarla a la transformación. Después de largo periodo de nuevas experimentaciones, renace en la forma de algas verdes, inaugurando la comunicación sexual sobre el mundo.

El hiato que existe entre el leptótrix y el surgimiento del alga verde deja sin respuesta a los biólogos más modernos, cuando intentan establecer una línea evolutiva de esas estructuras. Ese espacio fue llenado por las actividades en el Plano Mayor que sometió la primera a profundas alteraciones, transmutándose los individuos más complejos, haciéndolos reaparecer metamorfoseados en la referida alga, instalando así nuevo ciclo de progreso y renovación.

Cuando, fueron transcurridas eras inmensas, el principio inteligente, después de experiencias en dos planos distintos, se muestra trabajando con una constitución más compleja, recibe del Plano Superior concentraciones fluídico-magnéticas especiales en los cromosomas, que André Luiz llama de “dones de la reproducción más compleja”. Dice el autor espiritual que, en la falta de terminología, esas concentraciones pueden ser comparadas a los “moldes fabricados para el servicio de fundición en el taller tipográfico”.

Los cromosomas se distribuyen del cuerpo físico por el núcleo de la célula en que se mantienen y del cuerpo espiritual por el citoplasma en que se implantan, por ser gránulos infinitesimales de naturaleza fisiopsicosomática. Son constituidos por los elementos llamados genes, que dan a ellos características de inmortalidad en las células, pues se renuevan transmitiendo a las sucesoras sus particularidades. Con la evolución, los cromosomas se diferencian dando origen a las diferentes especies. Formas monstruosas aparecen y desaparecen hasta que las especies consigan adaptación en los tipos. Pero “los cromosomas permanecen imperecederos a través de los centros genéticos de todos los seres”.

André Luiz nos llama la atención para que observemos que las leyes de la reproducción animal, desde el leptótrix, a través de la retracción y expansión de la energía, en las circunstancias del nacimiento y muerte de la forma, sean las mismas en la evolución filogenético de la organización de cualquier vehículo humano en la fase embrionaria. Así, si hay una ciencia que estudia la génesis de las formas, hay también una genealogía del Espíritu.

Hereditariedad – Ley que define la vida, circunscrita a la forma en que se exterioriza

Arquitectos espirituales gastaron siglos preparando las células que servirían de base al reino vegetal. Era necesario establecer un nivel seguro de fuerzas constantes entre el equipaje del núcleo y el citoplasma. Procesos de división celular son probados. Surge la mitosis, división simple e indirecta, alterando naturalmente la monada celeste, que se refleja en el núcleo, ya prenunciando mayores transformaciones. A través del Centro celular (núcleo), los Espíritus Superiores mantienen la unión de las fuerzas físicas y espirituales; y es en ese “punto que se verifica el impulso mental, de naturaleza electromagnética, por el cual se opera el movimiento de los cromosomas”, fijando la carga hereditaria en número y valores diferentes para cada especie.

Esa conciencia latente (crisálidas de conciencia) dentro del principio de repetición: nacimiento – experiencia - muerte – experiencia – renacimiento, en los planos físico y extrafísico, procede como seres autotróficos (André Luiz usa un término que no es usado más por la moderna Biología), es decir, seres autosuficientes, que producen el propio alimento, como las plantas, por ejemplo. En ese estadio, el principio inteligente, sirviéndose de la hereditariedad y de las experiencias recapituladas, progresa para una diferenciación mayor en la escala animal, donde el cuerpo espiritual ya ofrece moldes más complejos, delante de las reacciones del sistema nervioso, “elegido para la sede de los instintos superiores, con la facultad de archivar reflejos condicionados”.

Nuevas transformaciones en las células son necesarias, porque el elemento espiritual debe vivir ahora como ser heterótrofo o heterotrófico, es decir, ser que no produce la energía para su nutrición, como, por ejemplo, los animales (El término alótrofos, citado por André Luiz, no aparece en los compendios de la Biología actualmente). Avanzando en la ruta del progreso, el principio inteligente plasma complementos nuevos en el vehículo de expresión – elementos para equilibrar las sales en las células y elementos digestivos para el equilibrio de la  nutrición (protozoarios). Conquista, finalmente, un “cuerpo fisiológico” estructurado en sistemas constituidos de órganos, que son formados por tejidos, compuestos por moléculas con estructuras y funciones específicas, que, en el acto de la fecundación, se mezclan a las unidades masculinas y femeninas y, obedeciendo a la repetición en la ley de la hereditariedad, van a determinar su descendencia genética.

Ya como hombre, el Espíritu y no más, comanda el principio inteligente, por la propia voluntad – con su presencia, o simple influencia –, los más complejos fenómenos de división celular, en el interior del huevo materno, edificando las bases de su propio destino, en el estadio en que se encuentra para una nueva experiencia, dentro del merecimiento que venga a poseer.

Conclusión                             

El proceso de creación del hombre es una lenta elaboración desde el principio de los tiempos.

De la manera como los científicos admiten la existencia humana – proceso evolutivo en el cual el hombre es el resultado de una filogénesis fantástica – se tiene la impresión que desde su creación, a partir del mineral, el hombre no tenga ninguna otra experiencia además de aquellas que enfrentó en ese proceso evolutivo. Pero la inteligencia creadora, inherente al hombre, lo hace capaz de no tener límites en su imaginación y que, sumada a un anhelo creciente de hacerse cada vez mejor, lo impulsa a ir además de su propia condición humana. Si en el inicio los Sembradores Divinos guiaban la elaboración de las formas y las rutas al mundo celular, en favor del principio inteligente, a medida que él progresa, pasa a responsabilizarse por sí mismo.

Con base en la hereditariedad, toma la forma física y se deshace de ella, para retomarla en nueva encarnación, en un proceso para elevarse cultural y moralmente o, cuando no, para rehacer tareas olvidadas o abandonadas. Compelido a vivir entre sus semejantes – hereditariedad y afinidad en el plano físico y en el extrafísico son leyes inmutables –, va aprendiendo, por la propia elección, a conducirse por el bien, asegurando así el equilibrio y el poder de alterar circunstancias en el medio ambiente en que vive, y a interferir en la formación del cuerpo que va a servirle de instrumento la mayores conquistas evolutivas – si dispone de méritos para tal –, a través de valores más elevados para sus impulsos de perfección.

En ese anhelo de elevación y de comunicación con los planos superiores, él crea, cada vez más, un contraste entre su condición primitiva y la del hombre que busca su elevación. ¿De dónde viene todo eso? La respuesta está en la vuelta a la idea de Dios, innata en la criatura humana: el Ser perfecto de Descartes encontrado en el fondo de nuestra propia imperfección y la Ley de Adoración que Kardec nos trae en la Codificación.

El acaso de la concepción materialista en la construcción del Universo se pierde, si miráramos para elementos más simples como el átomo y su universo microscópico. No necesitamos siquiera pensar en la compleja formación del hombre, o de las galaxias, o de los sistemas solares. Así también será si miramos las “experiencias de Dios” buscadas a través de los artificios religiosos para explicar el surgimiento de ese hombre sobre el planeta.

“No importa ser creado del lodo de la tierra, según la alegoría bíblica, o arrancado de las entrañas del reino mineral, según la teoría evolucionista espírita, el hombre continúa en formación, madurando en las experiencias que enfrenta en la existencia corporal.” El cuerpo es su instrumento de elevación, vivo y activo que necesita y debe ser controlado por la fuerza del Espíritu. Es, por lo tanto, el único responsable por el éxito o fracaso de su existencia. Dios es, en ese hombre, el poder orientador y mantenedor, no fuerza castigadora. Su conciencia será su juez y sus actos, el proceso.



Bibliografia
:

ÂNGELIS, Joanna de (Espírito). Estudos Espíritas. (psicografado por) Divaldo Pereira Franco. 3ª ed. Rio de Janeiro: FEB, 1983. Cap. V.

LUIZ, André (Espírito). Evolução em dois Mundos. (psicografado por) Francisco Cândido Xavier. 11ª ed. Rio de Janeiro: FEB, 1989, 1ª parte, Cap. IV a VIII.

_____________________Sexo e Destino (psicografado por) Francisco Cândido Xavier e Waldo Vieira. 16ª ed. Rio de Janeiro: FEB, 1996, 1ª parte, Cap. I, págs. 13 e 14, Cap. III, págs. 25 e 26, Cap. X, págs. 105 a 111.

PIRES, J. Herculano – Agonia das Religiões. 4ª ed. São Paulo: Paideia Editora, 1994, Cap. IV.

 


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