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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 4  157 – 9 de Mayo del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

Haciendo el bien

 

Durante una clase de Evangelización, entre todas las cosas que la profesora habló, Bentinho grabó mentalmente de modo especial que todos tenemos tareas que cumplir y que debemos siempre hacer el bien a los otros.  

Bentinho, chico experto e inteligente, oyó y guardó dentro del corazón las palabras de la profesora.  

Al día siguiente, en el horario del recreo, vio a una compañera intentando resolver un problema de matemática. Bentinho se acordó de lo que la profesora había dicho y no tuvo dudas, paró y, como tenía facilidad para las matemáticas, en pocos minutos resolvió la cuestión.

La chica agradeció, encantada, y Bentinho se alejó satisfecho, pensando: Hice mi primera buena acción del día.

En la salida de la escuela, pasó por una casa donde un

pequeño intentaba subir una cometa sin mucho éxito. En un impulso, se aproximó y, tomando el juguete de las manos del niño, rápidamente colocó la cometa en el cielo.

El chico lo agradeció, sorprendido, cogiendo el carrete de línea que mantenía la cometa en el aire, y Bentinho prosiguió su camino sintiéndose cada vez mejor. Había Hecho su segunda buena acción del día y un gran placer lo inundaba por dentro.


Más adelante, poco antes de llegar a su casa, vio a un niño abajo junto a una bicicleta. Se aproximó y notó que él andaba con problemas. La correa se había salido del lugar. Inmediatamente, Bentinho se arrodilló y, con presteza, arregló la correa. El niño lo agradeció y se fue.

Bentinho entró en casa todo orgulloso.

Contó a la madre lo que había hecho en aquella mañana y ella le dio las felicitaciones por la ayuda a los tres niños. Después, preguntó:
 

— ¿Y ahora? ¿Qué pretendes hacer, hijo mío?  

— Voy a almorzar y después me quedaré allí fuera viendo si puedo ayudar a alguien más.

La madre escuchó y no dijo nada.

Después del almuerzo Bentinho quedó en el portal, esperando lo que iba a ocurrir.

Más tarde él volvió para la casa, satisfecho y contó a la madre:

— Mamá, ayudé a una señora a atravesar la calle. Después, ayudé al cartero a entregar toda la correspondencia.

Bentinho paró de hablar, sonrió y concluyó lleno de orgullo:

— Estoy exhausto, pero muy feliz mamá. Ahora voy a tomar un baño, cenar y dormir.

La madre lo miró con seriedad y replicó:

— Bentinho, muy loable tu deseo de ayudar a las personas, hijo mío. Sin embargo, y tus tareas, ¿quienes las hará?  

Bentinho abrió los ojos, como si sólo en aquel momento se hubiera acordado de sus deberes.

— Pero, mamá... — tartamudeó, decepcionado — ¡creí que estaba haciendo las cosas correctas!

— Sí, hijo mío. Sólo que ayudar a los otros es algo más que podemos hacer, sin olvidar nuestras propias obligaciones. ¿La profesora no dijo que todos tienen sus tareas que cumplir?

— Es verdad. ¿Y ahora?

— Ahora, tú tienes los deberes de la escuela por hacer, el cuarto por arreglar, los juguetes para guardar. ¡Ah! Y aun quedó por reparar la bicicleta de tu hermano, ¿te acuerdas?  

— ¡Pero ya es tarde! — protestó el chico.

— No es tan tarde. Tú tienes aun algún tiempo antes de cenar.

Viendo que la madre estaba inflexible, Bentinho bajó la cabeza y fue a cumplir sus obligaciones. Enseguida, tomó el baño y cenó. Tras la comida, extremadamente cansado, fue inmediatamente a dormir.

La madre entró en el cuarto para hacer la oración con él.

Se sentó en la vera de la cama y, acariciando los cabellos del hijo, dijo:

— Hijo mío, yo estoy muy orgullosa de ti hoy. Hiciste las cosas correctas ayudando a las personas. Sólo que, en el impulso de ser útil no podemos superar el límite de la ayuda realizando la tarea por el otro.

— ¿Cómo es eso, mamá?

— Por ejemplo. Haciendo la tarea de matemática para tu compañera, tú la impediste de aprender. Lo más correcto sería haberla enseñado a resolver el problema. ¿Entendiste?

— Entendí, mamá. ¿Quieres decir que yo podría haber ayudado al pequeño a subir la cometa, pero no a hacerlo por él, no es? Así también con el chico de la bicicleta. Si yo lo hubiera enseñado a colocar la correa, en otra ocasión él sabría hacer eso solo. ¿Y el cartero?

— La cuestión del cartero es más compleja, hijo mío. La responsabilidad por entregar la correspondencia le pertenece a él. El cartero gana para eso. ¿Y si tú hubieras hecho algo equivocado? ¿Cómo entregar una correspondencia importante en una dirección diferente? ¿O si perdieras una carta? La responsabilidad sería de él y él sufriría las consecuencias

— Tienes razón, mamá. Pero creo que actué bien cuando ayudé a la señora a atravesar la calle.

— Exactamente, hijo mío, aunque todo lo que tú hiciste hoy haya sido bueno. Sólo no debemos quitar la oportunidad de las personas de aprender haciendo sus obligaciones.

— ¡Ni de nosotros olvidarnos de hacer las nuestras!

Bentinho estaba contento. Había sido un día diferente y muy productivo.

Abrazó a la madrecita con amor, y, juntos, hicieron una plegaria a Jesús, agradecidos por las lecciones de aquel día.

                                                                 
 
                                                                   Tía Célia

 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita