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Año 4  157 – 9 de Mayo del 2010


 

Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
 

Hacer el bien y no el mal, he ahí lo que el Espiritismo
nos propone

 

Los fenómenos espíritas constituyen, sin discusión, un poderoso instrumento de conversión de los incrédulos, sobre todo cuando son demostradas sus causas y finalidades.

Por eso es por lo que el Espiritismo, en la expresión de Allan Kardec, “viene en apoyo de la religión”, al mostrar y explicar ciertos hechos que, aunque nada teniendo de milagrosos, ni por eso son menos extraordinarios. Ahí se cuentan las apariciones, los fenómenos de movimiento de objetos, la levitación, la bicorporeidad, la psicografía y tantos otros hechos que pasaron, a lo largo de la historia, por prodigios y, sin embargo, hablan respecto tan solamente a la acción de los Espíritus sobre nuestro mundo.

La vida es compleja; nadie lo ignora. No existe una sólo persona que encuentre en la Tierra sólo flores y sonrisas. El dolor visita todos los hogares, y la muerte, cuando menos se espera, viene a cortar en nuestro medio, llevando consigo a los seres amados y dejando, a su paso, un rastro de dolor y de nostalgias.

El misterio de la vida no recibió hasta hoy, sea de la ciencia, sea de la filosofía, una explicación razonable. Finalmente, todas las conjeturas en torno a los objetivos de la existencia humana no han pasado de especulaciones. La filosofía clásica nos reconoce como seres espirituales, pero nada nos dice acerca de nuestro origen y de nuestro destino.

Cosa no muy diversa ocurrió con la religión. El fantasma del infierno y la utopía del paraíso pueblan la imaginación humana. “Es preciso sufrir para subir a los cielos. Basta creer para adentrar al paraíso. La fe es la llave que nos abrirá tal porta” – he ahí lo que, en nombre de la religión, se ha enseñado a los hombres.  

Delante de tales ideas, viene el Espiritismo, por la voz de los hombres desencarnados, a decir que somos Espíritus, sí, tal como enseña la filosofía, con la diferencia de que fuimos creados simple e ignorantes, con iguales posibilidades para el bien y para el mal y teniendo  por  meta el progreso infinito.

No hay infierno ni existe el cielo, pues uno y otro son estados del alma.

No es la fe que nos llevará a la salvación. Es la caridad más desinteresada que nos permitirá subir un escalón de más en el camino de la evolución.

Nadie fue puesto en el mundo para sufrir. El dolor es contingencia natural que transcurre de nuestro estado evolutivo. Es en medio de la lucha, de las vicisitudes, de las experiencias de la vida que el hombre crece y se agiganta para alzar vuelos más altos.  

La finalidad de la existencia es el progreso del ser humano, ya que, concursando para la obra general, los hombres igualmente progresan.

Somos dotados de libre albedrío.

Podemos practicar el mal, tanto como somos libres para hacer el bien. La elección únicamente a nosotros pertenece, pero es claro que de esa opción resultarán consecuencias que no podremos evitar, como demuestran incontables ejemplos reunidos en las obras espíritas, especialmente en “El Cielo y el Infierno”, libro publicado por Allan Kardec, el codificador de la Doctrina Espírita, en 1865.


 


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O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita