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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 4 154 – 18 de Abril del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

La lección de la azada

 

Octavio era un niño que le gustaba mucho plantar flores. Siempre que no estaba en la escuela, era encontrado en el gran patio de su casa removiendo la tierra.

Por eso, en su cumpleaños, los padres decidieron darle de regalo una regadera, una azada, un rastrillo y una pala, pequeños, proporcionados a su tamaño, una vez que él tenía sólo ocho años.

Octavio, con todo, era un niño muy despreocupado, dejando sus cosas siempre desarregladas y fuera del lugar.

La madre, servicial, es quien tenía que guardar todo lo que él usaba, pues no servían consejos y avisos.

Al recibir el regalo, Octavio se sintió muy feliz.

— Gracias, papá. Ahora sí, voy a poder trabajar la tierra como tanto me gusta. Hasta ahora no conseguía manejar bien tu azada, papá, porque ella es demasiado grande para mí.

Al entregarle el regalo, el padre lo advirtió:

— Tú tendrá esas herramientas por mucho tiempo, hijo mío. Es preciso, sin embargo, cuidar de ellas. No puedes dejarlas en cualquier lugar, abandonadas. Después de usarlas, deberán ser bien guardadas.

Satisfecho y sintiéndose un hombrecito, el niño respondió:

— No te preocupes, papá. Sabré cuidar muy bien de ellas.

Y, al día siguiente, Octavio se levantó bien pronto para poder mover la tierra utilizando los nuevos regalos que había recibido.

Algunos días después, ya olvidado de la alerta paterna, dejaba la azada tirada en cualquier lugar.

El padre lo vio, sin embargo no dijo nada, esperando que el hijo tuviera cuidado.

Octavio pasó algunos días sin poder ir al fondo del patio porque necesitaba estudiar para las pruebas. Después, por una semana llovió sin parar, impidiéndolo de salir de casa para trabajar con la tierra.

Después de quince días, cuando el día amaneció limpio y claro, con bello sol brillando en el cielo, el chico corrió para el patio. No veía la hora de trabajar con sus plantitas.

Ellas habían crecido bastante con la lluvia y estaban bonitas. Sin embargo, también la hierba había crecido mucho y era preciso arrancarlo.

Octavio buscó la azada, pero no la encontró. No estaba guardada junto con las herramientas de su padre, en el cuartito.

Preocupado, se puso a buscarla. Buscó... buscó... buscó...

Hasta que la encontró. Estaba caída en el suelo, toda llena de barro.

Octavio la cogió, contento. Pero, ¡que decepción! Con tristeza, notó que su azada estaba toda destruida, corroída por la herrumbre.

Él lloró, lloró mucho. Estaba preocupado con la reacción del padre cuando lo viera. Ciertamente, sería reprendido.
 

El padre, viéndolo triste, al contrario de lo que el niño esperaba, se aproximó cariñoso y comprensivo, afirmando:

— Todo en la vida necesita cuidados, hijo mío. Hoy, tú recibiste una lección valiosa, perdiendo sólo una pequeña azada de juguete. Pero, en la existencia, podremos perder cosas mucho más importantes si no tenemos atención y cuidados. Los propios talentos que el Señor nos confió, si no fueran bien utilizados, podrán sernos retirados.

Octavio se quedó pensativo, meditando en todo lo que su padre le dijo.

Desde este día en adelante, se volvió un niño cuidadoso y responsable.

La lección le sirvió toda su vida.

Octavio creció, estudió bastante y entró para la universidad. Como era su deseo, se hizo agrónomo, pero nunca se olvidó de la lección de la azada.

                                                                  
 
                                                                   Tía Célia 


 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita