WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual
Capa desta edição
Edições Anteriores
Adicionar
aos Favoritos
Defina como sua Página Inicial
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Divaldo Franco
Site oficial
Raul Teixeira
Site oficial
Conselho
Espírita
Internacional
Federação
Espírita
Brasileira
Federação
Espírita
do Paraná
Associação de
Magistrados
Espíritas
Associação
Médico-Espírita
do Brasil
Associação de
Psicólogos
Espíritas
Cruzada dos
Militares
Espíritas
Outros
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco
 
 
Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 3 150 – 21 de Marzo del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

La gratitud de la abeja

 

En una aldea distante, próxima a un gran bosque, vivía Fabio, un chico de ocho años. La familia vivía del trabajo del padre, que era leñador.

Cierta mañana lluviosa, Fabio no pudo salir de casa para juguetear en el patio y, por el cristal de la ventana de su cuarto, se distraía observando la lluvia que caía pesada.

En eso el niño vio una pequeña abeja que había quedado presa dentro de casa. La abejita ansiaba por salir y se golpeaba al tropezar con el cristal, en vanos   esfuerzos   para  recuperar  la

libertad.  

— ¡Una abeja! — gritó, ya pensando que ella podría picarlo, y él bien sabía como una picadura de abeja es dolorosa.

El primer impulso de Fabio fue de matarla. Levantó la mano para chafarla sobre el cristal, pero el pequeñito ser lo miró y él notó un miedo muy grande en los ojitos de ella, que parecían decirle:

— ¡Ten piedad!

Entonces, pensando en la situación de aquella abejita, presa allí, sin poder volar, su corazón generoso se llenó de compasión.

Abrió el cristal de la ventana y dejó que ella volase libre.

Alzando el vuelo, la pequeña abeja paró un momento en el aire, moviendo las alitas, como si le dijera:

— ¡Dios te lo pague! Gracias, amigo mío.

Algunos días después, Fabio decidió dar un paseo por el bosque, en búsqueda del padre que estaba dentro

en el bosque, cortando leña.     

Buscando por el padre, el chico fue entrando cada vez más en el bosque y acabó por considerarse perdido.    

— ¡No consigo encontrar mi padre! ¿Y cómo voy a volver para casa? ¡No sé el camino! — murmuraba consigo mismo.

Tardíamente Fabio se arrepintió de lo que había hecho. Había Salido de casa sin conocimiento de su madre y ahora no sabía qué hacer. Y no irían a buscarlo, una vez que nadie sabía donde estaba él.     

Gritó pidiendo socorro hasta perder la voz, pero no obtuvo respuesta.

Cansado, se sentó para descansar bajo un árbol.

Lloró... lloró mucho. Estaba asustado. La noche no tardaría y los animales feroces podrían atacarlo.

En ese instante, oyó un ruido a su lado: zum.... zum…. zum….

Miró y vio una abeja. Se acordó de la abejita que había salvado, y pensó alto, viéndola mover las alitas, parada en el aire, mirándolo.              

— ¿Quién podrá ayudarme? – dijo él.

Pareciendo entenderlo, ella se posó en el hombro de él con cuidado, y él se sintió aliviado con la extraña compañía.

La abejita voló para el tronco del árbol y él percibió que allí era su casa, pues allí existía una colmena.

Las otras abejas salieron de la colmena y se pusieron a volar a su alrededor, pero Fábio no sintió miedo. Notó que no querían hacerle mal; ellas eran amigas.

Estaba hambriento y se alimentó con la miel existente en la colmena.

Cuando la noche llegó, el niño quedó tranquilo porque notó que los animales salvajes no se aproximaban con miedo a las abejas.  Al más pequeño intento de aproximación, ellas avanzaban y hacían correr al animal peligroso.

Así, Fabio pasó la noche protegido por sus amigas, las abejas.

Al día siguiente, enseguida, su padre salió a buscarlo, liderando un grupo de búsquedas. Para su sorpresa, encontró a Fábio durmiendo plácidamente.

Los hombres quedaron bastante espantados al verlo sano y salvo. Entonces, Fabio les contó como había sido protegido por las abejitas, agradecidas por haber él salvado la vida de una de sus hermanas.

Abrazando al hijo, aliviado y contento, el padre acentuó convencido:

— Mi hijo, toda acción tiene una de vuelta, que puede ser bueno o malo, dependiendo del lo que hagamos. En ese caso, ayudando a la abejita, tú mereciste ser también ayudado por ellas. Es ley de la vida: todo lo que sembramos, recogemos. Por eso es por lo que debemos pensar muy bien en aquello que hacemos a los otros y a nosotros mismos.

Fabio quedó pensativo, imaginando lo que podría haber ocurrido si otra hubiera sido su reacción al ver a la abejita en el cristal.

                                                                  
 
                                                                   Tía Célia 


 



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita