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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 3 145 – 14 de Febrero del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

Vuelta a las clases

 

Con la mochila en las espadas, allá fue Carlitos para su primer día de clase.

Ahora ya estaba en el primer grupo y tendría que llevar la escuela en serio.

En verdad no staba muy contento. Deseaba continuar jugueteando con los amiguitos sin mayores responsabilidades.

En  la  clase,  la  profesora recibió a todos con mucha

satisfacción y comenzó el aula, recordando cómo leer y escribir las letras del alfabeto. Después, fue la vez de los números.

Cuando sonó la señal para la salida, después de terminar. Carlitos estaba cansado.

¡Ah! Que nostalgia de pre-escolar, donde la “tía” jugueteaba bastante con todos los alumnos, el recreo era enorme y paseaban con frecuencia.
 

Volvió para casa triste. La madre, al verlo..., preguntó sonriente:

— ¿Cómo fue tu primer día de clase?

Carlitos respondio, desganado:

— Ah, mamá, tengo nostalgia de pre-escolar. Ahora es todo muy irregular y la profesora casi no juega. Sólo pasa lecciones.

— Pero es necesario, hijo mío. Para aprender es necesario esfuerzo.

Rebelde, Carlitos replicó:

— ¡Pero no quiero aprender!

La madrecita notó que no adelantaba discutir con él y se calló. Después del almuerzo, ella le pidió:

— Por favor, hijo mío, ve hasta la tienda de la esquina y tráeme dos litros de leche, ¿sí? Aquí está el dinero. Trae el cambio correcto.

El niño miró para su madre, sorprendido.

— ¡Pero yo no sé hacer cuentas! ¿Cómo voy a saber si el cambio está correcto?

La madre respondió serena:

— ¿No sabes? Bien, entonces tendrás que aprender.

Carlitos fue. Cuando volvió, la madre le pidió que llevara un recado a una determinada dirección allí cerca. El niño protestó:

— ¡Mamá, yo no sé leer! ¡¿Cómo voy a encontrar la casa?!...

Sin perturbarse, ella respondió:

— Eso es problema tuyo. La dirección está en ese papel. Descúbrelo.

Con gran dificultad, preguntando aquí y allí a las personas que encontraba en la calle, el chico consiguió hacer la tarea.

Más tarde, la madre se arregló y, llamando a Carlitos, ordenó:

— Hijo mío, necesito salir y voy a tardar. Cuando sea las cinco horas ve a buscar a tu hermanito a la escuela. ¿Está bien?

— Pero, mamá, ¿cómo voy a saber cuál es la hora de ir a buscar a Juanito?

— ¡Mira la hora en el reloj! – respondió tranquila.

— ¡Pero no sé ver la hora en el reloj! – extrañó el niño.

— Pues entonces pregunta a alguien.

Y así fue toda la tarde. Cuando llegó la noche Carlitos estaba exhausto y bastante irritado.

A La hora de dormir, cuando la madre fue a darle un beso de buenas noches, él protestó:

— ¡Anda! Hoy tú no me diste sosiego en todo el día. Sólo me diste tareas que yo no sabía realizar.

Con cariño, la madre se sentó en la cama y explicó:

— ¿Notas ahora, hijo mío, cuantas cosas son necesarias aprender? Tú gastaste mucho tiempo porque no sabías leer, hacer cuentas o ver las horas, y tuviste que preguntar a otras personas más cultas que tú. Si supieras, todo habría sido más fácil.

La madre paró de hablar, pasó la mano por la cabecita del hijo, y prosiguió:

— ¿Quieres pasar la vida entera ignorando todo y dependiendo de los otros para ayudarte?

Carlitos pensó un poco y respondió:

— No, mamá. Tú tienes razón. Es preciso aprender. Y nunca más voy a protestar de la escuela. 

Al día siguiente Carlitos fue para la escuela y, con mucha atención, acompañó la clase de la profesora.

                                                                  
 
                                                                   Tía Célia 


 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita