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Año 3 – Nº 143 – 31 de Enero del 2010


 

Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
 

La impotencia del hombre ante los flagelos naturales

 
El terremoto que arrasó la capital de Haití el último día 12 y las incontables tragedias del inicio del año ocasionadas por las malas condiciones del tiempo no pueden ser simplemente debidos a la cuenta del acaso. Aprendemos con la Doctrina Espírita que el acaso no existe y que la vida es causal y todo en ella tiene su razón de ser, conectada íntimamente a la propia finalidad del mundo en que vivimos.

El desastre sísmico que acometió a Haití, considerado por la ONU la peor tragedia de los últimos 60 años, presentó números de susto, siendo impresionante, además de los miles de muertes, la cantidad de familias que perdieron literalmente todo, que no escaparon incluso hasta personas de otros países, como Brasil, que allí se encontraban en servicio.

La tragedia nos trajo a la memoria los terremotos que sacudieron Kobe en enero de 1995 e India en septiembre de 1993. La sacudida sísmica hindú mereció de la Hoja de S. Pablo un editorial conmovedor, en el cual el editorialista, tras referirse a la transitoriedad de la existencia humana, recordó a los 16 mil muertos víctimas por la “furia de la tierra india” y, a al final de su comentario, aseveró con propiedad: “Las calamidades naturales – en que pese  todo el dolor y sufrimiento que causan a miles de personas – sirven al menos para callar la infinita arrogancia de los hombres y recordarlos de que, aún con toda la parafernalia tecnológica que supieron desarrollar, no pasan de materia finita y frágil”.

En efecto, a pesar del dolor que causan, los flagelos naturales, las muertes colectivas y los desastres ambientales, sobre todo aquellos para los cuales no concurrió la voluntad humana, producen un efecto moral incuestionable, al evidenciar – como bien recordó el editorial citado – la fragilidad del hombre delante de las fuerzas de la Naturaleza.

Sabemos que es en las pruebas y dificultades que se forjan los grandes hombres. La lucha, la vicisitud, el sufrimiento desarrollan en el alma cualidades que no se encuentran en la vida fácil, fútil o inútil. La solidaridad parece fortalecerse y unir más a las personas delante de acontecimientos de esa naturaleza. He ahí el motivo de por qué entonces ocurren.

Siendo la Tierra un planeta de pruebas y expiaciones, ella se hace, por eso mismo, un lugar en que tales fenómenos ocurren con cierta regularidad, y ocurriran por mucho tiempo aún, mientras sean necesarios al progreso moral de la Humanidad terrena.

En esos momentos de grandes dolores y conmoción fuertes, nadie ignore, con todo, que la muerte no aniquila el Espíritu: sólo lo envía de vuelta a la patria espiritual, de donde provino. Y él sigue para ahí íntegro, ya que el fenómeno biológico de la muerte en nada lo desprecia o disminuye. De hecho, el hecho de morir para la vida corpórea es algo que no se puede evitar, y todos nosotros a eso nos sujetaremos, día más, día menos. Los frutos de esos acontecimientos es que son, así, importantes. En esos transes la hora debe ser de resignación delante de lo inevitable, pero no de miedo, porque el Padre a todo provee y da a cada uno de sus hijos conforme su merecimiento.

Que Dios bendiga al pueblo de Haití! Y que nosotros hagamos también, en pro de la sufrida nación, la parte que nos cabe.


 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita