WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual
Capa desta edição
Edições Anteriores
Adicionar
aos Favoritos
Defina como sua Página Inicial
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Divaldo Franco
Site oficial
Raul Teixeira
Site oficial
Conselho
Espírita
Internacional
Federação
Espírita
Brasileira
Federação
Espírita
do Paraná
Associação de
Magistrados
Espíritas
Associação
Médico-Espírita
do Brasil
Associação de
Psicólogos
Espíritas
Cruzada dos
Militares
Espíritas
Outros
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco
 
 
Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 3 – Nº 142 – 24 de Enero del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

El ermitaño

 

Un hombre bondadoso, lleno de fe, un día decidió alejarse del mundo para meditar sobre la finalidad de la vida. Quería servir a Dios y no sabía cómo.

Deseando obtener la respuesta para sus dudas, a pesar de la protesta de la esposa y de los hijos, abandonó casa y familia, saliendo a peregrinar.

Caminando sin rumbo, sus pasos lo condujeron a una montaña que veía a lo lejos. decidió subir, pues allá, muy a lo alto, creía que estaría más cerca de Dios.

Encontró una cueva y allí permaneció protegido del viento y del frío, de la lluvia y de los animales salvajes. Entre plegarias y meditaciones pasaba los días, pero la respuesta de Dios no venía.

Contemplando el paisaje que se desvelaba delante de sus ojos, la belleza de la Creación, donde todo funcionaba en la más perfecta orden, entendió que en la Naturaleza debería encontrar la respuesta para sus cuestionamientos.

Se aproximó a la fuente cristalina que le mitigaba la sed y habló:

— Mi amiga fuente, tú eres feliz. Encontraste la finalidad de tu existencia, corriendo entre las piedras, sin parar, y ayudando a todos los que te buscan para matar la sede.
 

Más adelante observó un gran árbol, en cuya sombra se acomodó, y entendió que ella también ejercía la tarea para la cual fuera creada.

Con cariño, abrazó el tronco robusto y dijo:

— Amigo árbol, tú eres feliz, pues entendiste la razón de tú vida, dando frutos sabrosos, sombra fresca y protegiendo bajo tu copa a los animales y pájaros que te buscan.  

Mirando para el suelo, analizó el trabajo de las pequeñas hormigas que, con gran esfuerzo, cargaban alimento para el hormiguero, sirviendo a sus compañeras.

Bajándose, murmuró con afecto:

— Vosotras también, mis amiguitas, ejecutáis vuestras tareas.

Y así, observando todo lo que existía a su alrededor, el Ermitaño pensaba:

— Todo tiene una finalidad en la vida y todos actúan de acuerdo con sus condiciones. ¿Y yo, Señor? ¿Qué debo hacer? ¡Me muestras un camino!

Cierto día, el buen hombre estaba entregado a sus oraciones cuando oyó un gemido. Irguiéndose rápido y envolviéndose en la mata para descubrir de donde venían los gemidos.

Encontró a un pobre hombre que había caído en un barranco, quedando muy golpeado. Sin poderse mover, febril, deliraba.

El Ermitaño descendió del barranco, y, con tremendo esfuerzo, consiguió retirarlo de aquel lugar. Él estaba bastante herido y debería haber quedado mucho tiempo allí, sin socorro.

Lleno de compasión, colocó al herido en la espalda y lo llevó hasta su refugio. Lo acomodó en medio de la paja con cariño. Le dio agua y verificó el estado de su pierna. La herida sangraba mucho. Hizo

una cura con hierbas que cogió allí cerca. Después, le dio de beber un té, hecho con una planta curativa, también recogida del bosque, para disminuirle el dolor.

En pocos días el hombre estaba con otro aspecto. Se alimentaba y conversaba con el Ermitaño, que consideraba su salvador.

— Ni sé como agradecerle. Fue Dios que lo envió. Si no fuera por usted, ciertamente yo habría muerto. Usted salvó mi vida — dijo, emocionado.

Al oír esas palabras, el Ermitaño se acordó de la familia que había quedado desamparada y pensó: “¿Y si fuera un hijo mío que estuviera herido, necesitando de socorro?”

Y, en aquel momento, el Ermitaño entendió que la finalidad de su existencia era ayudar al prójimo necesitado, usando de sus potencialidades y conocimientos. Que Dios no deseaba que quedara aislado, entregado a oraciones, cuando tanta gente necesitaba de él, inclusive su familia, que él había abandonado para peregrinar.

Así, el Ermitaño descendió la montaña volviendo para su hogar, asumiendo sus responsabilidades como jefe de familia, y, muy satisfecho de la vida, pasó a socorrer a todos los necesitados que encontraba.
 

Nota: Este cuento es de autoría del Espíritu de León Tolstoi, psicografía de Célia Xavier Camargo.

                                                                  
 
                                                                   Tía Célia 


 



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita