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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 3 – Nº 138 – 20 de Diciembre del 2009

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

La Navidad de Clarita

 

Clarita estaba muy triste.

En su casa el dinero era escaso y mal daba para las necesidades más urgentes.

La Navidad se aproximaba y ella temía no recibir nada, ni un regalito, aunque fuese pequeño.

Clarita lo lamentaba aún más porque su hermanita Lucia, que era muy pequeña, no tenía noción de las dificultades que enfrentaban y aguardaba la Navidad con optimismo y ansiedad. Y Clarita sabía que su padre probablemente no podría gastar dinero con regalos.

Preocupada, y como poseyera corazón bueno y generoso, pensó... pensó... pensó... y, finalmente, resolvió lo que hacer.

Tenía sólo diez años, pero podría arrumar pequeños servicios para hacer en las casas más abastadas. Así conseguiría juntar el dinero suficiente para comprar un regalito para Lucia. ¿Quién sabe hasta para la mamá y para el papá?

Tras tomar esa resolución quedó muy satisfecha. Luego el día siguiente comenzó a buscar algo para hacer.

Después de las aulas salía buscando algo para hacer. Y no fue difícil. Una señora muy simpática necesitaba de alguien para limpiar el jardín y barrer el patio. Y, al salir, necesitaba de una cuidadora para ocuparse de su hijito. Clarita aceptó con placer.

En las horas de descanso, ella juntaba periódicos, revistas y botellas para vender.

Trabajó   bastante  y,  cada  moneda nueva que

guardaba, agradecía a Jesús por la ayuda que le daba.

Cuando juzgó que tenía lo suficiente, cogió de la cajita donde guardaba su tesoro y salió para comprar los regalos.

La Navidad estaba llegando y ella tenía prisa.

Al parar en un cruce callejero muy movido, Clarita notó que alguien se aproximaba y, sin que pudiera evitarlo, sintió que le arrancaban la cajita de bajo del brazo.

Miró. Era un niño de unos once años que, después de robar su dinero, salió corriendo y giró en la primera esquina.

En ese momento, Clarita quedó muy triste y lloró bastante. Después, consideró que el chico debería estar más necesitado que ella misma, concluyendo bien-humorada:

— Está siendo mí regalo de Navidad para él.

Volvió para la casa donde hacía pequeños servicios y contó lo que le había pasado. La dueña de la casa quedó indignada, y le preguntó:

— ¿Y que vas a hacer ahora, Clarita? ¡Trabajaste tanto para poder comprar los regalos que deseabas!

— Aún no sé —, respondió la niña, terminando con firmeza — Pero Dios me ayudará por descontado.

Sensibilizada con la madurez de Clarita y con su corazón generoso, la señora decidió ayudarla.   

Era víspera de Navidad. Cuando la niña fue a despedirse y desearle buenas fiestas, la patrona le entregó un grande paquete conteniendo alimentos.

Clarita lo agradeció llena de alegría. Con más esperanza se fue para casa. El corazón, sin embargo, estaba apretado. No sabía como iba a arreglar regalos para dar a sus familiares, pero tenía confianza en Jesús.

Clarita era muy estimada por todos que a conocían. Caminando por la calle, al pasar enfrente a una residencia notó que alguien la llamaba:

— ¡Clarita! ¡Clarita! Ven aquí. Mira, tengo este vestido que no me sirve más y que quedará perfecto para tú madre. ¿Quieres llevártelo?

— ¡¿Si quiero?!... ¡Sí quiero¡ Muchas gracias, Doña Filomena.

Satisfecha, Clarita continuó su camino. Más adelante, una jovencita la llamó:

— Clarita, lleva esta muñeca para tu hermanita, ¿sí? Ya soy muy grande para juguetear con muñecas, ¿no crees?

La niña sorprendida, lo agradeció con una gran sonrisa.

Un poco más allá, un señor simpático le dio una camisa para el

padre.  

Estaba casi llegando a casa cuando una vecina la llamó, diciendo:

— Clarita, mi perrita tuvo crías y como sé que a ti te gustan los animales, guardé uno para ti. ¿Lo quieres?

— ¿Si quiero? ¡Lo quiero mucho... !...

Y con lágrimas en los ojos, la niña abrazó al cachorrito, que más parecía una pequeña y linda bola, blanda y caliente.

En su contento de felicidad, entró en casa sonriente y llena de cosas….

— Mamá, ¡tú no sabes lo que me ocurrió hoy!

Y lo contó todo, desde la decepción que hubo tenido con el robo del dinero, hasta la alegría de recibir tantas cosas de personas diferentes.

— No creo que eso ocurrió conmigo, mamá. ¿Por qué será?

Emocionada, la madre la abrazó, diciendo con ternura:

— Porque tú eres buena, hija mía, y estás siempre pensando en el bien de los otros. Mientras más la gente da, más recibe. Y Jesús nunca desampara nadie.

La madre paró de hablar, emocionada, después concluyó:

— Hija mía, tú no necesitabas preocuparte con los regalos. ¡Finalmente, nada nos falta! Tenemos salud, alegría y mucho amor. ¡Lo importante es que estemos juntos!               

En aquella noche, en torno a la mesa sencilla, hicieron una plegaria para conmemorar el nacimiento de Jesús y todos se sentían llenos de paz y armonía, agradecidos al Maestro por las dádivas recibidas.

                                                                 
 
                                                                   Tía Célia 


 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita