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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 3 135 – 29 de Noviembre del 2009

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

El perdón de la deuda

 

Rui, niño de ocho años, estaba muy preocupado.

Sin la debida autorización, había cogido el aparato de sonido portátil, nuevo en una hoja que su padre había comprado, para llevar a la escuela. Quería impresionar a los compañeros.

A  la  vuelta,  como tenía mucha cosa para cargar, en

cierto momento, la mochila resbaló de su brazo y el precioso aparato de sonido fue al suelo.

Rui quedó aterrorizado y no veía la hora de llegar a su casa. Quería probar el aparato y ver si estaba funcionando bien. Infelizmente, no fue así. Estaba roto.

Lleno de miedo, esperó al padre llegar. Así que Gerardo volvió del trabajo, fue a conectar el sonido. Nada. Estaba mudo.

— ¿Qué ocurrió con este aparato? — preguntó el padre, serio.

Temblando de miedo, con la cabeza baja, Rui confesó con voz trémula:

— Fui yo que lo rompí, papá.

Y, bajo la atenta mirada paterna, Rui explicó lo que había ocurrido, terminando por decir:

— Sé que me equivoqué, papá, pero no tuve la intención de causarte perjuicio. Te pido disculpas.

Con gravedad, el padre consideró:
 

— Tú dijiste la verdad, hijo mío, y eso es muy bueno. Pero, ¿comprendes lo que hiciste? Ese aparato me costó mucho dinero y ahora no tengo recursos para mandarlo a reparar. Acepto tus disculpas, pero esto no basta. Para ser justo, tú deberías pagar el perjuicio con tú paga.

Poniendo cara de llanto, el niño exclamó:

— ¡Pero no tengo más la paga, papá! ¡Lo gasté todo! Perdóname, sólo esta vez.

¡Te prometo no coger nunca más nada escondido! — y se puso a llorar, con miedo de la reacción paterna.

Con todo, lleno de compasión, el padre miró al hijo que parecía verdaderamente arrepentido, decidiendo darle otra oportunidad.

— Está bien, Rui. Esta vez te voy a perdonar porque sé que fue un accidente; tú no tuviste mala intención. ¡Pero que esto no se repita!

El niño abrazó al padre, feliz y agradecido. Aliviado, él fue a jugar, satisfecho de la vida.

En la calle, encontró a un vecino a quien él había prestado algunos días antes dos canicas. Era un chiquillo de apenas seis años.

Rui recordó al niño que quedó en devolverle las canicas. Asustado, el niño respondió:

— No tengo las canicas, Rui. Las perdí en la escuela. Así que mi padre me de dinero, yo te compro otras.

Pero Rui estaba enfurecido y sintiéndose lleno de razón. Con rabia, gritaba a Rogério, más pequeño que él:

— Tú eres un embustero. Prometiste devolverme las canicas y no lo cumpliste. Me vas a pagar de cualquier forma.

— ¡No, Rui, no me golpees! ¡Te prometo que te voy a pagar! ¡En cuanto pueda!

Pero Rui no quería saber nada. Exigía las canicas en ese momento. Y se montó encima del niño con los puños cerrados. Como él era más mayor y fuerte, Rogério corría serio peligro.

La empleada de Rui, que barría la calzada en aquel momento, vio la pelea y, afligida, fue a contar al patrón lo que estaba pasando.

Gerardo corrió para la calle a tiempo de ver al hijo que agarraba al pequeño y lo amenazaba diciendo:

— ¡O tú me pagas ahora o vas a llevar la mayor paliza de tú vida!

Gerardo entró en medio de la pelea y apartó a los dos, para sorpresa y desaliento de Rui que, sólo en aquel instante vio al padre. Después, mirando al hijo muy decepcionado, él habló enérgico:

— ¿Fue eso lo que aprendiste conmigo, Rui? ¡Acabo de perdonarte una deuda mucho mayor! ¿Tú no podías tener compasión y hacer lo mismo a tu amiguito, que te debía una niñería?

Con la cabeza baja, callado y sumamente avergonzado, Rui oía la advertencia del padre, que prosiguió:

— Cuando llegué aquí, no te reconocí, hijo mío. Tú actitud era otra: arrogante, orgullosa, atrevida. ¿Crees que es justo amenazar a un niño menor que tú?

Con lágrimas, aterrorizado, Rui suplicó:

— Perdóname, papá. Esto no volverá a ocurrir.

Con expresión inflexible, Gerardo concluyó:

— Y no va a ocurrir “claro”. Ahora, pide disculpas a Rogério por tu comportamiento agresivo. Después, vamos a hablar. Para reparar tu error, tú tendrás que pagar el arreglo del aparato de sonido con tu paga.

— ¡Pero ya te dije que no tengo dinero, papá!

— No tiene importancia. Yo espero. Va a tardar por lo menos unos ocho meses, pero tú mereces esa lección. Durante ese periodo tú no podrás comprar nada.

Y así, Rui aprendió finalmente que debería ser compasivo con los otros, como habían sido con él, perdonando como desearía también ser perdonado.            

                                                                 
 
                                                                   Tía Célia 


 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita