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Año 3 133 15 de Noviembre del 2009

RICARDO BAESSO DE OLIVEIRA 
kargabrl@uol.com.br
Juiz de Fora, Minas Gerais (Brasil) 

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Lecciones de un misionero  

Por todo lo que hizo y por lo que no hizo; por todo lo que dijo y por aquello que no dijo, D. Hélder Cámara puede ser considerado un misionero de Jesús reencarnado en tierras brasileñas
 

Don Hélder Câmara completaría 100 años de existencia física, este año, si aún estuviera reencarnado entre nosotros.

Considerado como el religioso más importante de Brasil en diversas investigaciones de opinión realizadas por varios años sucesivos y como el mayor profeta de América Latina del siglo XX, por la mayoría de los intelectuales católicos.

Culto, lector voraz, de una inteligencia primorosa,  jamás traicionó los ideales

 de simplicidad del evangelio. Convivió con las personas más influyentes de la época (compadre de Roberto Marino) sin perder la simplicidad y sin dejarse picar por la “mosca azul”.

Profeta de la Teología de la Liberación antes aun que Gustavo Gutiérrez presentara sus ideas en 1971, se destacó cómo uno de los obispos más activos en el Concilio Vaticano II (1962 a 1965).

Consejero personal de Juscelino, fue invitado a ser el primer alcalde de Brasilia, habiendo rechazado la invitación de forma discreta. Amigo de dos papas, Juan XXIII y Paulo VI, siempre denunció los abusos de la Iglesia y su connivencia con los errores de los poderosos.

Arzobispo de Recife y Olinda por muchos años, vivió junto a los pobres y necesitados, rechazando habitar el palacio episcopal, prefiriendo una casita modesta junto a una iglesia, donde él mismo atendía al teléfono.  Recibió 16 títulos de Doctor honoris causa de las más prestigiosas universidades europeas y americanas, pero se emocionaba en todas las misas que rezaba y hacía sus comidas en restaurantes modestos y cafés, cercados de fieles por doquier.

Por todo lo que hizo y por lo que no hizo; por todo que dijo y por aquello que no dijo, puede ser considerado un misionero de Jesús reencarnado en tierras brasileñas.

Aprendamos con él.

En cierta ocasión, la policía federal tocó a su puerta:

– Venimos a ofrecerle un equipo de seguridad. Si el Señor muriera en un accidente o es asesinado por un loco, la culpa recaerá sobre el régimen militar.

Don Hélder encontró gracia con tamaño cuidado con su seguridad. De hecho, preocupación con la imagen de Brasil en el exterior:

– No necesito. Ya tengo tres personas que cuidan muy bien de mi seguridad.

Los delegados quedaron surpresos:

– Pero no consta en nuestros registros. Nadie puede tener seguridad privada, sin autorización oficial. Dénos los nombres de ellos.

El arzobispo contestó:

– Pues no. Son el  Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

 “¡Yo soy el burrito del Domingo de Ramos!”, dijo él a la Madre Teresa de Calcuta

Una noche, una pobre familia recurrió a él:

–  Señor obispo, la policía se llevó a nuestro padre confundido con un bandido. Están golpeándole mucho a él.

Don Hélder compareció a la comisaría.

– Señor obispo – exclamó el delegado –, ¿el Señor por aquí?

– Sí – respondió Don Hélder –, vine a buscar a mi hermano.

– ¿¡Su hermano!?

– Está prendido aquí. ¡Es el fulano!

El delegado ordenó la inmediata liberación del preso.

– Pero los Sres., son tan diferentes – observó el delegado – ¡en el color y en el nombre!

Don Hélder no titubeó, dije la verdad que, tal vez, el delegado no haya captado:

– Es que somos hijos del mismo Padre.

En un de sus viajes, Don Hélder se encontró con la Madre Teresa de Calcuta. En una conversación amiga, ella le preguntó: “Don Hélder, ¿cómo es que el señor hace cuando el pueblo lo aplaude y toca las palmas. ¿Cómo reacciona su corazón?” Él sonrió y respondió: “¡Yo soy el burrito del Domingo  de  Ramos!  ¡Las  palmas  del

pueblo no son para el burrito, sino para Jesús”!

En su posesión como arzobispo de Recife y Olinda, dijo:

– En el Nordeste de Brasil, Jesús se llama Zé, María y Severino.

Cuando uno de los sacerdotes se aproximaba de él y lo trataba de “señor”, él rebatía de inmediato:

– ¡Señor es Dios! Nosotros somos hermanos y podemos llamarnos de “usted”.

En Recife, encontró un clero en el cual había sacerdotes conservadores. Nunca, nadie pudo decir que fue dado de lado o marginado por el arzobispo. A él le gustaba repetir:

– Si usted concuerda conmigo, me lo confirma. Pero, si no está de acuerdo, me ayuda más porque me obliga a profundizar mi punto de vista.

Un buen ejemplo de cómo él practicaba eso ocurrió en 1969. Don Hélder denunció torturas practicadas contra prisioneros. El Periódico del Comercio publicó una entrevista con el vicario de una parroquia céntrica de la ciudad. El tal monseñor decía que el arzobispo defendía bandidos porque nunca fue víctima de sus actos delincuentes. Y concluía: “Sería bueno que fuera asaltado y torturado para no defender más a los bandidos”.

Los hermanos de la pastoral exigieron que Don Hélder diese una respuesta de altura.

 “Para nosotros, cristianos, la comunión con el Padre parece más simple pero damos poco de nosotros
para vivirla bien”

Él defendió el derecho del sacerdote a manifestar su opinión, excusándose la respuesta, con el siguiente argumento:

– Eso de lo cual me acusa no es justo, pero tengo otros pecados. Acepto la acusación de lo que no hice para que Dios me perdone algún mal que hice.

Durante algunos años, él presidió la misa de la Fiesta de Nuestra Señora de los Placeres. El segundo año de la fiesta, su coche hubo averiado antes del Morro de los Guararapes. El arzobispo subió a pie. Tomó una de las laderas de tierra. Y, en el camino, vio en una casa que allí se reunía una comunidad umbandista. Paró y entró en la casa. Saludando a todos, los bendijo y se hizo bendecir por ellos. Después, retomó el camino y fue a celebrar la misa de la fiesta.

Consultado sobre eso, él sonrió y respondió que tenía una profunda admiración a esos hermanos que sudan, se cansan, saltan y bailan por toda la noche para recibir el Espíritu. Concluyó:

 ‘Para nosotros, cristianos, la comunión con el Padre parece más simple y, sin embargo, nosotros damos poco de nosotros mismos para vivirla bien. Esos hermanos del orixá tienen mucho que enseñarnos”.

Consejo dado al papa Paulo VI:

– ¡Ah! ¡Santo Padre, sería tan bueno si el señor pudiera cerrar el Banco del Vaticano, el Banco de Roma, el Banco católico de Vêneto y pudiera donar todo el Vaticano para la Unesco, ¡a servicio de la cultura mundial! El señor entonces iría a descubrir una casa pequeña, una casa de dimensión humana en Roma, y pasaría a vivir allá. Una casa abriendo para una plaza, de modo que el señor pudiera recibir peregrinos del mundo, ¡recibirlos como personas! ¡Como a mí me gustaría verlo en medio del pueblo! El pueblo cogiendo al Papa, empujando al Papa, todo el mundo dando la mano al Papa. Naturalmente, sus consejeros dirán que no puede ser, que hay peligro hasta de un atentado. Perdóneme, Santo Padre, pero todas las noches yo pido para que el Papa un día se muera. ¡Hace tanto tiempo que un pastor no muere por sus ovejas!

 “Si no estoy engañado, nosotros, hombres de Iglesia, deberíamos realizar dentro de ella los cambios que exigimos de la sociedad”

Algunos pensamientos de Don Hélder:

 “Nunca se debe temer la utopía. Me agrada decir y repetir: cuando se sueña sólo, es un simple sueño, cuando muchos sueñan el mismo sueño, es ya la realidad. La utopía compartida es la agente de la historia.”

 “El día en que la juventud sea comedida, prudente y fría como la vejez, el país morirá de tedio.”

 “Ay de nosotros si sólo aprobaciones y alabanzas encontráramos en nuestro camino: acabaríamos creyendo en el propio valor, lo que acostumbra a ser el comienzo del fin.”

 “Llegué a pensar en mi infancia que Cristo tal vez hubiera exagerado al hablar del peligro de la riqueza. Hoy, sé que es dificilísimo ser rico y conservar entrañas humanas.”

 “Nosotros también tenemos nuestros fallos y nuestros pecados, pues encubrimos injusticias sociales enormes con limosnas generosas y espectaculares.”

 “El moralismo y lo jurídico hicieron mucho mal en la Iglesia. Son gravemente responsables por la partida de muchos, por la indiferencia de un número aún mayor de otros, y por la falta de interés de los que podrían mirar la Iglesia con simpatía, pero se encuentran con el desanimo delante de nuestro farisaísmo.”

 “Si no estoy engañado, nosotros, hombres de Iglesia, deberíamos realizar dentro de ella aquellos cambios que exigimos de la sociedad.”

 “Con mucha frecuencia, hablamos de pecados, pero prefiero hablar de flaquezas. Mientras más se conoce a las personas por dentro, mejor se percibe que existe mucho más flaqueza que malicia.”

 “Digo a vosotros: el ideal es tener las manos de Marta y el corazón de María.”

 “Los que no creen tienen en común con los que creen que el Señor cree en ellos.”

“Me gustaría ser un simple pozo de agua para reflejar el cielo.”

 “Cuando doy comida a los pobres, me llaman santo. Cuando pregunto por qué ellos son pobres, me llaman comunista.”

“Siempre y en todo lugar del mundo, si se busca vivir verdaderamente el Evangelio, se corre el riesgo de sinsabores.”

“El Creador no quiere salvar solamente el alma. Quiere salvar a todo el hombre, cuerpo y alma, con herencia en el cielo y en la Tierra también.”

 “Hay miserias enormes, delante de las cuales no tenemos el derecho de quedar indiferentes.” Muchas veces, la forma es dar una atención inmediata. Pero no vengo a ayudar a nadie a engañarse, pensando que basta un poco de generosidad y de asistencia social.”

 “En la guerra contra la injusticia, el ochenta por ciento del tiempo y de los esfuerzos deben ser dedicados al cambio de las estructuras y a la promoción humana, pero el veinte por ciento restante debe estar disponible para socorrer a los heridos, a las víctimas de la guerra.”

 

Don Hélder Pessoa Cámara (Fortaleza, 7 de febrero de 1909 — Recife, 27 de agosto de 1999) fue obispo católico, arzobispo emérito de Olinda y Recife y uno de los fundadores de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil (CNBB). Gran defensor de los derechos humanos durante el régimen militar brasileño, predicaba una Iglesia simple volcada para los pobres y la no violencia.  Por su actuación, recibió diversos premios nacionales e internacionales. Fue el único brasileño indicado cuatro veces para el Premio Nóbel de la Paz.



 


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