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Año 3 114 – 5 de Julio del 2009


 

Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
 

La muerte y el ídolo
 

 
La conmoción causada por el fallecimiento de Michael Jackson, el astro mayor de la música pop, fue algo que hace mucho no se veía en nuestro mundo.

Multitudes lloraron el fin precoz de la existencia de un hombre que se destacó como cantante, como compositor y como bailarín, al punto de que muchos especialistas hayan dicho, los días que  siguieron a su desencarnación, que será muy difícil aparezca en nuestro mundo alguien que lo suplante en talento y en éxito.

Muerto a los 50 años, Michael Jackson siguió los pasos de dos otros geniales artistas que también dejaron pronto nuestro plano – Elvis Presley, que falleció a los 42 años, y John Lennon, que nos dejó a los 40.

Toda vez que alguien tan joven desencarna, se pregunta, con razón, porqué la vida en este planeta nos presenta cada momento sorpresas de esa orden, cuando se sabe que muchas personas en edad avanzada se debaten en un lecho de dolor mientras otras dejan prematuramente la vida.

Surgida en el escenario de este mundo hace más de 150 años, la Doctrina Espírita nos trajo las informaciones necesarias para que comprendamos tales hechos.

Primero, mostró que nadie muere y que la muerte no existe en la forma como nosotros habitualmente la entendemos, una vez que ella se asemeja más a un viaje en la cual aquel que parte deja nostalgia pero un día reencontrará a los entes queridos.

La certeza de esa comprensión no vino de hipótesis o de tesis urdidas en concilios o congresos. Vino por intermedio de los propios Espíritus de los que partieron y que, autorizados por las potencias que dirigen el planeta, nos trajeron noticias del mundo en que pasaron a vivir inmediatamente que finalizó la existencia corporal.

La muerte debería, pues, ser encarada como un simple cierre de un ciclo, el fin de una existencia, y no la eliminación de una persona, que ya existía antes del nacimiento de su cuerpo y continúa  viviendo tras su pérdida.

La desencarnación de una persona célebre y admirada, como el astro que nos dejó la semana pasada, nos trae al recuerdo un hecho que no deberíamos ignorar, que es la transitoriedad de las existencias corporales, que se suceden y se entrelazan y cuyo objetivo es mucho más significativo que simplemente alcanzar el éxito o acumular bienes.

Que todos un día volveremos al mundo espiritual, eso nadie lo ignora.

Que los bienes adquiridos quedaran por aquí mismo, también todos lo saben.

ES preciso, entonces, comprender tan solamente que Michael Jackson, Elvis y Lennon no desaparecieron, sino que continúan vivos y, por eso, su inmenso talento no se perdió, por cuanto el ingenio y la inteligencia, tal como las virtudes, constituyen propiedad indiscutible del Espíritu inmortal que la herrumbre no corroe y las polillas no consumen.


 


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O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita