WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual
Capa desta edição
Edições Anteriores
Adicionar
aos Favoritos
Defina como sua Página Inicial
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Divaldo Franco
Site oficial
Raul Teixeira
Site oficial
Conselho
Espírita
Internacional
Federação
Espírita
Brasileira
Federação
Espírita
do Paraná
Associação de
Magistrados
Espíritas
Associação
Médico-Espírita
do Brasil
Associação de
Psicólogos
Espíritas
Cruzada dos
Militares
Espíritas
Outros
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco
 
 
Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 3 113 – 28 de Junio del 2009

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

El creyente desorientado
 

Había un hombre que poseía una pequeña área de tierra, pero de suelo fértil y dadivoso.

Dueño de profunda e envidiable fe, nuestro hombre no se cansaba de alabar a Dios por toda la creación y por las dádivas de la naturaleza, siempre tan pródiga.

El terreno vecino era habitado por un hombre muy pobre, pero muy trabajador.  Él  no poseía nada, pero

trabajaba tanto que ni siquiera tenía tiempo de pensar en Dios. Creía en su esfuerzo personal y en todo aquello que sus brazos podían realizar.

Y pensando así, desde el amanecer hasta el atardecer, allá estaba él preparando el terreno, abonando, plantando y arrancando las hierbas dañinas que se mezclaban con la buena simiente.

El otro lo criticaba por la falta de religión y le decía:

- ¡No sé como puede dejar de alabar a Dios! ¡Vea la belleza del cielo con sus astros, la grandeza de la naturaleza que nos concede sus dádivas! Agradezco a Dios todos los días y le pido a Él que me ayude porque sé que no dejará de oír mis palabras.

El incrédulo sonreía, asentía con la cabeza y le pedía permiso, retirándose:

- Ahora no tengo tiempo. El sol ya está poniéndose y necesito regar mi huerta y dar grano a mis gallinas.

Y el creyente allí se quedaba, condolido por la falta de fe del vecino y sentado bajo un árbol, contemplando   las   primeras   estrellas   que  ya

comenzaban a surgir, absorto ante la majestuosa obra del Creador.

El tiempo fue pasando y la propiedad del creyente fue cambiando de aspecto.

Donde antes existía una plantación vigorosa, ahora los matojos lo invadían, sofocando las pocas simientes que se obstinaban por nacer. La cerca estaba toda rota y la huerta destruida por las gallinas que penetraban por los agujeros, y por los pajaritos que, no encontrando oposición, se comieron las plantas existentes.

En el terreno de frutas, sin cuidados, las frutas maduraron en las ramas, sin nadie que las cogiese, pudriéndose cayendo al suelo, sirviendo de pasto para los gusanos e insectos.

En fin, el aspecto era de abandono y desolación. La suciedad tomaba cuenta de todo. En el terreno de al lado, sin embargo, todo era diferente. Las plantas, bien cuidadas, hacían la alegría de su dueño. Las hortalizas y legumbres producían bastante, propiciando abundante alimentación, además de la venta en el mercado del excedente de la producción.

Las frutas cogidas y almacenadas le dieron buen dinero y, con la renta, aumentó la hacienda, la pinto muy bonita y aun compró algunas vacas.

El creyente, sin entender lo que ocurría, preguntó al incrédulo:

- No sé porqué mi propiedad está yendo tan mal, mientras la suya, que era un terreno malo y lleno de piedras,  está  tan   bonita.   ¡No   lo

entiendo! Soy fervoroso creyente en Dios. Jamás dejé de cumplir mis obligaciones religiosas y siempre he suplicado la ayuda de nuestro Maestro Jesús.

Haciendo una pausa, preguntó, algo desorientado:

- ¿Será que Él me olvidó?

A lo que el incrédulo respondió:

- Alabar a Dios en el interior del corazón es muy importante, pero creo que “Él” no desprecia el trabajo. Dijiste que mi tierra era mala y llena de piedras, pero lo que sé es que trabajé mucho. Para el suelo, use como abono el estiércol que tus animales tiraban en mi terreno por encima de la cerca, volviéndolo más fértil y mejorando la producción. Con las piedras que quité del suelo, hice una cerca más fuerte y resistente al asedio de los animales.

- No tengo mucho tiempo para dedicarme a Dios, pero creo que olvidaste una lección muy importante que fue dejada hace mucho tiempo atrás por Jesús de Nazaret, que dices amar.

- ¿Cuál es? – preguntó al creyente fervoroso.

- ¡Ayúdate a ti mismo que el cielo te ayudará!

Avergonzado, el creyente bajo la cabeza, reconociendo que el otro tenía razón y que él, que se juzgaba tan superior al vecino, aprendía con él una lección de vida, extraordinaria.

Entendió entonces que es mucho más importante tener fe en Dios, pero esto no basta. Es necesario transformar en obras las lecciones recibidas.

El Evangelio de Jesús, que él predicaba tanto, estaba sólo en su cerebro, no en su corazón.

Fue preciso que alguien, que ni siquiera tenía tiempo de alabar a Dios, le abriese los ojos y recordar la lección inolvidable del Maestro de Nazaret:

- Ayúdate a ti mismo que el cielo te ayudará!

                                                                   Tía Célia 

 
 



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita