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Año 3 109 – 31 de Mayo del 2009

ABEL SIDNEY  
abelsidney@gmail.com   
Porto Velho, Rondônia (Brasil)

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

La transitoria maldad humana

 

Para la Doctrina de los Espíritus el mal es creación del propio hombre y no tiene existencia sino temporal, transitoria, una vez que forma parte del aprendizaje

 

(Parte 2 e final) *

 

 “Y las pasiones hoy son casi las mismas de ayer, sino más excitadas, más violentas y devastadoras en el hombre, que prosigue inquieto.”
Joanna de Ângelis

 

 

Investigando en Internet sobre este tema de que estamos tratando, encontramos una interesante disertación de master en el área de la Psicología Social que, en resumen, trata de la relación entre madurez, estabilidad emocional y altruismo. La autora de ese trabajo investigó el perfil de aquellos que adoptan niños, habiendo comparado   el   grupo   que   adopta niños aún bebés y

Abel Sidney

aquellos que lo hacen con niños mayores. Al final se concluye que “los adoptantes tardíos realmente se mostraron más maduros, estables emocionalmente y más altruistas de lo que los adoptantes convencionales”.  

Sentir es causar 

Buscando la equivalencia del concepto de abnegación y altruismo, podemos deducir que aquellos que se dedican al prójimo, olvidados de sí mismos, tienen por respuesta, en derivación directa, una mayor madurez y estabilidad emocional (finalmente, los sentimientos de plenitud, de paz, tan anhelados por todos). Abnegarse, en el caso específico de las adopciones tardías, es decir, de niños mayores, con 2 o más años, es romper con las convenciones, asumir el sacrificio de la adaptación, darse en mayor cuota de amor para integrar el niño a la nueva familia. 

Podemos parafrasear a Martin Claret y afirmar que sentir es causar. Es decir, aquellos que experimentan, ejercitan sentimientos elevados, aquellos volcados al bienestar del prójimo modifican sus propias vidas. Causan transformaciones en el campo de manifestaciones de las emociones, adquiriendo lo que se denomina frecuentemente de equilibrio o ajustamiento psicológico (“Fulano es una persona centrada, equilibrada”).  

Por otro lado, sentimientos poco elevados, cargados de apego al ego, causan también, o sea, promueven también modificaciones en nuestras vidas – personales y colectivas. La discriminación étnica, racial, que ha causado tantos problemas en el mundo, es ejemplo de eso. Los resultados, en la más de las veces, son tragedias, sean personales, grupales o colectivas (el exterminio de los judíos, ya citado; la persecución a los gitanos en el este europeo; las sutiles discriminaciones a los negros brasileños y otros lamentables ejemplos). 

El combate al mal 

Por no saber aún producir, en nuestros pensamientos, actitudes y acciones, el bien en toda plenitud, estamos enredados con las sobras, con los residuos de nuestras pasiones, de que debemos librarnos, conforme proponemos en el inicio de este texto. No es simple, sin embargo, nos libraremos del mal que producimos. Apenas cuando nace en nosotros, nos impregna y temporalmente pasa a formar parte de nuestra personalidad.  

Para alcanzar tal intento es preciso vigilar, como centinelas atentos, las fuentes del propio corazón, de donde finalmente proviene todo el mal, como nos enseñó Jesús, cuando lanzó una pregunta que continúa actual: “... ¿cómo podéis vosotros decir buenas cosas, siendo malos? Pues de lo que hay en abundancia en el corazón, de eso habla la boca.” (Mateo 12:34) 

Pablo de Tarso en su carta a los romanos (7:19) teje comentarios sobre las luchas que se debe trabar para combatir el mal en nosotros mismos, en una frase ya célebre: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero ese hago”. 

Prosiguiendo en esta línea de argumentación podemos llegar a pensar que el mal de que estamos hablando es algo pavoroso, terrible, execrable – y podríamos citar aquí ciertas manifestaciones del mal que tenga realmente tal cara.  Alguien podría decirse a sí mismo: “Bien, de este tipo de mal felizmente yo estoy libre...” Pues bien, el mal, sin embargo, de que estamos tratando, no se restringe a sus manifestaciones más grotescas, trágicas. Y por eso está tan presente en nosotros. El mal de que habla Paulo en sus epístolas es el mal corriente que vive en nosotros y es alimentado por nosotros mismos. Y que, en cierta medida, nos proporciona placer. De ahí nuestra dificultad en deshacernos de él... 

Retomando la cuestión del abuso de los instintos, tenemos un mal tan común hoy que a nadie repugna en principio: el comer en exceso. En él está presente el instinto de conservación. La naturaleza estableció para algunas de las funciones de ese instinto la sensación de placer, bienestar, saciedad, como forma de regularlo. Y al extrapolar los instintos, abusando de ellos, nos apegamos a las sensaciones y nos viciamos literalmente en el hábito de comer demasiado, no más para alimentarnos, sino para extraer placer, rudo o sofisticado, de ese acto. Es preciso aún añadir que podemos darnos a los excesos apoyados confortablemente en mil disimulaciones, disfraces, disculpas, listamente aceptadas por los otros, condescendientes que somos con los desvíos ajenos, tanto como los nuestros. 

Los malos hábitos de cada día tienden, a veces, a perpetuarse en nuestras vidas por diversos motivos, entre otros, la propia aprobación social de los mismos. Viviendo en una sociedad aún marcadamente materialista y hedonista, no es de sorprender que nos veamos impelidos a aceptar como natural todas las atracciones de la materia y todos los placeres que esto proporciona.  

La lucha sin treguas y sin cuartel contra el mal que existe aún en nosotros exige no sólo conocimiento, sino sobre todo un gran esfuerzo de voluntad deliberada y consciente, pues estamos aún próximos de nuestras experiencias en el reino de la animalidad; de ahí que nos sintamos atraídos, arrastrados por ciertas facetas de las malas pasiones. Por eso, no es raro, a pesar de toda la conciencia del bien y del mal, que nuestros actos de rebeldía o de falta de vigilancia nos atrapa en las tramas de experiencias totalmente dispensabais que traen por consecuencia, directa o indirecta, dolores y responsabilidades.  

Muchos de nosotros sucumbimos a estas experiencias dispensabais por estar desatentos al cumplimiento de los deberes que nos cabe realizar, a veces penosos. Para huir a la rutina, que nos oprime pero también nos libra de muchos problemas, nos lanzamos en ciertas aventuras que nos causan problemas sin fin.  

Otros, deseando probar inconsecuentemente sus propias resistencias, finalizan por abrir la caja de Pandora (que según la mitología griega contenía todos los males), despertando sentimientos, sensaciones que deberían permanecer enterrados, a la espera de una mejor oportunidad para ser trabajados, lapidados. Por lo tanto, no hayamos nunca la mórbida curiosidad de conocer en toda la extensión la "maldad humana" (la nuestra propia y la ajena), cabiéndonos, antes, mantenernos en alerta para evitar que el mal que brota de nosotros mismos se propague y por contagio encuentre afinidad con el mal que nace en otros corazones.  

Conocerse para transformarse 

Para todos los que deseen sostenerse en la lucha sin treguas, encontramos en San Agustín una de las estrategias más eficaces de autotransformación (y por consecuencia de victoria sobre nosotros mismos). Se trata de la meditación diaria sobre los propios actos, fundamental si deseamos combatir el mal en nosotros mismos sistemáticamente. La lección agustiniana está incluida en la última cuestión (919 y 919-a) de la Parte Tercera (De las leyes morales) del Libro de los Espíritus.  

En la primera parte de la cuestión (919) Kardec indaga: “¿Cuál es el medio práctico más eficaz que tiene el hombre de mejorarse en esta vida y de resistir a la atracción del mal?” La respuesta, muy directa y clara, es también concisa: “Un sabio de la antigüedad os lo dijo: Conócete a ti mismo.” 

Muy agudo, Kardec analiza la cuestión buscando solucionar la cuestión práctica que envuelve el tema: o cómo hacerlo:”Conocemos toda la sabiduría de esta máxima, sin embargo la dificultad está precisamente en cada uno conocerse a sí mismo. ¿Cuál es el medio de conseguirlo?” 

San Agustín, como respuesta teje muchas consideraciones, que resumiremos en las líneas siguientes. 

Debemos interrogar la propia conciencia, pasando revista a los actos cotidianos, para la identificación de los desvíos de los deberes que deberían haber sido cumplidos y de los motivos ajenos de queja por cuenta de nuestros actos. Por este medio llegó él, San Agustín, a conocerse “y a ver lo que [en él] necesitaba de reforma”.  

Quién se disponga a examinar los actos cotidianos para la identificación del bien o del mal que pueda haber hecho “gran fuerza adquiriría para perfeccionarse”. Añade él que se debe rogar a Dios y a los Espíritus protectores esclarecimiento, pues “Dios lo asistiría” en este sentido.  

Propone para el examen de los actos cotidianos dirigir a sí mismo preguntas, el interrogarse sobre lo que se hace y con que propósito para identificar si hicimos algo que censuraríamos si es practicado por otra persona, y también se hicimos algo que no osaríamos confesar.  

Propone aún más, haciéndonos situar delante de la vida en la condición de aquel que puede volver al mundo de los Espíritus en cualquier instante, donde deberemos hacer el balance de los propios actos practicados durante la experiencia carnal: ¿al desembarcar en el otro lado de la vida donde nada puede ser ocultado tendríamos “que temer la mirada de alguien”? 

La prueba de que podemos descansar la conciencia está en examinar si nada hicimos contra la Divinidad, al prójimo y a nosotros mismos.  

Porque sea difícil la auto-evaluación, el auto-juzgamiento por cuenta de las ilusiones del amor propio, es propuesto como medio de verificación libre de ilusión preguntar a sí mismo cómo clasificaríamos nuestras propias acciones si son practicadas por otras personas. Si tuviéramos motivos para censurar tales acciones, se hace claro que no debemos actuar de igual manera.  

En la misma línea de razonamiento, propone él que busquemos verificar lo que piensan los otros sobre nuestros actos. Y más: la opinión de los enemigos, por no tener ningún interés en desenmascarar la verdad, no debe ser despreciada, pues ellos son un buen medio de advertencia, utilizándose con más frecuencia de la franqueza de lo que haría un amigo.  

Aconseja aún a aquellos que se sientan poseídos del deseo serio de mejorarse a investigar minuciosamente la propia conciencia a fin de extirpar de sí las malas inclinaciones. Y tal como él mismo lo hacía, que busquemos dar un balance diario de nuestras acciones morales, para evaluar pérdidas y logros; los logros serán mayores que las pérdidas si así actuáramos.  

Enseguida San Agustín afirma textualmente: “Si pudiera decir que fue bueno su día, podrá dormir en paz y aguardar sin recelo el despertar en la otra vida.” Su día, creemos nosotros, debe ser entendido como la culminación de una sucesión de días. De cualquier forma, nos indica la necesidad de aprovechar bien todos los días, dando atención al tiempo que acostumbra a huir de las manos, si no lo administramos bien. 

Como medio de auto-examen de la conciencia, recomienda que formulemos “cuestiones nítidas y precisas”, no temiendo multiplicarlas, de modo a interrogarnos acerca de nuestros propios actos. Este diálogo íntimo, que no lleva más que algunos minutos y “algunos esfuerzos”, es medio de conquista de la “felicidad eterna”.  

Una vez que muchos tienen el futuro como incierto, es que los Espíritus vienen a disipar nuestras incertidumbres “por medio de fenómenos” capaces de herir los sentidos y de “instrucciones” (que nos cabe, a nuestra vez, también diseminarlo). 

El comentario breve de Kardec a esta respuesta es digno también de examen. Y para tanto tomamos la libertad de transcribirlo literalmente:  

Muchas faltas que cometemos nos pasan desapercibidas. Si, efectivamente, siguiendo el consejo de San Agustín, interrogáramos más a menudo nuestra conciencia, veríamos cuántas veces fallamos sin que lo sospechemos, únicamente por no examinar la naturaleza y el móvil de nuestros actos. La forma interrogativa tiene alguna cosa de más preciso que cualquier máxima, que muchas veces dejamos de aplicarnos a nosotros mismos. Aquella exige respuestas categóricas, por un sí o no, que no abren lugar para cualquier alternativa y que son otros tantos argumentos personales. Y, por la suma que den las respuestas, podremos computar la suma de bien o de mal que existe en nosotros. 

A título de conclusión 

Delante de lo banal del mal que se esparce por el mundo de los hombres, nos resta individual y colectivamente lanzarnos al buen combate, que es constante, exigiéndonos disciplina y perseverancia. La guerra del bien contra el mal, tema de incontables libros y películas, debe ser refrenado en los dominios de nuestros propios corazones, por encima de todo. 

Acordándonos de la alegoría de los huevos de la serpiente, debemos quebrarlos todos aún en el nido, antes que liberemos el mal que aún se obstina en hacer vida en nosotros. Si ya desencadenamos el mal, solamente nos resta sufrir las consecuencias, con serenidad y resistencia.  

Si nos enmarañamos en las tramas del mal, no basta arrepentirnos de nuestros actos y nos comprometamos al cambio por descargar la conciencia (o por cualquier formas de promesas); es necesario meditemos profundamente en el móvil de nuestras acciones; es preciso, finalmente, buceemos la sonda de la investigación en nuestro espíritu para el examen de nuestros más profundos sentimientos y pensamientos.  

Si nuestra mala acción transcurrió, por ejemplo, del ejercicio de la violencia, debemos buscar en nuestro corazón las raíces de esta violencia, esté ella donde esté; y solamente hay un medio de extirparnos definitivamente las raíces de todos los males: estemos de permanente prontitud para domar, controlarles las expresiones... Se aprende en las reuniones de los Anónimos (alcohólicos, en particular) que nuestras adicciones (las malas pasiones) no tiene propiamente cura, sino tan solamente control. Las luchas sin fin y sin cuartel contra el mal nos exigen, de esta forma, una plena disponibilidad de vigilancia y oración.  

Si nuestra "meditación" acerca de las raíces y frutos del mal son superficial; si no examinamos con rigor las causas de nuestras acciones, fatalmente incurriremos en los mismos errores, cuando las circunstancias cambien, cuando sean otros los escenarios. El motivo de la reincidencia está en que nosotros no ejercitamos nuestro "razonamiento moral", que también se desarrolla como el razonamiento lógico, matemático, etc.  

Por otro lado, aunque no estemos a vueltas con las expresiones más visibles del mal, como las pasiones humanas se hicieron más “violentas y devastadoras, en el hombre que prosigue inquieto”, según Joanna de Ângelis, es posible que las consecuencias de estas pasiones nos alcancen, directamente o indirectamente. La tendencia de refugiarnos en nuestro mundo aún preservado del contagio de tantos males puede hacernos ajenos a este mundo de pruebas y expiaciones. Mantenernos sensibles al dolor del prójimo, por más que esto nos pueda incomodar u oprimir es una actitud genuinamente cristiana... Refugiarse en la indiferencia, como fuga a las incomodidades que los dolores, las pasiones y errores ajenos nos causan, no es medida saludable. 

Necesario se hace que aprendamos con nuestras vivencias prácticas y con los ejercicios del “razonamiento moral” y con un gran material de aprendizaje: los errores propios y los ajenos. El perfeccionamiento ético-moral exige, finalmente, reflexión y buceo en sí mismo. Y si es necesario que revisemos periódicamente nuestras caídas y deslices en el campo moral, activando la memoria para acordarnos de tantos espinos que ya traemos clavados en la "carne del espíritu", tal como enseña Pablo de Tarso. Estos espinos nos despertará nuestra condición de enfermos en estado de larga recuperación, necesitados de cautela… 

Y más, que creamos, como en Juicio Final, canción de Nelson Cavaquinho, que “del mal será quemada la semilla / el amor será eterno nuevamente”, ¡teniendo la certeza de que todo el imperio del mal caerá cuando rompamos los hilos que mantenemos con las porciones inferiores de nuestra propia individualidad!

 

 

 

Referências bibliográficas:

EBRAHIM, Surama Gusmão. Adoção tardia: um estudo em termos de altruísmo, maturidade e estabilidade emocional. João Pessoa, 1999. 200p. Dissertação (Mestrado em Psicologia) - Universidade Federal da Paraíba.

FRANCO, Divaldo Pereira. Sol de Esperança (diversos espíritos). 2ª ed. Salvador: Livraria Espírita Alvorada, 1978.

 

KARDEC, Allan. Livro dos Espíritos. 76ª ed. Federação Espírita Brasileira: Rio de Janeiro, 1995.

 

MACEDO, Joel. O mal nosso de cada dia - Filósofa parte do terremoto de Lisboa para mostrar como o mal deixou de ser divino para se tornar criação do homem. Disponível em http://jbonline.terra.com.br/jb/papel/cadernos/ideias/2004/03/05/joride20040305001.html

Acesso em 7 mar. 2004.

 

* A primeira parte deste artigo foi publicada na edição 108, de 24 de maio de 2009, desta revista. 

 


 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita