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Año 3 103 – 19 de Abril del 2009


 

Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
 


El terremoto de Áquila
y su significado

 

Los fundamentalistas tienen delante de si, en la actual coyuntura del mundo en que vivimos, un plato lleno. En efecto, lo que se vio en el planeta en los últimos cuatro años – maremotos, tsunamis, volcanes, huracanes, gripe aviar, fiebre de La Oroya, fiebre aftosa y terremotos numerosos, como el ocurrido recientemente en Áquila, en Italia – parece indicar que estamos próximos del cuadro descrito por Jesús en el conocido sermón profético, que el evangelista Mateo reprodujo en el cap. 24, versículos 3 a 14, de su evangelio.

Recordemos, antes de proseguir, algunos conceptos:

Maremoto: es un seísmo en una región cubierta por un océano. Es ocasionado por el dislocamiento de las placas tectónicas, que son bloques en que la superficie terrestre está dividida. Los grandes maremotos producen olas gigantescas llamadas tsunamis, que se transfieren por kilómetros a alta velocidad. A veces esas olas alcanzan islas y costas de los continentes, provocando destrucción material y muertes en los lugares habitados. Las olas originadas pueden alcanzar más de 30 metros de altura. El termino maremoto es, muchas veces, indicado como sinónimo de tsumani, no obstante esa asociación es incorrecta, ya que tsunami corresponde a un efecto probable de un maremoto.

Tsunami: es una ola o una serie de ellas que aparecen después de perturbaciones abruptas que desvían verticalmente la columna de agua, como por ejemplo, un seísmo, actividad volcánica, una abrupta desviación de tierras o hielo o debido al impacto de un meteorito dentro o cerca del mar.

Huracán: especie de ciclón, una ventana devastadora; tempestad, tifón. Fenómeno común en América Central, Florida, Pacífico (Sur y Nordeste) y Atlántico Norte, donde se caracteriza por vientos que llegan a alcanzar el número 12 en la escala de Beaufort. El número de hechos de huracanes ha aumentado y su posible causa es el calentamiento del planeta, por cuanto, según los especialistas, es preciso para que ellos ocurran, que las aguas del océano alcancen 26 grados en una profundidad de 45 metros.

Fiebre de La Oroya: dolencia típica de la región de los Andes, causada por una bacteria de nombre bartonella, que se ha manifestado en regiones más bajas, más apartadas de su ambiente original. Esa dolencia es uno de los ejemplos de cómo ciertos microorganismos pueden extenderse por el mundo y alcanzar a individuos situados a kilómetros de distancia de su hábitat.

Fiebre aftosa: enfermedad común al ganado bovino y cerdos, provocada por un virus de la familia de los picornavirus, que sólo raramente alcanza al hombre y que se transmite por heridas en la piel y, en pocos casos, por la ingestión de leche cruda. La dolencia se caracteriza por aftas, fiebres y lesiones purulentas en la piel.

Si los primeros son hechos extraños al territorio brasileño, la fiebre que recientemente acometió al ganado brasileño acarreó consecuencias dañinas para nuestro pueblo, ya que en las regiones en que la actividad económica se basa en la ganadería los negocios quedan parados, el desempleo alcanzó a millares de personas y la economía vio desaparecer las voluminosas divisas que vendrían de la exportación de la carne y de sus derivados. 

Es evidente que en muchos de esos hechos es visible la acción u omisión del hombre. La agresión al medio ambiente y sus efectos han sido denunciados hace mucho tiempo. Es preciso, con todo, considerar que buena parte de esos fenómenos nada tienen que ver con las acciones actuales del hombre. Son, antes, consecuencias de errores o desmanes cometidos en el pasado, los cuales, en virtud de la ley de acción y reacción que rige la vida en el planeta, habrían de presentar, más pronto o más tarde, sus efectos.

En el sermón anotado por Mateo, Jesús habla de los manipuladores de la fe que vinieron a engañar a muchos, alude a guerras y los rumores de guerras, advierte que hambre, pestes y terremotos ocurrirían en diversos lugares y, en una ante-visión extraordinaria de los tiempos en que vivimos, afirma que la iniquidad se multiplicaría a tal punto que el amor de muchos se enfriarían. Aquel, sin embargo, que perseverase hasta el fin sería salvado y el Evangelio sería, en fin, predicado en todo el mundo. Solamente entonces es que se daría el fin – no el fin del planeta pero ciertamente el fin del mundo viejo, poblado de individuos orgullosos, egoístas, violentos y corruptos, los cuales no tendrían más la oportunidad de reencarnar en la Tierra, en virtud del principio, por él también enseñado, de que este planeta será un día heredado por los mansos.

Obviamente, delante de las víctimas y de los millares de desalojados de Áquila, lo que nos cabe hacer es, en primer lugar, orar al padre y pedirle que los ampare, para que de nuevo la paz y la alegría vuelvan a los hogares de todos aquellos que directamente o indirectamente fueron alcanzados por un flagelo más que abatió al planeta. Y, en segundo lugar, que podamos aplicar todas las fuerzas a nuestro alcance capaces de remover o por lo menos atenuar flagelos semejantes previstos para ocurrir en el mundo en que vivimos.

 


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O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita