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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 2 - N° 94 - 15 de Febrero del 2009

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org


El payacito triste

 
 

Guillerme era un niño que había aprovechado muy bien sus lecciones en la escuela y pasó de curso con honor.

Entonces, sus padres, muy amorosos le proporcionaron algunos días de vacaciones en una conocida ciudad de playa, en aquella región.

Eufórico, Guillerme arregló la maleta y, junto con sus padres y el hermanito, en un día muy bonito salieron de viaje.

Al llegar, después de la entrada de la ciudad, vieron un circo armado, lleno de luces coloridas, jaulas con bellos animales salvajes, elegantes caballos y monos graciosos.

Con los ojos brillantes de emoción, Guillerme oyó a su padre prometer que al día siguiente irían a ver el espectáculo.
 

Al otro día, a la hora marcada, entraron en el circo y después comenzó la función. Bailarinas, equilibristas, magos y trapecistas, se alternaban con payasos, monos, elefantes, domadores de animales y muchas otras cosas.

Con un paquete de palomitas en las manos, Guillerme acompañaba todo riendo y tocando las palmas, satisfecho.

De repente miró a uno de los payasos que hacían piruetas y daban volteretas en la pista. A pesar de la sonrisa abierta, sus ojos eran tristes. Cuando él se aproximó más, Guillerme notó que dos lágrimas brillaban en sus mejillas pintadas.

De aquel momento en adelante, nada más tuvo gracia, y la figura del payazo triste no le salía de la cabeza.

A la mañana siguiente despertó y, en vez de ir a la playa, volvió al circo. El aspecto ahora era muy diferente. No había más las bellas luces coloridas y la impresión de lujo y riqueza se desvaneció enteramente. Fuera, algunas personas hacían la limpieza del lugar mientras otras lavaban y cuidaban de los animales.

El muchacho preguntó dónde podría encontrar al payaso triste y le informaron que él estaba en la pista.

Entrando en la enorme lona del circo, ahora vacío, Guillerme pareció oír aun los aplausos y gritos del público.

Después lo vio. Una pequeña figura sentada en el suelo, teniendo la cabeza entre las manos.

- ¡Hola! – saludó Guillerme.

El payaso irguió la cabeza al oír la voz desconocida.

- ¡Hola! ¿Qué te trae aquí, chico?

- Bien, es que yo quería ver a un payaso de cerca.

- ¡Ah! Con seguridad te vas a decepcionar. Soy sólo un hombre como cualquier otro.

Guillerme se sentó junto a él y dijo:

- ¡Qué extraño! Siempre pensé que los payasos vivían siempre sonriendo y jugando, como si la vida fuese una fiesta – comentó el niño.

- Puro engaño, hijo mío. Muchas veces la gente rie para no llorar – afirmó con tristeza.

- Ahora yo entiendo eso. Ayer mismo, durante el espectáculo, percibí que usted estaba triste. ¿Por qué?

- ¡¿Se pudo notar?!... La verdad es que estoy con problemas muy graves.

Y el payaso le contó que estaba con la hija enferma y no tenía dinero para llevarla al médico. Contento por poder ayudar, Guillerme sonrió y le dijo:

- ¡Mire, no se aflige! Mi papá es médico y podrá examinar a su hija.

El chico salió corriendo y poco después volvió acompañado del padre.

El payaso los acompañó hasta donde estaba la hija enferma y ellos quedaron impresionados con la miseria del lugar. La caravana en que viajaban y que les servía de vivienda, era muy pobre y sin comodidad.

El médico examinó a la niña y afirmó al padre que ella, además de neumonía, estaba también desnutrida, necesitando alimentarse mejor.

- Yo lo sé, doctor. – dijo el payaso – Pero no tengo dinero. Gano poco y mal da para las necesidades más urgentes.

- No se preocupe. Su hijita necesita ser hospitalizada, pero estará buena después, con la ayuda de Dios.

El médico condujo a la niña para el hospital, donde después ella estaba siendo medicada. Enseguida, él llevó una cesta conteniendo géneros alimenticios que darían para muchos días, entregando también al payaso un sobre con una buena cantidad de dinero.

Sorprendido, el pobre hombre dijo:

- ¡Pero, doctor, yo no sé cuando podré pagarle!...

- No se preocupe. Quiero sólo que haga a los niños sonreír.

Después de algunos días la niña volvió para casa contenta y saludable.

Era el último espectáculo del circo. Levantarían el campamento al día siguiente. Guillerme y su familia estaban en la primera fila.

El payaso se aproximó trayendo en las manos  un bonito globo rojo, amarrado con

un cordón. Llegando junto a Guillerme le entregó el globo, con una sonrisa feliz.

- Usted ya no es más un payasito triste – dijo el niño.

- No. Gracias a ti, puedo sonreír nuevamente. No sé como agradecer todo lo que hicieron por mí.

El médico de buen humor, afirmó:

- Es fácil. Haga un espectáculo bien alegre para alegrar a los niños.

Con la última mirada agradecida, el payaso se apartó dando volteretas y haciendo payasadas, acompañado por la risa de todos.

Guillerme suspiró, satisfecho. El padre miró para el niño con cariño:

- Muchas veces, el sufrimiento y el dolor están donde menos esperamos, hijo mío. Es preciso tener sensibilidad para descubrir dónde está la necesidad de las personas. Si no fuese por ti, nadie habría descubierto el problema del payaso. Muy bien, Guillerme, Jesús ciertamente está contento contigo.

Y, abrazando al hijo con ternura, completó:

- La verdad es que donde estuviéramos podemos ayudar a alguien. Basta que se tenga buena voluntad y amor en el corazón.

                                                                  Tía Célia 

 



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