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Año 2 – Nº 73 14 de Septiembre de 2008

ARTHUR BERNARDES DE OLIVEIRA 
tucabernardes@gmail.com   
Guarani, Minas Gerais (Brasil) 

Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org 


La caridad desinteresada en las advertencias de Cristo

Jesús nos exhortó que fuésemos perfectos en todo lo que hiciéramos, haciendo las cosas que nos competen de la
mejor manera posible, sin olvidar de dar gracias al
             prójimo lo que de gracia recibimos
  
 
 

Jesús ya había resaltado todas las advertencias que él juzgó más necesarias a los discípulos y que debía constituir la base de su enseñanza, dirigido a todos que lo quisieran seguir.

En la parábola del juicio, en que el Divino Señor separa cabritos de un lado y ovejas del otro, dejó claro que el único camino capaz de resolver el problema de la paz entre los hombres era el de la caridad porque “fuera de la caridad no hay forma de crecer.”

Insistió en eso con la bella imagen expresada en la recomendación de que no dejásemos que la mano izquierda supiese lo que la derecha  estaba entregando  al

prójimo. “¡No sepa la mano izquierda lo que da vuestra mano derecha!” Significando eso que no quedásemos murmurando, arrepentidos, sobre todo el bien que hubiésemos hecho a nuestro semejante. Tal es el caso  que Machado de Asís relata, del comerciante rico y del campesino en las tierras heladas de Rusia. “Cuando el caballo se arrojó, el comerciante pensó que fuese a morir. Nada detenía su galope. Si cayese fatalmente moriría. La cabeza golpearía las piedras; inevitablemente el traumatismo craneal y la muerte al final. He ahí que surge un campesino ruso que, valientemente, se antepone al caballo, lo agarra por el cabestro y lo hace parar de correr. ¡Fue un milagro! El comerciante, agradecido, cogió de la cartera un billete de mil rublos y, muy agradecido, se lo da al campesino. El infeliz casi se cayó del susto. ¡Nunca vio un billete como aquel! Y salió saltando feliz, loco por llegar a la casa y mostrar a la mujer y a los hijos la dádiva recibida. ¡Mil rublos! ¡Una fortuna!

El comerciante, al verlo partir, comenzó a pensar. “Creo que le di demasiado dinero. ¿Mil rublos? ¿Por qué no 500? ¿O 200? Tal vez el pobre estuviera feliz con 100. o menos. ¿Quien sabe, 10?... Él gana cinco rublos por día... Es... creo que acabé dando demasiado dinero”.

Eso acostumbra a ocurrir con la gente. En la hora del entusiasmo la gente da generosamente. Después se arrepiente. Y comienza a sufrir. Ocurrió conmigo. Nadie me invitaba para ser padrino de un casamiento. Mi hermano era padrino de todo el mundo. Yo ya estaba acostumbrado. ¿Casamiento? Ya sé: mi hermano estará allí. Padrino de nuevo. Yo ya estaba quedándome acomplejado. ¿Será que yo no sirvo para padrino de boda? ¡Sorpresa! Un día apareció uno. Me quedé feliz. Y prometí luego al novio: “te doy una nevera”.

Amigos, una nevera en aquella época era un gran regalo. Hoy, no. Después que surgió la Casa Bahía, ella desmoralizó el regalo. Cualquiera puede comprar allí una nevera pagando 20 reais por mes. Pero en aquella época no.

Me arrepentí después. Pero tuve que cumplir lo prometido. Y tuve sufrimiento.

Más o menos como dice Arthur Riedel, en su librito admirable: “hay personas que creen que quien da a los pobres presta a Dios, pero acostumbran queriendo saber lo que Dios va a hacer con el préstamo”. Un ciudadano pide un real para comprar pan. La gente lo da, pero luego advierte: “Mire allí, le estoy dando a usted para comprar el pan. No va a beber aguardiente, ¿oyó?” 

“A lo que se sabe, después de Jesús no apareció
nadie que resucitase muertos”
 

Otros hay que dan una ofrenda a la Iglesia, o a una institución benéfica y compran un billete de lotería, pensando que van a tener la recompensa divina mordiendo el primer premio.

Otros dejan para dar en la hora de la muerte, cuando no tiene más como disfrutar de la fortuna acumulada, y la muerte está tocando a la puerta. Hacen, entonces, un testamento dejando tanto para el Hospital, tanto para el Asilo, tanto para el Orfanato, tanto para la APAE. Lo dejan porque no se lo pueden llevar.

Ya nos había Jesús advertido, también, sobre la presencia, siempre, en todos los momentos de la historia, de los llamados falsos cristos y falsos profetas que, utilizándose de la buena fe de las personas, las conducen para la decepción y la desventura. No sólo los que se sirven de la religión, conduciendo personas como rebaños inconscientes para aventuras nefastas o crímenes inimaginables. Falsos cristos y falsos profetas, también, en la filosofía, en la ciencia, en la política, en la industria, en el comercio, en la educación, en la salud, en todas partes. Siempre los hubo. Explotadores y explotados. Por eso nos recomendó que fuésemos prudentes como las serpientes y no creyésemos en todos los profetas, verificando antes si ellos eran profetas de Dios, por el análisis de sus obras.  

Nos exhortó que fuésemos perfectos en todo lo que hiciésemos. Tal como el Padre, que es perfecto en todo en lo que su poder se manifiesta.

Esa perfección a que Jesús se refería es una perfección relativa. Significa hacer todo lo que nos cabe hacer de la mejor manera posible. No dejarnos nada sin hacer, o hacer las cosas a la mitad, por causa de la prisa o de otro motivo cualquiera. ¿Es para hacer? Entonces hagamos de la mejor manera que nosotros sabemos. Demos lo mejor de nosotros. Mejor, nosotros no sabríamos hacer. Es eso lo que él quiere de nosotros.

Como coronamiento, la recomendación final: “restituir la salud a los enfermos, resucitad a los muertos, curad a los leprosos, expulsad los demonios. Dad gratuitamente lo que gratuitamente recibisteis”.

Un paréntesis sobre el “resucitad a los muertos”. En lo que se sabe, después de Jesús no apareció nadie que resucitase muertos. Parece que Pedro consiguió eso una vez. Hubo sí, después de ellos casos de personas aparentemente muertas que, de repente, sin que nadie participase del hecho, volviesen a la vida. La literatura registra algunos casos. Interesante es lo que ocurrió con una figura conocida en los medios literarios. El Abad Prevost, autor del polémico libro “Manon Lescaut”, ya estaba en la mesa para el trabajo de necrosis, cuando, bajo el bisturí del cirujano, readquirió las energías vitales y acabo salvándose.” 

“Nadie puede hacer de la mediumnidad profesión, porque nadie es dueño de los espíritus” 

Otro caso patético es el del celebre poeta Scotto. Él era cataléptico. Fue enterrado vivo durante una crisis, en la ausencia del siervo que sabía de su dolencia. Sacado de la sepultura, sus familiares, verificaron que murió sofocado, habiéndose mordido, desesperadamente los labios.

De muerte igual, murieron médicos, poetas, reyes y emperadores, sin hablar de los supuestos muertos enterrados apresuradamente en los horrores de las epidemias y de las guerras.

Emmanuel, en Renuncia, nos habla sobre el drama que fue, en la Francia del Siglo XVII, la llegada de varicela a los hogares franceses. No se esperaba que la persona muriera. Se enterraba después con miedo de arrastrar la enfermedad. Mucha gente fue enterrada viva. Kardec aprovechó la recomendación de Jesús y, en el mismo capítulo XXVI, trató de las oraciones pagadas, recordando la advertencia del Maestro sobre el mal hábito de los escribas que, a pretexto de orar, devoraban las casas de las viudas.

Trató aun del episodio de la expulsión de los que vendían cosas dentro del Templo, en una falta de respeto flagrante a la Casa del Señor.

Pero el gran mensaje del capítulo es para el comportamiento de los médiums. Ningún médium, de ninguna forma, sea por el motivo que fuera, debe obtener ventaja financiera o social del don que Dios le dio para la utilización en su trabajo a favor de la Humanidad.

Nadie puede hacer de la mediumnidad una profesión. Por una razón muy simple. Nadie es dueño de los espíritus. Ellos son independientes. Vienen cuando quieren y cuando pueden. No hay fuerza humana capaz de garantizar una comunicación. Fue gracias al mediunismo profesional que proliferan casos de fraudes que tanto mal hicieron a la divulgación y aceptación de la Doctrina.

Humberto de Campos nos cuenta la historia dramática de un médium brasileño.

Azarias era mecánico de automóvil. Gran mecánico y notable médium. Como siempre ocurre, en torno del médium así, nace la adoración y abundan frecuentadores insaciables. Personas interesadas en el favor de los espíritus envuelven al médium y lo elogian, y regalan, y adulan y acaban por volverse dueños de ellos. Quieren utilizarlos, por eso, a cualquier hora. Se va la disciplina. Con Azarias se dio que los dichos “hermanos”, para tenerlo permanentemente a su disposición, lo sacaron del empleo y le dieron un salario. Cada hermano comparecía con una parcela del salario ajustado. Al principio funcionó. Con el tiempo, uno deja de contribuir; después otro; después, otros más y de ahí en breve está Azarias sin ayuda de los patrocinadores y sin el empleo que perdió. Las dificultades, rápido, tocaron a su puerta. Falta comida en casa. La luz, no se paga, se apagó. El alquiler también. Y las dificultades se instalaron. Hasta que Azarias acepta el primer pago. Después otro, otro más. En poco tiempo la desmoralización y el abandono. Los propios compañeros que tanto lo adularon antes y que, al final, fueron los principales responsables por su derrota, son los que ahora hablan mal de él abiertamente. La obsesión se instala. Y el final amargo se aproxima.
 


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