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Año 2 – Nº 6520 de Julio del 2008


 

Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
 

Qué es carma y qué hacer
para superarlo

 

La palabra “carma” [del sánscrito karma, ‘acción’] significa, en las filosofías de la India, el conjunto de las acciones de los hombres y sus consecuencias.

Descrito y codificado por el gramático Panini en el siglo V a.C., el sánscrito es una lengua indo-europea del ramo indo-ario en el cual fueron escritos los cuatro Vedas y que, entre los siglos VI a.C. y XI d.C., se volvió la lengua de la literatura y de la ciencia hindú, siendo mantenida aun hoy, por razones culturales, como lengua constitucional de la India.

Enseña nuestro principal léxico que el carma se une a las diversas teorías de trasmigración, y es por medio de el, que se definen las nociones de destino, del deseo como fuerza generadora de la vida, y del encadenamiento necesario, por fuerza de esos dos factores, entre los diversos momentos de la vida de los hombres.

Constituido el conjunto de las acciones de la criatura humana, el carma de una persona puede ser positivo o negativo. Acciones buenas y concordantes con la ley natural generan consecuencias positivas. Acciones malas y contrarias a la ley de Dios establecen, como es fácil de entender, carma negativo.

Existe, con todo, más allá de eso lo que algunos estudiosos llaman de carmas imaginarios, que proveen de una representación distorsionada de la realidad, en la cual el hombre amplía el propio sufrimiento por falta de sensatez y de amor a sí mismo. La práctica del cilicio, entre los hebreos, es un ejemplo de eso. El individuo ingenuo cree que ampliando sus sufrimientos logrará disminuir las consecuencias naturales de su carma, en la suposición de que una mayor cuota de dolor eliminaría un dolor futuro y lo haría libre con la ley, lo que no pasa, evidentemente, de un equívoco.

La ley de causa y efecto, enseñada por Jesús y ratificada por la Doctrina Espírita, establece que aquel que mate con la espada morirá bajo la espada, que a cada uno será dado según su merecimiento y que en la vida la siembra es libre, pero la cosecha es obligatoria.

En la cuestión nº 1.000 de “El Libro de los Espíritus” Kardec trató del asunto cuando preguntó a los instructores espirituales si podemos desde esta vida ir rescatando nuestras faltas. Los inmortales responderán: “Sí, reparándolas”.

En la secuencia de la respuesta, dijeron ellos que no bastan, para el rescate de las faltas cometidas, algunas privaciones pueriles e incluso donaciones pos-morten que algunas personas acostumbran a hacer en sus testamentos. Dios no da valor a un arrepentimiento estéril, fácil, que nada cuesta. Y sólo por medio del bien es que se puede reparar el mal.

Al arrepentimiento – enseña la Doctrina Espírita – es preciso unir la expiación y la reparación. Reunidas, son ellas las tres condiciones necesarias para apagar los trazos de una falta y sus consecuencias.

El arrepentimiento suaviza las trabas de la expiación y favorece la resignación – una fuerza activa que el Espíritu de Lázaro define como siendo el consentimiento del corazón. Pero solamente la reparación, que consiste en hacer el bien a aquellos a quien se hizo mal, puede anular el efecto, destruyendo la causa.

El apóstol Pedro nos enseñó que el amor cubre la multitud de los pecados, conocida frase que Divaldo P. Franco acostumbra a expresar de manera aun más clara y expresiva: “El bien que hacemos anula el mal que hicimos”.

El pensamiento equivocado de que vinimos a la Tierra para sufrir debe, pues, ser sustituido por otro orden de ideas, o sea, de que la vida es una lucha y que no venimos al mundo para sufrir ni para gozar, pero sí para vencer.
 
 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita